CAPÍTULO FINAL : 25 PARTE II

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Narrado por Ayato

Era una noche fría de finales de marzo. Habían restos de nieve en las orillas de la acera por dónde caminábamos y , por lo que estaba observando, volvería a nevar en breve. Cuando hablaba, mi aliento abandonaba mi boca en forma de vapor que se perdía en el ambiente. Las temperaturas tan bajas mantenían un ambiente similar al invierno a pesar de estar a las puertas de la primavera. A mi lado estaba Taka, el hermano pequeño de ______ que portaba un ostentoso ramo de flores en sus manos. De vez en cuando me preguntaba cosas sobre su hermana y yo, si le había hecho daño o no, que si de verdad la quería y ese tipo de preguntas típicas que se harían en un interrogatorio a alguien que consideras un intruso en tu nueva vida.

Yo le contestaba sin dar demasiados detalles. Bueno. Reconozco que le respondía con monosílabos en un tono  irritado. El chico era algo molesto, pero no estaba en condiciones de enfadarme con él y menos sabiendo al lugar al que nos dirigíamos.

Un par de farolas iluminaban la entrada de nuestro destino. Visto con los ojos de un niño de la edad de Taka, era muy lúgrube y siniestro. Y lo era. Pero no podíamos venir al cementerio de día dadas nuestras circunstancias. Con un empujón, abrí las compuertas y me adentré el primero. Di varias vueltas a mi bufanda para que tapase mi nariz la cual, aunque no se viera por la oscuridad, estaba colorada por el frío.

Ambos caminamos por un camino de piedras pasando entre tumbas y mausoleos de gente adinerada y me fijé en un detalle que me hizo soltar una leve risilla. Puede que cuando estaban entre los vivos fuesen gente pudiente económicamente, pero ahora que están muertos ni tan siquiera flores adornan sus extravagantes tumbas con estatuas.

El niño se pegó más a mí, supongo que por miedo, pero yo, estirando mi brazo, le separé.

- No seas cobarde. Hay que temer a los vivos, no a los muertos.

El niño me lanzó una mirada de pocos amigos mientras sus mejillas estaban infladas de aire.

- Las muecas no funcionan conmigo. - escupí sin mirarle.

Tras unos cinco minutos de trayecto por este inmenso cementerio, llegamos a donde queríamos estar. Yo me quedé parado a cierta distancia de la tumba. Una leve brisa gélida había empezado a soplar.

El niño se acercó lentamente y cambió las flores que estaban en el jarrón sobre la lápida por las que traía en el ramo. Las arregló un poco, se puso de rodillas, encendió un poco de incienso y , juntando sus palmas, empezó a rezar. Yo le observaba detenidamente desde donde estaba, la lucecita de la llama del incienso dejaba leer en la lápida el apellido de la familia de Taka, "Aoyama". Metí las manos en mis bolsillos y escondí aún más mi cara en la bufanda. De verdad que hacía frío esta noche. Desde mi posición, escuché cómo el niño sorbía por la nariz; ya estaba llorando otra vez. Después de terminar las oraciones, se levantó, pasó el dorso de su mano por la nariz y se despidió. Luego, giró sobre sí mismo y emprendió la marcha sin mí. Suspiré exasperado. Ese crío y yo vamos a tardar en congeniar.

Veníamos todas las noches, solo que traíamos flores cada tres o cuatro días. Antes de que estuvieran marchitas. Él venía por velar a aquellos que tanto quiso, yo, para evitar que ningún ghoul profane la tumba y robe el cadáver para alimentarse. _______ no me lo perdonaría.

Emprendimos el camino de vuelta por las calles principales de Tokio. Yo no tenía ganas de hablar, por lo que dejaba que el niño hablara solo. Ir al cementerio me ponía de los nervios y me dejaba un sabor amargo en la boca. Y solo había pasado una semana desde que pasó lo de Cochlea. Solo una semana. Parecía que había sido mucho más tiempo.

Palabras de invierno AyatoxReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora