Mr. Wammy el terrorista.

143 15 12
                                    

El siguiente fin de semana, tras desayunar, Quillsh partió a Londres en compañía de Ralph. L y yo agitamos nuestras manos desde el cancel hasta que el coche desapareció.

—¿Podría responderme una cosa, Mr. Ruvie? —me dijo, mientras volvíamos al interior del hospicio.

—¿Por qué debería hacerlo, alimaña?

—Conviene hacer una tregua, al menos hasta que la salud de Mr. Wammy mejore.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué querías preguntarme?

—¿Usted sabe por qué miss Elizabeth no se presentó a su recital?

—Dijo que su vuelo de regreso fue cancelado. ¿Por qué lo preguntas?

—Y cuando usted se la topó ella estaba comprando un boleto, ¿verdad?

—Sí. ¿Y eso qué importa?

—Hasta donde se, cuando un vuelo es anulado, no hay que volver a pagar. La aerolínea se encarga de acomodar gratuitamente al pasajero en otro avión, ¿no es así?

—Cierto. ¿Qué insinúas?

—Que la pianista sabía lo que iba a pasar y se quedó allá para protegerse. Incluso es probable que sepa quién está tras ella.

—No se lo vayas a decir a Mr. Wammy. Ha sufrido tanto últimamente.

—Es necesario que se entere, él es el único que puede interrogarla.

—Pero por el momento no quiere volver a verla. Está tan apenado por lo de su confesión.

—Ya se le pasará.

—Por cierto, ¿quieres saber lo que hice en Osaka?

—No, voy a evitarle una humillación. Estamos en tregua.

Edward Wammy era atendido en el mejor hospital de Inglaterra. Su cuarto parecía una suite de lujo, y los especialistas lo cuidaban con esmero. Quillsh lo encontró recién bañado cuando entró a verlo.

—Hola, papá. ¿Cómo te sientes?

El anciano, que se había encontrado muy bien, cambió su expresión por una de malestar.

—¿Por fin te has acordado que existo?

—Por favor, señor, recuerde que no debe alterarse —intervino una enfermera.

—Déjenos a solas. Esto es un asunto entre padre e hijo —replicó el gruñón.

La asistente desapareció, no sin antes anunciar que tenían sólo diez minutos para conversar.

—He esperado tanto para que vinieras, y ya casi te tienes que ir.

—Lo siento, papá. No podía dejar el orfanato solo.

—¡Ahora resulta que esos bastardos son más importantes que tu padre!

Quillsh agachó la cabeza. Estaba acostumbrado a esas escenas.

—Qué triste es terminar mis días así, sabiendo que mi fortuna va a terminar en manos de sucios huérfanos, porque los ineptos de mis hijos no fueron capaces de continuar el linaje —prosiguió Edward.

—Por favor respeta la memoria de Victoria.

—¡Estoy diciendo la verdad! Hasta las personas más miserables pueden casarse y echar bebés al mundo, pero mis hijos no. Yo tengo que morirme sin nietos.

Su primogénito siguió en silencio, resistiendo las ofensas.

—¡Y como siempre, no dices nada! ¡Pues claro, qué vas a decir, si tú eres el culpable de mi soledad!

Death Note: Los bombazos locos de WinchesterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora