Todos son unos idiotas.

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En el orfanato saltamos de gusto al ver la derrota de Nell, aunque el responsable sólo esbozó una rara sonrisa y se fue a su cuarto. Yo subí a alcanzarlo.

—Fuiste tú, ¿verdad? ¡Eso estuvo genial! —lo elogié.

—En realidad fue trabajo en equipo. Usted tenía razón: uno no puede hacerlo todo sólo. Ahora tenemos que recompensar a quien me ayudó.

—¿Cómo lo lograste?

—Contacté a una espía que consiguió pruebas de que Nell engaña a su esposa. El punto aquí es que la conyugue dirige la televisora, y si se enterara de la traición, arrojaría a Bill a la calle. Le expliqué eso al conductor, así que fácilmente accedió a desdecirse... y bueno, también lo amenacé de muerte.

—¡Pero eso es ilegal!

—También lo es difamar a un inocente. Ojo por ojo.

—¿Y no temes que tu informadora te traicione?

—No lo hará si la ayudo a sacar a un amigo suyo de la cárcel. Por favor encárguese de contratar al mejor abogado para Tierry Morello —dijo el chico y me entregó una carpeta con los datos del preso. Alegué que no debíamos involucrarnos con gente de ese tipo, pero L ya no me escuchó: se había quedado profundamente dormido.

A la mañana siguiente volví a su recamara para verificar que se encontrara bien, pero no lo encontré. Lo busqué por todos lados, hasta que al revisar el tejado lo hallé disfrutando de una leve lluvia.

—¿Pero qué rayos haces? Al paso que vas, nunca sanarás.

—Soy un niño normal, debo hacer travesuras.

De repente, apareció a lo lejos el auto de Mr. Wammy y lo seguimos con la mirada hasta que se estacionó frente a nuestra puerta.

—¡Hola, Wammy-San! —saludó L a gritos.

—¿Por qué están allí arriba? —inquirió Quillsh.

—Mr. Roger dijo que subiéramos a mirar el paisaje.

Quise pellizcarlo, pero aún sin una pierna era muy rápido. Nuestro benefactor le entregó una muleta.

—Como de todas formas no te quedas quieto, más vale que uses esto — le ordenó.

A continuación los chiquillos se formaron para interpretar un bonito canto de Händel, y Quillsh les aplaudió muy entusiasmado.

—Cuando me fui, esto era el infierno, pero se ha convertido en un auténtico paraíso. Recuérdame que te duplique el sueldo, Roger; en tus manos hasta los niños florecen.

—El señor Ruvie no es tan tonto como parece —declaró L.

Wammy reconvino al niño, pero yo lo defendí:

—Perdónelo. Él tampoco es tan bruto como parece.

Luego nos sentamos a desayunar todos juntos. En el aire flotaba un alivio que no habíamos sentido desde hacía tiempo, y todo se debía a nuestro líder, quien lucía renovado y jovial.

—Veo que el viaje te sentó muy bien, a pesar de la difamación —le dije.

—L me enseñó que en lugar de huir hay que tomar la situación en nuestras manos. Voy a cambiar lo que me hace sufrir.

—Gracias a ese estúpido programa pudimos verificar que miss Elizabeth no mentía, al menos respecto al reportero —intervino el pequeño detective.

Quise desviar el tema, pero mi jefe no lo permitió.

—¿Cómo que ella miente?

—En realidad preveía que atacarían el centro cultural y por eso se quedó en Japón. De hecho, sospecho que conoce muy bien al bombardero loco. Usted no lo sabe, pero fue citada a declarar como sospechosa de llevar explosivos y golpear a un policía.

Death Note: Los bombazos locos de WinchesterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora