Capítulo 8 (II) Las Parcas me Provocan

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Nos sentamos en una gran mesa ovalada, en una habitación de techo alto. La habitación tenía muchas ventanas en la parte superior que permitían que entrara mucha de la luz de Helios. En frente mío tenía papiros y un estilete* recién entintado. Anotaba todo lo que se decía. Antonio me había enseñado hace mucho cómo tomar notas políticas, y era una habilidad que no se podía olvidar.

Cleopatra se sentó a la cabecera de la mesa, con Julio César, por supuesto. Marco Antonio se sentó al otro lado de Cleopatra y yo me senté a su lado. Estaba muy cerca de la reina de Egipto. Ella era más bonita de cerca, pero no por mucho. Sin embargo Venus le había dado gracia, y mucha. No podía evitar inclinar la cabeza cada vez que la oía hablar, sin embargo, mientras mi mano escribía lo que oía, mi mente divagaba.

Selene. Un nombre que simplemente... tenía gracia y delicadeza de por sí. Y al mismo tiempo, fría ferocidad. Selene, igual que la diosa de la luna. La forma en que su cabello oscuro hacía juego con sus ojos y su piel bronceada contrastaba con el blanco de su vestido. Los brazaletes de oro hacían parecer real y magnífico, aunque sin joyas que todavía se vería hermosa. Éste era sólo un pensamiento observacional, no sentimental. O, al menos de eso me convencí.

-Alejandro,

Cleopatra repentinamente detuvo la charla política y me miró. Incliné la cabeza.

-¿Sí, Majestad?

-¿Estás tomando buenas notas?

Asentí.

-Por supuesto, su alteza. Cualquier otra cosa sería inaceptable

Cleopatra parecía satisfecha con mi respuesta.

-No esperaría menos de un joven tan apuesto y educado.

Ella sonrió. Se veía físicamente deslumbrante. Sus ojos marrón verdoso estaban delineados con kohl, una línea gruesa que se extendía hasta sus sienes, y sus labios estaban pintados de rouge. Sus ojos se movieron hacia a Antonio, pero luego volvió a mirar al César.

-Él tiene dos grandes modelos a seguir, así que no estoy segu...

-¡Oh! Cesarión! -gritó una voz desde fuera de la habitación.

De repente, un niño pequeño en un kilt blanco se acercó corriendo. Tenía la cabeza rapada, a excepción de una trenza al costado que le llega un poco más debajo de la oreja. Tenía en la mano un cayado y mayal**, los símbolos del poder en Egipto y los agitaba salvajemente. Abrí mis ojos.

-¡Mamá! ¡Mamá!- gritó el muchacho.

No podía tener más de tres años.

-¡Cesarión!- la joven llamó, y dijo algunas cosas más en Egipcio que no pude entender.

Otra figura entró tropezando a la habitación. Ella llevaba un vestido blanco hasta los tobillos con brazaletes de oro en sus brazos y muñecas. Llevaba un collar de piedras preciosas y su cabello estaba trenzado por la espalda, pero no podía ver su rostro. Cesarión... ¡pero si él era el hijo de Cleopatra! El niño se dio media vuelta y le sacó la lengua a la chica que lo perseguía, pero no dejó de correr. La chica aceleró el paso y levantó al niño pequeño.

-Ja -dijo ella, y lo colocó en su cadera.

Ella se tocó la nariz y le sonrió, pero entonces fue consciente de su entorno. Levantó la vista del niño a la mesa con una mirada asustada en su cara. Selene. Estaba tan asombrado que se me cayó mi estilete.

-Oh Isis. - ella murmuró.

Fijó su vista en mí y sonreí tontamente. Se mordió el labio y Cesarión le golpeó la cabeza con el cayado, lo que le hizo voltear a ver a la Reina de Egipto.

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