Capítulo Cuatro: Egipto
Alejandro
Había pasado menos de un día en Egipto y ya estaba fascinado. ¡La cultura era tan diferente de Roma! Sin embargo, había algunas similitudes; teníamos en común algunas influencias griegas.
-Alejandro, ¿estás disfrutando del banquete? ¿Tu primer banquete egipcio? -Antonio me preguntó, sonriendo.
Levanté la vista de mi extremadamente exótica comida y lo miré.
-¡Es asombroso! -Exclamé.
Antonio rió calurosamente.
-¿Está el niño disfrutando? -preguntó otro miembro del Senado de Antonio, y él asintió con la cabeza.
-Sí, Trebonio, lo está. ¡Ésta es una fiesta tan hermosa!
La mesa estaba llena de vida y charla, pero yo estaba un poco fuera de lugar. Estos hombres eran todos mayores y sabían de qué hablar el uno con el otro. Yo era el menor, y sólo Antonio hablaba conmigo.
Antonio bebió de su copa, que había sido llenada con cerveza egipcia. Yo tomé unos sorbos del vino que estaba delante de mí, pero tuve cuidado. Un hombre sobrio es el más sabio de todos, Antonio me había dicho una vez. Miré a todos los romanos alrededor de la mesa y luego puse mis ojos en Cleopatra, la reina egipcia. Tenía el pelo oscuro oscuro, sus ojos delineados de negro y llevaba una corona de oro. No era la mujer más hermosa que hubiera visto en mi vida. Su nariz tenía una ligera joroba, pero cuando sonreía se vería un poco más bonita.
Todo el mundo en Egipto vestía de manera extraña. Las mujeres usaban simples vestidos blancos, algunas llevaban joyas. Los hombres vestían túnicas blancas o a veces simplemente faldillas blancas, lo que les dejaba con el torso desnudo.
-Alejandro, ¿vas a limitarte a mirar tu comida o la vas a comer? ¡Está deliciosa!- Antonio rió.
Ni siquiera me había dado cuenta de que me había quedado mirando, pero tomé un bocado de algo exótico. No, algo egipcio. Estaba delicioso, y comí un poco más.
-Tú, el de allí -llamó una voz femenina.
-¿Yo? -preguntó Antonio, y me pareció oír un tono de esperanza en su voz.
-No, el que está junto a tí. El chico guapo -dijo.
Miré hacia arriba y me di cuenta de que era Cleopatra quien me había llamado. Era verdad, ella sî era bastante encantadora. Tragué saliva.
-¿Sí? -Antonio me dio un codazo, y entendí- ¿Sí reina?- Tenía la esperanza de que no sonara falso.
-¿Estás disfrutando de la cena? -dijo con suavidad. Sonrió.
-Sí, es maravillosa. Gracias -Miré a Antonio y él guiñó un ojo. -Egipto es una tierra hermosa -añadí, sólo por si acaso.
Antonio me dio una palmadita en la espalda. Cleopatra sonrió, se volteó a César, y le dijo algo. César asintió y sonrió.
-Te dije que era un encanto -Antonio me dijo- Ahora no te distraigas con ella. Ni con cualquier otra chica egipcia, en realidad. Como tú mismo dijiste, estás aquí por la política y por mí.
Antonio se pusó poco severo, pero su estado de ánimo respecto a la fiesta no cambió.
-Finalmente no me presionas a encontrar una chica egipcia. -le dije, y él se rió.
-Alejandro, simplemente diviértete aquí. Admira la cultura. Aprende sobre política y aprende de César. Y, -Antonio sonrió maliciosamente y miró mi comida- disfruta de las delicias.
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La Casa Del Sol Naciente
Historical FictionSelene Arsinoe está viviendo en la época más inestable en la historia de Egipto. Su Reina, Cleopatra, está teniendo una aventura amorosa con el dictador romano Julio César. Tanto romanos como egipcios desaprueban el amorío. Los habitantes de ambas n...