Capítulo Siete: Débil e Indefensa Pequeña Niña (II)

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Sosígenes me miró con dureza. Dio un paso atrás y nos observó a ambos con cautela.

-Ahora, si ustedes actúan como niños, yo voy a tener que tratarlos como niños. Los dos, al jardín, a resolver esto, ahora.

Sosígenes, a pesar de su edad, actuaba más como un faraón joven que cómo un viejo astrónomo.

Tanto Amenemhet como yo salimos al jardín en silencio. Me senté en las escaleras que daban a la fuente. Donde me había caído con la gata más temprano. Ahora la reflexión de Ra brillaba el agua que iba de camino a la Duat. Amenemhet se sentó a mi lado, encorvado y mirando el agua. Yo no iba a hablar primero.

-Selene,... -comenzó él.

Yo no dije nada.

-Sabes que eres mi hermana pequeña.

Aparté la vista

-Es mi trabajo protegerte.

-¿Lo es? -Gruñí- Porque ahora mismo, todo lo que estás haciendo es tratarme como una niña.

-No es mi intención. Tú eres muy especial para mí. Hemos sido mejores amigos desde el nacimiento. Eres como mi hermana. Significas mucho para mí, Selene, y si alguien te hiciera daño, especialmente algún extranjero, nunca me lo perdonaría.

Suspiré y bajé la mirada.

-Amenemhet, ya no soy una niña, y no entiendo por qué insistes en tratarme como tal. Yo...

-Eres una inteligente y bella mujer. Lo sé, Selene. Te veo todos los días. Es sólo que no quiero que algún un tipo romano se aproveche de eso.

-Amen, soy una bailarina de fuego. ¡Soy casi tan peligrosa como un guardia de palacio con una espada khopesh!

-Solo si hay fuego, Selene, -Amen insistió- Ahora. ¿Por casualidad ese chico romano...

-Alejandro- gruñí.

- -¿Te hizo daño? Juro por la Pluma de la Verdad de Nla'at que si ese tipo apenas te tocó...

-Estoy bien. -murmuré- Si ese chico tan sólo pensara en hacerme daño su mano derecha sería alimento de Sobek.

Sobek era dios cocodrilo.

-Sería más que su mano derecha -dijo en un tono bajo.

Le sonreí a medias.

-Simplemente no quiero que te lastimes.

-Tú nunca has conocido a un romano. Bueno, hasta hoy. Pero aun así, eso fue sólo una vez y no podías entender lo que decía. Yo sí.

Él suspiró.

-En serio, deja de subestimarme.

-Está bien, Selene, confío en ti.

Esas fueron las tres palabras que necesitaba escuchar.

-Gracias -le dije.

Me ayudó a levantarme.

-Lo siento, te empujé -murmuré.

Él me abrazó.

-Está bien.

Yo le devolví el abrazo y me besó la frente.

-Solo ten cuidado.

Nos alejamos y caminamos de regreso a la sala principal. El sol se había puesto por completo.

-Ahora, niños, ¿están dispuestos a comportarse como egipcios civilizados? -Sosígenes preguntó mientras entrábamos.

-Sí, señor -Amenemhet habló por ambos.

-Bien.

Sosígenes se levantó de su trabajo y nos dirigió la vista.

-Ahora, mañana por la mañana estaré viajando a Tebas para hablar con algunos colegas astrónomos. Me iré muy temprano. Amenemhet, me gustaría que vengas a ver a Selene dos horas después de que Ra aparezca en el Duat.

Gruñí.

-Sosígenes, aprecio tu preocupación, pero...

-Amenemhet, ¿harías eso por mí?

Me golpeé la frente.

-Sí, señor, lo haré-, dijo Amen.

Genial. Iba a tener una niñera.

-Porque soy una niña completamente indefensa que necesita ser vigilado por un tipo que totalmente puede defenderme si un ejército de romanos viene y al azar escoge esta casa para atacar -Gruñí, amargamente sarcástica.

-Selene, sabes que no me gusta dejarte sola -Sosígenes suspiró.

Crucé los brazos.

-Está bien.

No iba a discutir. No tenía sentido perder el aliento. Me fui a mi habitación, puse la cortina de privacidad a un lado y me arrojé en la cama. Odiaba sentirme sobreprotegida. "Soy una egipcia independiente" pensé. Ningún romano tendría oportunidad alguna contra mí.

Me senté en la cama y miré a la única ventana de mi habitación. Una brisa fresca soplaba dentro del cuarto, respiré profundamente. Podía ver la luna elevarse lentamente. Mi ventana era lo suficientemente grande como para que yo pasará a través, pero nadie más. Era lo suficientemente baja como para que yo me subiera fácilmente, pero sin dar la oportunidad a serpientes y escorpiones de venir y hacer su casa aquí.

Tenía muchos cachivaches en mi habitación. Pequeños juguetes de cuando era pequeña, un juego de Senet, Perros y chacales (un juego que no se puede jugar si apostar), y tres espadas. Era extraño que una chica tuviera espadas, pero Sosígenes las había conseguido para mí. Yo tenía una daga, una cimitarra y ,mi favorita, una espada khopesh. Era negra con detalles en oro, y cortante como el pico de Thoth. Mis antorchas de baile estaban en una esquina, sus puntas chamuscadas por el fuego. Me levanté y sostuve mi espada khopesh, haciéndola girar.

-¿Selene ...?

Oí que alguien entraba en mi habitación. Me di la vuelta y lo apunté con la espada, justo debajo de la barbilla.

-Whoa, Selene ...

Era Amenemhet.

-Oh, dioses, lo siento mucho.

Tuve un tono un poco sarcástico. Empujé la hoja debajo de la barbilla un poco más, pero tuve cuidado. Incliné la espada de lado, así que era la parte plana la que estaba debajo de la barbilla.

-Soy sólo una niña débil e indefensa- dije suavemente, y retrocedí la espada-Incapaz de defenderse en contra de nadie.

Devolví la espada a su sitio.

-Selene, mañana vendré con un amigo. ¿Te importa? Podemos pasar el rato juntos.

Él actuaba como si yo no hubiera hecho nada con la khopesh. Bueno, al menos ahora me conocía mejor.

-¿Tengo otra opción?- pregunté.

-Es Kerpheres, -Amen sonrió-¿Te acuerdas de él?-

Rodé los ojos.

-¿Y?

Kerpheres era un conocido de Amen. Yo lo había conocido hace tres años, cuando yo tenía catorce, y en ese entonces me gustaba. Pero aun así, pasar el rato con ellos no sonaba tan atractivo como pasear por la ciudad por mí cuenta.

-Vamos, que le gustas -bromeó.

-Bien por él, a mí no me agrada.

Esa era la verdad, ya no me gustaba, por lo tanto no aumentaría el peso de mi alma.

-De cualquier manera, Selene, le prometí a Sosígenes que al menos te echaría un vistazo mañana. Nos vemos.

Amenemhet salió de mi habitación y yo fruncí el ceño a su espalda.

-Kerpheres. Usarlo para disimular que vendrás a cuidarme no funciona. -gruñí.

Regresé a mi cama, me recosté y cerré los ojos. De ninguna manera me quedaría allí par cuando ellos llegaran. Tenía una ventana por la que podía escapar fácilmente y un buen sentido para la aventura.


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