Capítulo Cinco: El Romano

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Capítulo cinco: El Romano


Selene

-¿Entonces no estás herida, Selene?- Amenemhet me preguntó, examinando mis brazos y piernas. Lo empujé.

-¡Estoy bien! -Grité- Sin quemaduras, ni un tobillo torcido, nada de nada.

Levanté a Nofre-Ari y acaricié su cabeza. Amenemhet y yo estábamos en el jardín de mi casa, y él estaba preguntando- no, interrogándome acerca del banquete.

-¿Los romanos no te pusieron la mano encima?- cuestionó, asegurándose.

Se sentó en un banco, mirándome con sus preocupados ojos marrones. Yo me senté en los escalones que conducían al agua, mojando mis pies. Nofre-Ari estaba un poco inquieta por el agua, pero aún podía sostenerla.

-Ni un solo dedo -articulé- Santa Isis, ¡Eres más protector que Sosígenes!

-Hemos sido amigos por siglos, por supuesto que soy protector.

Suspiré.

-Amenemhet, he bailado para nubios, hititas, gente de casi todas las naciones de las que el Faraón Ramsés el Grande tomó una esposa. ¿Por qué estás tan preocupado por los romanos?

Él se levantó y se sentó a mi lado.

-Selene, son bárbaros. Son los que menos se parecen a nosotros. Su diversión es hacer Juegos de gladiadores: Miran a personas luchar entre sí hasta matarse. Hacen luchar entre sí a animales; animales que nuestros faraones tendrían como mascotas. Obviamente somos más civilizados que ellos. César, un hombre casado, tuvo un hijo con Cleopatra. Ni siquiera estaban casados. Es cierto, hemos tenido faraones que tenían varias esposas, ¡pero eso es aceptable! No es como si hubieran tenido hijos antes de casarse. Con César, la historia es otra.

Acaricié a Nofre-Ari para evitar ponerme furiosa.

-Anoche Vi a César con mis propios ojos. Puedo decir, y Sosígenes sabe, que ese hombre es alguien que se sacrificaría por su pueblo. Él haría cualquier cosa para que sean felices. Y ni un solo romano trató a Cleopatra, a los músicos, o a mí, como si los egipcios fuéramos inferiores. ¡Atiende razones!

Él suspiró.

-Selene, eres tan cabeza dura... no voy seguir discutiendo esto contigo.

Sonreí triunfante, pero, de repente, Nofre-Ari saltó de mi regazo. Yo salté a atraparla, perdí el equilibrio ¡y ambas nos hundimos en el agua! Me levanté como pude y tomé aire con la gata en mis brazos. La puse en las escaleras, y ella salió corriendo.

-¡Nofre-Ari!- Grité, a medida que salía del agua y corría por las escaleras.

Nofre-Ari corría muy rápido, pero yo estaba decidida a atraparla.

-¡Selene!- Oí a Amenemhet gritar detrás de mí, pero no me detuve.

Corrí, empapada, a través de la sala principal, pasando por la puerta, y a la calle.

-¡Nofre-Ari!- Grité.

Deseaba no haberla acercado tanto al agua. Corrí por la calle, siguiendo a Nofre-Ari, que era tan veloz que me hacía pensar que un dios del viento la había bendecido, y no Bastet. Mi vestido y mi cabello pesaban, pero tenía suficiente fuerza para seguir corriendo.

-¡Selene! ¡Vuelve aquí! -gritó Amenemhet.

Él me perseguía a mí mientras que yo perseguía a la gata, pero estaba lejos de ser tan rápido como yo. Él era un escriba, no un bailarín. Esquivé ágilmente a la multitud, sin atreverme a quitar los ojos de la bendecida de Bastet. Casi me tropiezo con un vendedor.

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