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Prólogo

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Puedo sentir su mirada sobre mí.

Me acomodo el flequillo con los dedos y me enderezo en la mesa de la cafetería, como si de alguna manera esto pudiera hacerme parecer más alta y segura de mí misma. Mis manos comienzan a sudar por los nervios cuando la comisura de sus labios se eleva en una sonrisa y comienza a caminar en mi dirección con esa arrogante seguridad que siempre me ha atraído.

No sé qué es lo que hace aquí, en mi facultad, en el último día de clases, pero no voy a preguntar. Mi vecino, Colton, está aquí y se dirige hacia mí. Tal vez mi papá le pidió de favor que viniera a recogerme. Eso explicaría por qué todavía no ha llegado.

Me humedezco los labios cuando noto la manera en la que sus jeans se ajustan a sus muslos y caderas.

Maldita sea, está tan bueno...

Lo veo elevar una mano a modo de saludo y, con timidez, yo hago lo mismo. Casi estoy temblando de expectación, aunque no sé por qué. No es como si no hubiéramos hablado antes, porque ya lo hemos hecho. Hablar, quiero decir.

Había sido amable conmigo en nuestros encuentros (aunque no precisamente amistoso) desde el día que nos conocimos. Era un momento que, si pudiera borrar de mi mente para siempre, lo haría sin dudarlo. Todavía me avergonzaba al recordarlo.

Yo iba saliendo de casa en mi bicicleta y él salía del taller justo al lado, donde trabaja. Tiene un pequeño cuarto en el segundo piso, sobre del taller y tengo entendido que el dueño se lo renta a un muy módico precio. Así tiene ganancias extras y alguien que cuide el negocio por la noche.

Como iba diciendo, yo cruzaba la calle en mi bicicleta justo cuando él daba reversa en el auto, por lo que golpeó mi rueda trasera, me hizo perder el equilibrio y me envió de bruces al suelo. Por suerte, frenó con rapidez y el incidente no pasó a mayores. Mis manos y rodillas terminaron magulladas, llenas de sangre y gravilla.

Cuando Colton bajó del vehículo y me vio tendida en la calle, asustada, soltó una letanía de maldiciones. Se quitó sus características gafas oscuras y me miró con el ceño fruncido, un cigarro colgando de entre sus labios.

—¿Estás bien? —preguntó con su grave voz.

Asentí como una tonta sin habla, deslumbrada y un poco enamorada. Él sonrió, conocedor del efecto que causaba en mí. Estiró una mano para incorporarme y yo la sujeté temblorosa. Sentía que me iba a desmayar por el susto y por tenerlo tan cerca. Me había dedicado a observarlo de lejos desde que nos habíamos mudado un par de meses atrás, pero nunca de tan cerca.

Sentí que los colores se me subían al rostro cuando su mirada recorrió mis facciones.

—Lo siento, no me fijé que venías saliendo —susurré.

Siempre he sido demasiado distraída y es por eso que sufro accidentes con más frecuencia que la gente normal.

Sus labios se estiraron en una sonrisa torcida y, por un instante, pensé que iba a caer muerta ahí mismo. Muerta por combustión espontánea.

—No te preocupes. La culpa fue mía. Solo mira a ambos lados antes de cruzar la calle otra vez, niña. —Revolvió mi cabello después de decir eso, se subió al auto y se fue. Me dejó ahí con la boca un poco abierta, asombrada por lo bien que lucía. Desde entonces he tenido un pequeño enamoramiento por Colton Lake.

Bien, es algo más que pequeño.

Es casi una obsesión.

El sonido de unas risas me saca de mi ensimismamiento. Me pongo de pie cuando veo que está solo a un par de pasos de distancia y él abre los brazos como esperando que... ¿lo abrace?

Eso me confunde.

Frunzo el ceño y giro mi rostro para ver si hay alguien detrás de mí... y en efecto, la secretaria viene casi corriendo con los brazos igual de abiertos. Avergonzada por completo, tomo asiento otra vez y miro la carpeta frente a mí como si fuera lo más interesante del mundo cuando ambos se unen en un abrazo demasiado pasional justo a mi lado.

Escucho cómo es que se empiezan a besar y un gemido proveniente de ella llega a mis oídos. Mis cejas se disparan hacia arriba.

Al parecer es un buen besador.

Por la esquina de mi ojo alcanzo a ver cómo él le agarra el trasero sin frenarse por estar en un lugar público y la restriega contra su ingle.

"Oh, dioses. Por favor que no follen como conejos justo aquí", pido en mi mente. No soportaría ver que se empezaran a arrancar la ropa y, aunque sé que no lo van a hacer, hay una pequeña voz que duda dentro de mi cabeza.

Tras lo que parece ser una eternidad, se distancian. Ambos muy sonrientes, eso sí.

—¿Viniste en tu moto? —pregunta Livie, la secretaria, con un tono coqueto.

Abraza la cintura de Colton como un pulpo y yo ruedo los ojos ante la muestra de posesión.

—Nah —dice relajado como siempre—, está nublado y a punto de llover. Hoy he traído el Mustang.

La toma del codo y la saca de ese lugar sin dar más explicaciones.

Genial, lo que me faltaba.

Lluvia.

Solo falta que mi padre no me recoja y tenga caminar bajo la cortina de agua que no tarda en caer. Miro por la ventana al cielo gris cuando ambos se han marchado y, para mi mala suerte, las gotas comienzan a golpear el suelo con fuerza. Suspiro con frustración y miro la hora en mi teléfono. Quince minutos para las cuatro de la tarde. Eso solo significa una cosa: Mi padre no vendrá

Tengo que irme caminando a casa.


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