14. Nativo

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Abro los ojos y todo está oscuro. Al empujar con fuerza descubro que la tapa que me aprisiona se abre y entro en contacto con la tierra. Al salir descubro un inmenso sol que resplandece armonioso en mitad de un cielo primaveral. Estoy rodeado de pájaros, árboles, flores y lápidas.

¿Qué hago en el cementerio? ¿Estoy muerto? ¿Porqué he salido de una tumba?

Perplejo comienzo a caminar, salgo del cementerio, las personas con las que me encuentro me evitan o me ignoran, voy lleno de tierra y despeinado.

No recuerdo quien soy, cuando me siento mucho rato la gente me da monedas o comida, pero no me hablan. Así que voy vagabundeando hasta llegar al límite de la ciudad, veo un bosque y montañas a lo lejos. Voy hacia ellas.

Cruzo un río y ando durante horas hasta perderme entre fragancias, colores y formas llenas de vida, sabiduría y paz. Paso la noche dentro de un árbol hueco, rodeado de jabalís. Me levanto con el canto de los pájaros e imito a los animales, haciendo lo que ellos hacen, comiendo lo que ellos comen.

Soy feliz, nada me atormenta.

Una tarde descubro en el río a un niño recolectando berros y setas. Salgo a su encuentro y él me guía hasta un pequeño poblado. Allí cultivan bosques frutales y pequeños huertos, también veo algunos animales sueltos. Los niños corretean alegremente y los mayores dedican su tiempo cultivando, construyendo, meditando o jugando.

Me invitan a sus casas. Allí cocinan, tejen, cantan y se miman. Y por las noches se reúnen en torno al fuego.

Tienen curiosas herramientas que fabrican con cariño y cuentan con luz eléctrica que generan con sencillas máquinas.

Conforme los conozco me enseñan a leer el alma y escribir en la tierra, a sentir más allá de los sentidos y amar la vida.

Son una cultura fascinante que decidió abandonar las ciudades y encontraron la felicidad al devolverse a la naturaleza y crecer junto a ella.




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