Soy un completo desastre

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Mi vida siempre ha sido rara. Tuve una infancia super extraña, en la cual mis papás se sacaban la mugre por nada, crecí viendo maltrato físico y psicológico constantemente, e incluso aprendí a llamar a carabineros a mis cortos años de edad.

Mi vida sin duda era un desastre.

Vivíamos también, con mis abuelos y mis tías, personas que hacían mi vida mejor cada día. Mi abuela era concertista en piano y profesora normalista, una mujer muy estricta y dura, pero también dulce y amable cuando yo era gentil con ella. Al principio no parecía quererme mucho porque decía que era igual a mi madre. Un día me empeñé en decirle que no era bruta, como ella siempre me trataba. Y la sorprendí. Aprendí a leer a mis cortos cuatro años de edad y me agarró un cariño tan grande, que se volvió mi mejor amiga.

Mi abuelo, era un cantante de tango frustrado. Todas las mañanas me despertaba oyendo a Gardel, mientras daba serenata a la salida del sol. Por su culpa me gustan tanto los tangos. Cuando me veía llorar por lo que pasaba con mis papás, siempre me regalaba una moneda. En ese tiempo,  una moneda te alcanzaba para comprar un helado y  sobraba vuelto, así que yo feliz iba a comprarme el helado y se me olvidaba la tremenda trizadura de platos y vasos que habían llovido previamente.

Mis dos tías, que eran como unas hadas madrinas que me encontraban escondida en el clóset, jugando con mis amigos imaginarios cuando mis papás se peleaban, una de ellas era una ex cantante soprano, actual ama de casa y la otra, profesora de básica. A mi tía Anita la veía siempre, a mi tía Leonor muy poco.

Todo era muy loco.

Mi familia era muy loca. Mis papás eran los más locos.

Tengo varios intentos de suicidio en el cuerpo, que los arrastro como cadenas, producto de estas tan extrañas peleas de las cuales fui testigo. Suicidios que aseguró el doctor Ramón, eran producto de una depresión que yo arrastraba durante años.

Todo iba mal, y mi vida amorosa, peor. Cuál de todos mis novios más raro, más enfermo, más extremo. El primero, se declaró gay a los pocos meses de haber empezado el noviazgo.

- Sólo quería estar contigo para probar si me gustaban las mujeres –dijo- pero me di cuenta que no. Y como no accediste a tener sexo conmigo, nunca sabré ahora si me gustabas o no.

Lloré  un mes entero después que me dijo eso. Sólo tenía 15 años.

El segundo me pegaba. Sí, me pegaba. Tal cual lo leen. Me pegaba porque decía que le daba vergüenza andar conmigo, porque yo entendía de inglés y él no, me pegaba porque encontraba que me arreglaba mucho, porque según él miraba a otros hombres, porque yo estudiaba en la universidad, porque era inteligente, porque era lista.

No sé qué tan inteligente podía ser si andaba con alguien como él.

La verdad, pensé, si puedo aguantar los golpes, no va a ser tan malo. Un día no los aguanté más y gracias a una amiga que lo pilló con la cajera de la ferretería en donde trabajaba, lo mandé a la mierda. Sentí que se me iba el alma en llanto. Yo merecía algo mejor... ¿O no?

Me cuestioné incluso a que había venido a este mundo. Mi vida amorosa era un desastre.

Luego conocí a Luis. Era mexicano, el chico más dulce del planeta, tierno, pero con una depresión infernal que me arrastraba con él. Me contó que estudiaba ingeniería en informática, hasta que un día lo pillé y descubrí que nada era cierto, además que, debido a que éramos de distintas nacionalidades, sus amigos me detestaban.

- ¡Te vas a poner tarado, weeee! – le decían- ¡Te van a tener comiendo empanadas en vez de tamales!

Se encargaron de separarnos y le consiguieron a una novia mexicana muy bonita... cosa de la que me vine a enterar por una foto cuando aún estaba conmigo.

El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora