Un Roboc

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Esa tarde Daniel me volvió a hablar para preguntar como me había ido.

- Si, bien, le vendí los cds –mencioné.

- ¿Y te pagó bien?

- Sí, claro –contesté pensativa.

- ¿Y cómo se llama? –siguió.

- Se llama Wes.

- ¿Qué nombre es ese? –dijo, escribiendo emoticones graciosos.

- Supongo es un Nick, dudo que alguien se llame así, creo que le preguntaré luego.

- Mmm... ¿Lo verás de nuevo?

- O sea sí, porque quiere clases de fotografía el fin de semana y me prometió pagar muy bien.

- Ah, me alegro. Junta ese dinero porque lo vamos a necesitar –mencionó- Hoy pasó algo bien feo en mi casa, me peleé con mi hermana y mi mamá.

- ¿En serio? ¿Por qué? – pregunté intrigada.

- Porque es muy descuidada con mi sobrina. Se va por ahí a hacer estupideces y la deja sola. Yo vivo en el ciber donde trabajo prácticamente, prefiero estar acá que en casa. Con mi hermana nos llevamos horrible por el asunto de mi sobrina. Tuvimos una pelea espantosa –dijo interrumpiéndose.

- ¿Y... qué pasó?

- Le pegué. La golpeé tanto que la deje tirada en el suelo inconsciente.

- ¿Es broma? – sentí frío en la espalda y me acordé de mi ex, el que me agredía hasta el cansancio- ¿Cómo que le pegaste a tu hermana?

- Sí, sabes... tengo esos ataques muy violentos a veces, no me puedo controlar. Te cuento esto porque confío en ti. Sé que me harás cambiar... confío tanto en ti, veo nuestro futuro juntos. Va a ser increíble...

Quería que me tragara la tierra. No quería saber de nadie que fuera como mi ex y ya con el maltrato que oía a diario en casa me era suficiente.

Justo entró mi tía con la comida y me interrumpió la conversación.

- Oye me tengo que ir... llegó mi tía con la cena –le dije a Daniel.

- Bueno nos leemos luego, besos, te quiero infinitamente...

- Sí, yo ídem –dije, cerrando la ventana de chat.

Mi tía me vio e hizo un gesto de desaprobación.

- Le miro la cara y se lo que me va a contar –alegó.

- Yo no te cuento nada, eres tú la que adivinas.

- No me gusta ese chico, ¿sabe?

- ¿Por qué? ¿Qué tienes que meterte tú en mis cosas?

- Me meto no más porque la quiero como mi hija.

- Mmm... -gruñí, comiéndome lo que me había traído.

- Voy a lavar los platos. Chau –dijo, saliendo con la bandeja.

Mientras terminaba de digerir la cena así como la confesión de Daniel, la ventanita de Messenger se activaba con el nombre de Wes. Sentí que el corazón se me iba a salir por la cabeza.

- ¿Hola? –decía.

- Hola –contesté, con los dedos temblorosos.

- ¿Te caí bien? 

- Sí, obvio, eres buena onda –dije, medio nerviosa- ¿Y yo, te caí bien?

- Sí, eres muy bonita, más de lo que veía en las fotos –casi se me da vuelta el té en el teclado cuando leí eso.

- Jajaja... -escribí- No te creo. No soy bonita, mi abuela siempre decía que las mujeres deben andar siempre arregladas, pero deben resaltar más por su inteligencia que por su belleza.

Mis abuelos habían fallecido hace muy poco. Primero se fue mi abuelo y al poco tiempo partió ella. Sólo recordarlos me hacía sentir infinitamente triste.

- Pues, a veces se pueden tener ambas cualidades –continuó él- Y es tu caso. Bonita e inteligente.

- Y tú ciego –reí- A todo esto, ¿cómo rayos te llamas?

- Wes... -dijo, poniendo una carita sonriente.

- Yapo. En serio.

- Wesenlao.

Exploté en risa. ¿Era joda? ¿Existe ese nombre?

-Yapo, hablo en serio. ¿Cómo te vas a llamar así?

- No sé, mis papás me pusieron ese nombre –dijo, insistiendo con esa carita graciosa con los ojos hacia arriba.

- No te creo –volví a insistir- Me estás agarrando... Ese nombre no existe, conozco a gente que se llama Wenceslao, pero no Wesenlao. Ningún humano puede llamarse así.

- ¡Nooo! –dijo, muerto de la risa – Pero yo no soy humano, soy un roboc.

- Robot, querrás decir – insistí.

- No, roboc –aseguró.

Me contó muchas cosas, que trabajaba en un ciber café hasta la medianoche, cosa en la que coincidía con Daniel. Su sueño era estudiar cine algún día, aunque amaba todo lo que tuviera que ver con informática. Y siempre salía con alguna tontera que me hacía explotar en carcajadas.

Hablábamos tardes enteras y sentía que nos conocíamos toda la vida. Algo había hecho que nos reuniésemos, definitivamente. O yo había hecho algo muy bueno, para haberlo conocido o reconocido nuevamente. Si las almas gemelas existían, él era sin duda la mía.

- Cuando vayamos a ver la película, lleva la cámara, así aprovechas de enseñarme a sacar fotos –dijo.

- Sí, la llevaré. Es fácil de usar.

Y así pasábamos hablando de películas, de Dario Argento, de Fulci, de las películas de terror ochenteras y una infinidad de cosas increíbles. Hablábamos tanto que empecé a contarle mi vida, ambos teníamos muchos hermanos y vivíamos en extremos de la ciudad de Santiago de Chile, aunque el insistía en llamar a su casa Hobb's End.

Se volvió mi mejor amigo, mi confidente, alguien quien sabía muchos de mis más extraños secretos... menos que me iba a casar.





El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora