Via Crucis

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No podía ser cierto, yo sabía que él vivía aún dentro de mí, lo sentía crecer, su corazón latía, mi cuerpo se estremecía cada vez que le daba hipo, funcionábamos al unísono, mi voz retumbaba en sus oídos porque cuando yo le cantaba, él parecía comenzar una danza suave al ritmo de mi voz.

Recordé las palabras de uno de mis personajes favoritos, Eric Draven, "The Crow": "Madre es el nombre de Dios en los labios y corazones de los niños".

¿Era Dios para este bebé?

¿Un ente poderoso que podía decidir entre su vida y su muerte?

Me recliné en el sillón que me mantenían en espera para asignarme una cama y de pronto se me acercó una mujer.

- Hola –me sonrió-- ¿Te puedo dar un consejo?

Parecía ser una de esas típicas trabajadoras del aseo hospitalario.

- Sí... claro... --dije con un hilo de voz.

- ¿Ves esa máquina de dulces que está al fondo? Compra un chocolate. El que contenga más cosas. Cómetelo. Aunque estés enferma del estómago. El corazón del bebé no se oye porque lleva mucho rato sin recibir ningún estímulo. Parecerá tonto lo que te estoy diciendo, pero deberías hacerme caso.

Se despidió y desapareció tras su tarro de basura, volviendo a sus quehaceres.

Me levanté como pude y le hice caso. Me comí el chocolate más grande que encontré y me senté. A los pocos minutos sentí hipo dentro de mí. Era Vicente que estaba moviéndose. Su corazoncito latía más fuerte cada vez y fue tanto que empecé a sentir un dolor agudo en las caderas.

Vicente se movía, parecía acomodarse una y otra vez, mi cuerpo se contorsionaba. No recuerdo quien me subió a una camilla y me llevaron a una sala, donde me pusieron un cinturón incómodo para sentir el latido.

- ¡Tenemos latido! –grito una matrona mayor, que dijo llamarse Eliana.

Todo me daba vueltas, mi cuerpo era un mar de dolor irresistible, donde el pequeño estaba decidido a ampliar su espacio estirándose.

- Me duele mucho... --dije a la matrona, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.

- Escúchame niña –me dijo la matrona, sosteniendo mi mano—Este bebe despertó y esta increíblemente activo. Yo creo que ya luego lo tendrás en tus brazos. Llamaremos a tu esposo para que esté contigo.

Pero Wes no estaba, porque él se encontraba en la sala de espera con un dolor agudo similar al mío, el cual fue tan intenso que lo tuvieron que llevar de urgencia a una camilla y le pusieron un calmante.

Yo susurraba su nombre pero él no llegaba y no entendía donde se había metido, hasta que su madre apareció comentándome que estábamos viviendo lo mismo en dos lugares diferentes de aquel feo hospital.

Fueron varias horas que estuve así, vagando en un limbo de lágrimas y dolor, el dolor más increíble que un cuerpo pudiese soportar.

Luego apareció un hombre algo hostil con una bata blanca que me reviso como quien aprieta una fruta en el supermercado.

- Falta dilatación –le dijo a la matrona, que parecía mi única aliada en ese salón de torturas- Así que le voy a dar el alta.

- Pero está con contracciones –dijo la matrona- ¿En serio va a dejarla ir así?

- No tiene ni un centímetro de dilatación, me está ocupando cama acá y la necesito para mujeres que estén listas ya. Ella no es prioridad.

La matrona hizo una mueca de desagrado frente a la decisión del médico.

El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora