Esa palabra que sonaba en mi oido

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"Mamá"La palabra más linda del mundo, dicen que es "mamá". Pero cuando te vuelves madre nada es fácil. Tu vida gira tanto, que despiertas de noche, duermes de día si es que lo consigues, tu pareja deja de existir los primeros días en cuanto a materia sexual se refiere y todo es consolar a un bebé que llora como si el mundo fuera a terminarse.

Dolor por los puntos en toda mi zona baja, porque el pequeño literalmente me desgarró cuando decidió abandonar mi cuerpo.

Debes oir todos los consejos, todos los malditos consejos mal intencionados y los buenos, también. Aunque en realidad no se que tan buenos consejos puedan ser cuando no se piden.

Y cuando pides ayuda, resuenan las palabras de: "Cómo no vas a saber, cómo puedes ser tan torpe".

Se supone que las madres nacemos sabiendo como ser madres, actuamos por instinto, por el hecho de ser mujeres se nos enseña desde que somos muy pequeñas, a llevar un cochecito, te adiestran como un perro para saber como rayos actuar cuando tienes un bebé en tus brazos.

Yo no era así.

Sin duda, todo era desconocido para mí.

Desde niña odié los cochecitos, y recuerdo haber pateado hasta cansarme, una muñeca de esas que lloran en el suelo, porque no se callaba jamás. Después descubrí que si le removía las pilas, dejaba de gritar.

¿Quién con tres dedos de frente le da a su hija una muñeca que llora eternamente?

Cuando oía a Vicente llorar, recordaba a esa horrenda muñeca y todo me daba vueltas. Y el incansable balbuceo de mi madre que me trataba de torpe, que como no iba a saber sacar chanchos, que las madres naciamos sabiendo mudar a un bebé, que era tan fácil, que ella se desgastaba lavando pañales con cloro mientras yo usaba desechables... Ya era tanto el palabreo que opté por no preguntar más nada y dedicarme a investigar por mi cuenta como debía hacer las cosas.

Pero sacar chanchos o eruptos, es una especie de odisea guaguil.

Porque debes revisar en que posición pones al bebé y luego, en que forma correcta golpeas o sobajeas la espaldita del angelito, para hacerle botar todos esos molestos gases.

La verdad es que nunca pude.

Tampoco creo que podré si lo intento con otro bebé.

Pero si bien todo era complejo por un lado, Vicente era un bebé muy tierno, que a sus pocos días de nacido tenía sus gracias, sonreía cuando le hablaba y le encantaba que le cantara. Durante todo mi embarazo le cante metal. No conocía canciones de cuna, así que cantarle el fantasma de la opera era lo más arrullador que podía intentar.
Nightwish se volvió una de sus bandas favoritas.

Un día empece a sentir un extraño dolor en la cara, un dolor agudo, que no me permitía comer ni moverme de la cama. Corrimos al hospital nuevamente y como no podía dejar al bebé solo, tuve que ir con él.

- Tienes una muela demasiado careada y tenemos que extraerla -dijo el dentista.

Si había algo a lo que le tenía pánico era al dentista. Empecé a temblar y sentía que me iba a morir. Quizás suene super estúpido para quien lea esto, pero le tenía una espantosa fobia al dentista, desde el día en que un médico sanguinario decidió que yo era muy chica para ponerme anestesia en un tratamiento de conducto que me realizaron a los 11 años y me lo hizo así, como si estuvieramos en pleno Oeste (poco le faltaba para pedirme que mordiera un palo mientras me extraía la bala).

No, definitivamente dentista no.

- No puedo... -dije.

- ¿Qué no puedes? -dijo el dentista.

- No puedo sacármela -susurré mientras empezaba a sudar frío y llorar al mismo tiempo.

- Te voy a tomar la presión.

Efectivamente, me encontraba con la presión por sobre el promedio normal y me obligaron a tomar una pastilla y ponerla bajo mi lengua, hasta que mi cuerpo decidiera normalizarse.

No recuerdo con exactitud cuanto tiempo pasó. Pero fue eterna la estadía en esa sala, mientras veía una cantidad de gente con heridas de bala, abuelitos que morían en camillas, gente desmayada y varios quejumbrosos, ignorados por los médicos.

Mi presión iba y venía, incluso a veces veía una seguidilla de puntitos negros flotar frente a mi.

De golpe recordé a Vicente, que llevaba horas sin ingerir ningún tipo de comida y quise ir a amamantarlo, pero la enfermera con cara de ogro que cuidaba la puerta me impidió el paso. De nada le sirvió que le contara que tenía un bebé de pocos meses de vida afuera, muerto de hambre. Y casi me llevaron a empujones para extraerme la muela.

Con todo derecho puedo decir que las muelas de arriba son mil veces mas dolorosas que las de abajo. Tienes esa sensación de que te están arrancando el ojo por dentro, cada vez que el médico te tironea con su simpático alicate.

Después de varios minutos de una intensa tortura donde sentí gran parte de la extracción, ya que en los hospitales parecen ahorrarse la anestecia y ponen menos de lo que el cuerpo necesita, me lanzaron al exterior como quien tira la mierda al río, completamente confundida, adolorida y semi anestesiada.

Pero nunca nadie me explicó que no podía amamantar al bebé ni menos que la leche de mis pechos, decidiría desaparecer definitivamente...





El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora