¡Ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!
Así era yo, como Yerma con los pechos de arena.
Mi madre me gritaba, que los pechos se secan cuando uno ya no quiere amamantar más, que cuando ya no se quiere tener al bebé cerca, cuando ya no se quiere ser más madre.
Y yo con el dolor de los puntos en mi boca, me derretía en lágrimas pensando en como rayos me había convertido en Yerma si lo que más quería era darle de comer a mi hijo.
Un doctor mencionó el S26, un sustituto de la leche materna, carísimo por cierto.
Yo no podía trabajar con un bebé tan pequeño a mi cargo y Wes, por su parte, se mataba trabajando como junior en una jornada donde lo sobre explotaban por el salario mínimo.
Tenía una jefa espantosa, que lo humillaba públicamente, lo mandaba a limpiar baños, a encerar salas gigantescas, a acarrear enormes ruedas ya que la empresa era de venta de neumaticos. La mujer era una maldita, una asquerosa mujer morena con cara de jamás haber sentido amor en su vida, una vil puta de mierda, quién se merecía todo mi más absoluto odio por torturar a mi marido, al ser más bueno e ingenuo de este planeta.
La maldije en todas las lenguas posibles, muchas fueron las veces que lo vi entrar llorando y caer a mis brazos, rendido, agobiado, sin ganas de nada. Cada día más triste, cada día más apagado.
Un día me mencionó que ya no quería más esto, que no quería mas humillación.
- Quiero estudiar -me dijo, con un brillo en sus ojos.
- ¿Y que estudiarás? ¿Cómo pagaremos eso?
- Ingeniería en Informática. Tú sabes que soy un genio -dijo sonriendo- Y quiero llegar lejos. Además este bebé me traerá suerte, lo sé.
Sonreí. Y le propuse un cambio. Yo entraba a trabajar y él cuidaba al bebé durante el día, apenas yo llegase del trabajo, él se iba a clases. Y así lo hicimos.
Mi mamá, se ofreció para ayudar, a cambio de una suma de dinero, obviamente, ella jamás lo haría gratis. Así que le ofrecí una buena cantidad a cambio de que ayudara a Wes.
Como era de esperarse, Wes quedó matriculado en Ingeniería y empezó a demostrar una capacidad increíble de dominio, siempre me hacía sentir orgullosa, se esforzaba y tenía muy buenas calificaciones. Yo trataba de ayudarle con mi sueldo, aunque él obtuvo un crédito universitario. por ende, no pagaba nada hasta que terminase su carrera.
Mi mamá parecía estar cambiada, se reía con Vicente y demostraba mucho afecto por él. La Tía Anita ayudaba como podía, aunque cada día se veía más cansada, como si una luz interna se le fuera apagando lentamente. Ella no decía nada, pero yo lo notaba.
Los primeros días trabajando como maestra en un sector Sur de la capital fueron espantosos. Encontré un empleo donde pagaban mucho, pero la jornada era increiblemente sacrificada, los alumnos eran de temer, ya que era un sector con riesgo social, totalmente marginal. Estuvieron a punto de robarme mis pertenencias varias veces, gracias a apoderados y alumnos que me tenían aprecio, eso afortunadamente no ocurrió.
La verdad es que estar en esa escuela, cambió mi vida definitivamente.
Una tarde, me pidieron que me quedase hasta pasada la jornada de clases para instalar un software nuevo en la sala de computación. Me quede probando programas y revisando equipos hasta cerca de las ocho de la noche, avisé a Wes que llegaría más tarde de lo normal, así que Vicente quedó a cargo de mi mamá y de la tía Anita.
Era una tarde extraña, de esas que tienes ese presentimiento de que no eres bienvenido en ese lugar. Recuerdo que de golpe, la puerta se abrió y una figura lánguida entró. Una muchacha de unos veinte años vestida de maestra, se deslizó hacia el computador principal y se quedó mirando el vacío. Como no conocía a todo el plantel educacional, asumí que efectivamente era una profesora de la jornada nocturna que no había visto antes y la saludé. Pero ella, no respondió.
- ¿Necesita algo...? -pregunté, algo asustada. La palidez de su rostro me hizo sentir un escalofrío y curiosamente el ambiente se tornó increiblemente gélido.
Dí un paso hacia ella. Dos pasos... tres...
- ¿Se encuentra bien? -insistí. Fueron los segundos más largos de mi vida. Ella estaba frente a mí, mirando hacia el vacío, sin hablar, sin respirar. Y así, tal como la ví, atravesó el computador, como si su cuerpo se volviese humo y se desvaneciese en el aire.
Creí que moría del terror. Agarré mi cartera y salí corriendo, gritando, llorando, entrando en colapso nervioso.
¿Qué rayos había sido eso? ¿Quién era esa mujer? ¿Era un fantasma? ¡Era un fantasma, maldita sea!
Bajé las escaleras y llegué al primer piso, mientras no podía controlarme, mis manos temblaban, mis piernas parecían no ser capaces de sostenerme.
¿Un fantasma? ¿Qué era eso? ¿Por qué yo la veía? ¿Iba a morir acaso?
Justo apareció una profesora de Básica frente a mi, y me sostuvo. Me arrastró a la sala de profesores y trató de calmarme.
- Vi un fantasma... -dije, tartamudeando- ¡Un fantasma! ¡Vestía como una profesora!
- Pues, creo que llegó el momento que te cuente algo muy terrible que pasa en esta escuela -dijo, con un tono de voz pausado, casi macabro, que nunca olvidaré.
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El amor después del amor
RomanceEstaba comprometida para casarme con un completo desconocido. Hasta que apareció él, un chico mucho menor que yo y me enseñó a ver el arcoiris detrás de la lluvia. Llegó como un intruso y me cambió el mundo. Me enseñó a amar mis defectos y mis tale...