Mi amigo imaginario

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De Maipú a Puente Alto fueron varias horas de silencio. No sabía si sonreírle, si tomarle la mano, si decirle que estaba asustada por lo que había visto. Aún recordaba los balazos, los gritos y la sangre. Miraba a la gente que viajaba a las cinco de la mañana en el bus, la mayoría obreros y gente muy humilde, varios peruanos, que me recordaron a Daniel. Y me dio pena, me sentí el peor ser del planeta, cobarde a morir por no ser capaz de sincerarme con él y decirle que simplemente no viniera. Pero, ¿quién era yo para cortar toda la felicidad de un mejor futuro? Eso siempre me lo repetía él. "Allá voy a tener un mejor trabajo y le mandaré dinero a mi familia", me resonaba como un eco macabro en el cerebro.

- Eres mala -me decía el Pepe grillo que todos llevamos dentro- Mala, totalmente mala. Mentirosa y mala. A ti las cosas buenas no deben pasarte, porque llegaste simplemente al mundo a joder al resto.

Sí, había llegado al mundo a joderle la vida a los demás, sin duda alguna. Le jodí la vida a mis padres, ya que por mi culpa se tuvieron que casar, discurso que me sabía de memoria por parte de mi madre. Mi padre nunca me golpeó ni me castigó, pero ella sí, se desquitaba todo el tiempo conmigo, hasta que mi tía Anita me refugió en su dormitorio, del cual nunca más volví a salir, excepto para lo estrictamente necesario, hasta que empecé a conocer amigos con quienes me distraía.

- Ya estamos por llegar -dijo Wes, sacándome de mis pensamientos.

Nunca había visto a persona más hermosa. Irradiaba luz por donde lo mirase, llegué a pensar que no era humano y de verdad era el "roboc" que solía mencionar.

Le correspondí la sonrisa y volví a mi infancia nuevamente, la verdad no recuerdo exactamente por qué.

Cuando era pequeña me escondía en el closet, ahí pensaba en que estaba atrapada en un mundo demoniaco, donde por mi culpa pasaban cosas feas, por ende debía ser castigada. ¿De qué forma? Me rebanaba las piernas con las máquinas de afeitar de mi abuelo. Pasaba horas así, hasta que mi abuela o mi tía se acordaban de mí y empezaban a buscarme.

Al principio el dolor era terrible. Después ya no tanto. Y a los años de llevar dicha práctica, ya no lo sentía. Cada corte era una marca que merecía por mala. Por haber nacido, por estar maldita. La tristeza era tanta, que me quedaba a veces dormida llorando, con la máquina en la mano.

Una vez nadie se acordó de mí. Pasaron largas horas y desperté por culpa del hambre que sentía. Frente a mí, dos seres me observaban. Al comienzo me asusté, porque eran traslúcidos, flotaban y no parecían tener expresiones faciales.

Sandra y Miguel se volvieron mis acompañantes constantes. No tenían pies, levitaban, sólo yo los veía y conversaba con ellos. Miguel brillaba y se desvanecía cuando venían los adultos. Sandra se escondía dentro de un cajón. ¿Qué eran? Nunca lo supe ni lo sabré. Sólo evitaban que me cortara. Cuando ellos aparecían, me sentía menos mala, menos mierda, menos sola. Tomaban mis juguetes y me los pasaban. No hablaban, sólo sonreían. Miguel pasaba sus dedos por mi pelo cuando me dormía y a veces me besaba la frente. Sandra jugaba a las escondidas o me dejaba cosas en un mueble, cosas que yo había extraviado hace mucho.

Un día le conté a mi hermano que en mi closet vivían dos niños y se asustó. Me fue a acusar con mi mamá y me regañaron. Un día después, ellos no volvieron nunca más y volví a estar igual de sola que antes, sólo que ahora tenía un motivo más para llorar.

- Es lejos mi casa -interrumpió Wes mis extraños pensamientos.

- Así veo -respondí, algo distraída por los recuerdos que tenía.

Nos bajamos del bus y tomamos un taxi. Vaya que si era lejos su casa. Nunca había estado tan lejos de la mía, la verdad.

Apenas abrió la puerta, una señora de enorme sonrisa y pelo desordenado salió a recibirnos.

- Hijo, tan tarde, ¿todo bien? -dijo, mostrándose preocupada.

- Sí, todo bien -dijo, mirándome nervioso- Mamá, te presento a mi novia.

Quedé de una pieza. ¿Su novia? ¿Qué rayos? ¿No se suponía que esto era un juego?

- Mucho gusto, que genial conocerte, pasen, no se queden ahí que hace frio -dijo la señora, con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndose emocionada de conocerme.

No sabía como responder, como actuar. Me pilló completamente de improviso.

- Oye Miguel, tu papá está durmiendo así que no metan mucho ruido, acuéstense y duerman un rato que es de madrugada todavía -continuó la señora.

Quedé estupefacta. Primero, me enteraba que se llamaba Miguel. Segundo, se llamaba igual que mi amigo fantasma, o amigo imaginario como quisieran decirle. ¿Eran la misma persona?

Apenas la señora Olivia se fue, ya que después me enteré que ese era su nombre, le enterré un dedo a Wes en una costilla.

- ¡Te llamas Miguel! ¡Por fin sé tu nombre! -dije, tratando de susurrar aunque quería gritar y molestarlo infinitamente porque me había engañado con su nombre -¡Y le dijiste que soy tu novia!

El se largó a reír y se quitó el abrigo, haciendo ademán que yo hiciera lo mismo.

Me acosté en la cama, a su lado, semi vestidos, con cara de agotados.

- Te quiero -susurró, entrecerrando los ojos.

- Yo también -dije, y no me permitió terminar la frase, porque sus labios estaban pegados a los míos, tratando de tocar mi alma.

Nuevamente sentí que subí al infinito, la lámpara de su cuarto parecía un sol y nosotros paseábamos por el firmamento presa del cariño más inmaculado, más bueno del planeta.

En mi mente, dejé escapar un "te amo", que él jamás escuchó, pero creo que adivinó.

Me dormí en su pecho, mientras las imágenes de los flaites, mis amigos arrancando, Lobo sangrando y Stukral asustado parecían parte de una película de horror. A ratos despertaba a saltos y Wes, ahora Miguel, me besaba la frente y me peinaba con los dedos. ¿Habría sido él aquel espíritu que me visitaba a los cinco años? A la larga yo era mayor seis años que él.

Cualquier otro me habría arrancado la ropa o me habría insinuado alguna posición del kamasutra de inmediato. El, ni siquiera me desnudó. Se limitó a mirarme, acariciar mi pelo y calmar mis pesadillas. Sin duda, le había hecho el amor a mi alma.









El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora