El delantal

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- Yo no me atrevería a avanzar si fuera tú -dijo mi voz interna.

El curita me miró atónito.

- Está allá arriba, voy a subir -dijo, muy seguro.

Mis piernas temblaban pero  decidí  acompañarlo.

Subimos las escaleras muy lentamente, tratando de no espantar a la cosa que circulaba por las salas de la enseñanza media, pero al llegar arriba, las luces que aun permanecían encendidas, nos indicaban que ya se había marchado. Nada ni nadie estaba en aquellas salas.

- Se marchó nuevamente -dijo el curita-  Sin duda ella no descansa, y la verdad es que esta situación se está volviendo algo complicada, sobre todo para los alumnos.

Después de un par de comentarios más sin ninguna importancia, nos despedimos y él se fue a la casa que habitaba, dentro del mismo colegio.

Era muy tarde y sabía que Wes ya se había ido a la universidad, así que apuré el paso hacia la salida.

Esa tarde andaba con el notebook nuevo que había comprado, así que me sentía algo nerviosa, el sector realmente era peligroso y una mujer sola, con un bolso de notebook, era una especie de aviso de "RÓBENME" ambulante.

Apuré el paso, sin más, firme el libro de salida y me retiré, avanzando por esa callejuela oscura, en donde los vándalos habían hecho destrozos en todas las luces. No veía ni mis manos.

Cuando te encuentras en una situación así, se te olvida que hace tiempo no rezas, y te vas hasta recitando las letanías, rogando que por favor no te asalten y que el bus pase lo más rápido posible.

- Vaya, vaya... pero que damita más hermosa. ¿A dónde vas, reina? - escuché una voz cerca mío.

El bolso lo llevaba tapado con el delantal, para evitar las miradas de los vándalos.

- Deme permiso, por favor -le dije al hombre, que parecía ser el líder de los siete vándalos que me empezaron a rodear. Salían de la nada como asquerosas cucarachas, mientras en mi mente seguía rezando las miles de letanías, padres nuestros, credos y demases oraciones de las cuales con suerte recordaba el comienzo.

- Tan tarde y tan solita -dijo otra de las cucarachas malolientes.

- ¿Y qué lleva ahí, mi reina?-dijo el anterior, mirando mi bolso.

Del fondo de la manada de antisociales, apareció un tipo delgado, con cara de borracho, de unos 40 años que me miró con cara curiosa.

- Yo a usted la conozco -dijo, mientras observaba mi delantal- es profe de acá.

- Sí... sí... - tartamudeé.

- ¡Claro! -dijo, lanzando una risotada- ¡Es la profe del Byron! ¡De mi cabro chico! ¡La profe que mi hijo dice que es buena onda, la profe nueva de arte  y computación!

Sentí que el alma me volvía al cuerpo.

- Sí, le hago clases a Byron, es un niño muy dulce -mentí, porque la verdad es que aún no me aprendía los nombres de todos.

- Oiga profe, ¿Este martes tienen que llevar la cartulina?

- Sí, este martes -dije, mientras el resto de los antisociales miraban desconcertados.

- Ya profe, yo se la compro. ¡Oigan, washos! -dijo mirando molesto al resto de ladrones- A la profe no le hagan nada, ¿oyeron? ¿No ven que anda ahí con el delantal? ¡Si saben que cuando ven a alguien con delantal no le tienen que hacer nada porque son profes de acá!

El amor después del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora