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Bien, demonios. Necesitaba un corte de uñas urgente.

—Si alguna vez dejaras de mirarte las uñas y comenzaras a adaptarte a toda esta situación... —murmuró la voz frente a mí—, creo que incluso llegarías a encajar en la nueva sociedad, ya sabes.

—No es el momento, Sandra —la voz masculina, un poco más baja.

—Siempre es el momento perfecto para decirle a Anne que se ponga las pilas.

—Solo... no comiences.

—Personas como tú, Anne —Sandra no se detuvo en ningún momento, al igual que yo no dejaba de ver mis asquerosas uñas—, nos detienen. Eres como... un peso muerto sobre nuestros hombros. De verdad, nadie quiere estar aquí protegiendo tu culo cada vez que nos veamos en una situación peligrosa.

—Sandra, deja de molestarla y sigue con tu jodida guardia o si no tendremos que cargar dos pesos muertos aquí—espetó la chica que no nos dijo nunca su nombre, mientras la apuntaba con su cuchilla recientemente afilada.

Ouch, la puso en su lugar pero, tampoco negó que yo fuera un peso muerto en el grupo. Doble Ouch. Me arrastré hacia el otro lado del árbol donde nadie me podía ver esta vez. Allí estaba yo, siendo un total desastre todo el tiempo. Recosté mi cabeza contra el tronco y traté de mantener mi respiración tranquila para que el nudo de mi garganta no se intensificara.

Su voz llegó de nuevo. —No puedo creer que todavía la mantengan en el grupo.

Joder, sí, soy un asco. No lo voy a negar.

Pero no tengo la culpa de sentir miedo; de sentirme insegura y nerviosa todo el tiempo.

Cinco meses pasaron luego de que todo se viniera abajo. Cinco meses sin fuerza de voluntad para hacer las cosas que todos hacían. Me integré al grupo dos semanas después de la noche infernal. Obviamente ellos pensaron que estaba preparada para lo que se avecinaba, por eso me dejaron acompañarlos. Pero no, no estaba preparada.

Aquella noche, llorando fuertemente por cada disparo que escuchaba, pensé en mis padres. Ellos no regresaron a casa. Esperé durante una semana completa, escondida en lugares estratégicos para que no me notaran los idiotas con cerebros manipulados, y nada. No quería pensar que mis padres ya eran como ellos, no quería pensar que esos estúpidos chips estaban en sus cabezas. Pero lo pensaba, y de una u otra manera tenía que aceptarlo.

Estos chicos me encontraron escondida en un contenedor de basura, hambrienta, sedienta y enterrada en mi propio mundo utópico, fuera de las rebeliones y los gobernantes imbéciles que no dejaban de pensar en el mundo como su pequeño juguete. Les rogué, quería estar con gente después de estar días llorando y hablando conmigo misma.

Eran cinco, conmigo seis y no, no estaba Sandra para negarme la entrada. Jon era el jefe del grupo, tenía veinte años y estaba caliente; él era muy centrado y decidido y uno de los pocos en el grupo que vagamente me hablaba (solamente cuando nadie miraba) qué triste mi vida. Luego estaba Alexandra, inteligente, tímida y amigable, daba buenas ideas. Ella era la única que me hablaba libremente en el grupo. Steve, el chico regordete de dieciocho años que sabía cazar y robar sin ser visto por uno de los estúpidos guardias. Matt, mejor amigo de Jon, jodidamente buen patea culos. Y por último, la chica sin/con nombre, tan patea culos como todos en el grupo, excepto...

Bueno, todos ellos pateaban traseros como si sus vidas dependieran de ello —y lo hacía—, yo era la que se dejaba patear el trasero como si mi vida dependiera de ello.

Se puede decir que yo observaba y me escondía perfectamente. Sí, esas eran mis magníficas habilidades ¿quién no me querría en su grupo? Pff.

Manipulados || SkyDuff©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora