«Resultó bastante cierto lo que me dijo aquella mujer me-dio borracha, que te conté anoche, cuando intenté verle para conseguir un aplazamiento de una semana; yo pensé que era una excusa para no recibirme, pero entonces él no sólo estaba muy enfermo sino que se estaba muriendo.»
«¿A quién se traspasará nuestra deuda?»
«No sé, pero antes de que eso ocurra ya tendremos el dinero, y aunque no lo tuviéramos sería muy mala suerte dar con un acreedor tan implacable. ¡Esta noche podremos dormir sin congoja, Caroline!» Sí. Se les había quitado un peso de encima. A los niños, enmudecidos y apiñados alrededor para oír algo que apenas comprendían, se les había iluminado la cara, y el hogar era más feliz gracias a la muerte de aquel hombre. La única emoción que el fantasma pudo mostrar a Scrooge fue una emoción placentera.
«Permíteme ver algo de cariño por un muerto»,
dijo Scrooge,
«o jamás podré librarme, espíritu, de la siniestra cámara que acabamos de dejar.» El fantasma le llevó por varias calles que ya conocía y mientras avanzaban Scrooge miraba de un lado a otro buscándose, pero no se le veía. Entraron en la casa del pobre Bob Cratchit, el hogar que había visitado anteriormente, y encontraron a la madre y a los hijos sentados cerca del fuego. Silenciosos. Muy silenciosos. Los ruidosos pequeños Cratchit estaban quietos como estatuas en un rincón, sentados mirando a Peter que tenía un libro. La madre y las hijas estaban ocupadas en la costura, pero muy en silencio.
«Y él puso a un niño en medio de ellos».
¡Dónde había escuchado Scrooge aquellas palabras? No las había soñado. Tal vez las había leído el muchacho en voz alta cuando él y el espíritu cruzaban el umbral. ¿Por qué no prosiguió? La madre dejó la labor sobre la mesa y se llevó la mano al rostro. «Me duelen los ojos de colorear», dijo. ¿De colorear? ¡Ay, pobre Tiny Tim! «Ahora ya están mejor», dijo la esposa de Cratchit. «Me lloran con la luz de la vela y no quiero, por nada del mundo, que vuestro padre los vea así cuando vuelva a casa. Ya debe ser casi la hora». «Más bien pasa», respondió Peter cerrando el libro. «Pero creo que estas últimas tardes viene andando más despacio que de costumbre, madre.» Se quedaron otra vez muy silenciosos. Finalmente, con una voz firme, animada, que sólo se quebró una vez, ella dijo: «Le recuerdo andando con... le recuerdo andando con Tiny Tim en sus hombros muy deprisa.» «Y yo también», exclamó Peter. «Con frecuencia.» «¡Y yo también!» dijo otro. Todos se acordaban. «Pero él pesaba tan poco», prosiguió ella, atenta a la la-bor, «y su padre le amaba tanto que no era una molestia, ninguna molestia. ¡Y ahí esta vuestro padre en la puerta!» Se precipitó a su encuentro y el pobre Bob, con su bufanda de lana [L30] la necesitaba el buen hombre entró en la casa. Ya tenía el té preparado en la chapa de la cocina y todos procuraron anticiparse a los demás para servirle. Después, los dos jóvenes Cratchit se sentaron en sus rodillas y apoyaron en su rostro una pequeña mejilla como diciendo: «No te preocupes, padre. No estés triste.»
Bob estuvo muy animado con ellos y muy agradable con toda la familia. Contempló la labor que estaba sobre la mesa y alabó la habilidad y rapidez de la señora Cratchit y las chicas. Quedaría terminada mucho antes del domingo, les dijo. «¡Domingo! Entonces, ¿fuiste hoy, Robert?», dijo su es-posa. «Sí, querida, respondió Bob. «Me habría gustado que hubieras podido ir. Te habría tranquilizado ver lo verde que es ese sitio. Pero ya lo verás con frecuencia. Le prometí que iría andando un domingo. ¡Mi hijito, mi niño pequeño!», lloró Bob. «¡Mi niñito!» Se desmoronó de una vez. No podía evitarlo. Tal vez hubiera podido si él y su hijo no hubiesen estado unidos tan estrechamente. Salió de la habitación y subió al cuarto de arriba, que es-taba alegremente iluminado y decorado con adornos navideños. Cerca del niño, había una silla y se notaba que alguien había estado allí poco antes. El pobre Bob se sentó, y después de meditar un momento se recuperó y besó aquella carita. Se sintió resignado con lo sucedido y volvió a bajar bastante animado. Se agruparon junto al fuego y charlaron; las chicas y la madre continuaron trabajando. Bob les habló de la extraordinaria amabilidad del sobrino del señor Scrooge, al que apenas había visto una sola vez y sin embargo, al encontrárselo aquel día en la calle, se había dado cuenta de que Bob pare-cía un poco «sólo un poco apagado, ¿verdad?» y le preguntó qué le sucedía. «Se lo contés, dijo Bob, «porque es el caballero más amable que os podáis imaginar. «Lo lamento de todo corazón, señor Cratchit», dijo, «y lo lamento de todo corazón por su buena esposa. Por cierto, no se cómo podía saberlo.» «¿Saber qué, cariño?» «Pues eso, que tú eras una buena esposas, respondió Bob. «¡Todo el mundo lo sabe!», dijo Peter. «¡Muy bien dicho, hijo mio! » exclamó Bob. Eso espero. «Lo lamento de todo corazón» dijo él, «por su buena esposa. Si de algo les puedo servir» dijo él dándome su tarjeta, «ahí es donde vivo. Le ruego que venga a verme, pero no se trata de lo que hubiera podido hacer por nosotros; era consolador por la manera tan afable de decirlo. Realmente parecía como si hubiese conocido a nuestro Tiny Tim y sintiera nuestro dolor. » «Tengo la seguridad de que es un alma bondadosa», dijo la señora Cratchit. «Estarías más segura, querida, si le hubieras visto y hablado con él. No me sorprendería, escucha bien lo que te digo, si él consiguiera para Peter una colocación mejor. » «¿Has oído, Peter?», dijo la señora Cratchit. «Y entonces», dijo una de las chicas, «Peter se asociará con otro y se establecerá por su cuenta. » «¡Cállate ya! », replicó Peter gesticulando. «Es probable que ocurra un día de éstos», dijo Bob, «aun-que para eso hay tiempo de sobra. Pero aunque nos separemos unos de otros, sea cuando sea, estoy seguro de que ninguno se olvidará de Tiny Tim, ¿verdad?, la primera separación de uno de nosostros». «¡Jamás, padre! », exclamaron todos. «Y ahora yo sé, queridos míos», dijo Bob, «yo sé que cuan-do recordemos lo paciente y tranquilo que era, aunque era muy pequeño, un niño chiquitín, no reñiremos por nade-rías, olvidándonos así del pobre Tiny Tim». «¡No, jamás, padre! », dijo el pobre Bob. «¡Estoy muy contento! » La Sra. Cratchit le besó, sus hijas le besaron, los dos jóvenes Cratchit le besaron, y Peter y él se estrecharon las manos. ¡Espíritu de Tiny Tim, tu infantil esencia procedía de Dios! «Espectro», dijo Scrooge, «presiento que ha llegado el mo-mento de separarnos. No se cómo, pero lo sé. Dime quién era el hombre muerto que vimos». El Fantasma de la Navidad del Futuro, igual que en anterior ocasión, le trasladó aunque pensó que eran otros tiempos pues no parecía existir un orden en las últimas visiones, si bien todas se desarrollaban en el futuro a los lugars frecuentados por los hombres de negocios, pero a él no se le vela por ninguna parte. Además, el espíritu no se detenía sino que seguía directamente, como si se encaminara a una meta ahora deseada, hasta que Scrooge le rogó que se detuviera unos instantes. «En este patios, dijo Scrooge, «que estamos atravesando rápidamente es donde tengo mi despacho y ahí he trabaja-do durante largo tiempo. Estoy viendo la casa. Déjame con-templar cómo estaré en el futuro». El espíritu se detuvo pero la mano señalaba a otra parte. «La casa está por allá», exclamó Scrooge. «¿Por qué seña-las a otro lado?» El dedo inexorable no cambió. Scrooge se precipitó hacia la ventana de su oficina y miró el interior. Seguía siendo una oficina, pero no la suya. Los muebles no eran los mismos y el personaje sentado no era él. El fantasma seguía señalando la misma dirección. Scrooge se volvió a unir a él y, deseando saber por qué razón y a dónde iban, le acompañó hasta una verja. Antes de entrar se detuvo un momento para mirat a su alrededor. Un cementerio parroquial. Así pues, aquí yacía bajo tie-rra el desdichado hombre cuyo nombre iba a conocer ahora. ¡El sitio merecía la pena! Emparedado entre edificios, cu-bierto de yerbajos vegetación de la muerte, no de la vida, demasiado atiborrado de enterramientos, inflado de voraci-dad satisfecha. ¡Bonito lugar! El espíritu se detuvo entre las rumbas y señaló una. Scrooge avanzó hacia ella temblando. El fantasma estaba exactamente igual que antes, pero Scrooge tenía miedo de ver una nueva significación en su solemne forma. «Antes de que siga acercándome a esa losa que señalas, dijo Scrooge, «respóndeme a una pregunta. ¿Son las imágenes de cosas que van a suceder o solamente imágenes de cosas que podrían suceder? » Pero el fantasma señalaba, con el dedo hacia abajo, la rumba que tenía delante. «El rumbo de la vida de un hombre presagia cierto final que se producirá si el hombre perseverax, dijo Scrooge. «Pero si se modifica el rumbo, el final cambiará. ¡Dime que eso es lo que me estás enseñando!» El espíritu permaneció tan incomovible como siempre. Tembloroso, Scrooge se arrastró hacia él y, siguiendo la indicación del dedo, leyó en la losa de la abandonada rumba su propio nombre, EBENEZER SCROOGE. «¿Soy yo el hombre que yace en la cama?», gritó arrodillado. El dedo le señaló a él y otra vez a la tumba. «¡No, espíritu! ¡No, no, no!» Allí continuaba el dedo. «¡Espíritu!', gritó agarrándose con fuerza al manto, «¡es-cúchame! Ya no soy como antes. Gracias a este encuentro ya no seré el mismo que antes. ¿Por qué me muestras todo esto si ya no hay esperanza para mí» Por vez primera la mano pareció vacilar. « ¡Espíritu bueno! », continuó diciendo postrado en el suelo. «Tu benevolencia intercede en mi favor y me compadece. ¡Dime que todavía puedo modificar las imágenes que me has mostrado si cambio de vida! » La mano benéfica temblaba. «Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener su espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas. ¡Ay! ¡Dime que podré borrar la inscripción de esta losa» En su agonía, se agarró a la mano espectral. La mano trató de soltarse pero Scrooge la retuvo con fuerza implorante. El espíritu, aún con mayor fuerza, le rechazó. Alzando sus manos en una postrer súplica para cambiar su destino, Scrooge vio una alteración en la capucha y túnica del fantasma, que se encogió, se desmoronó y se convirtió en la columna de una cama.