Capítulo 4.

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Valerie

-Te hice una pregunta –estaba a punto de golpear lo que estuviera a mi alcance-.

-Y yo no estoy obligado a contestarla –subió sus asquerosos pies a la mesa de su puesto- Lo haré porque tu voz y tu actitud me desesperan. ¿Quién mierdas soy? Mucho gusto, Louie Thorne. ¿Qué hago dándome el derecho a callarte y seguido a decirte patética? Simple y ya lo había dicho, de hecho. Son patéticas sus peleas y me vi obligado a intervenir antes de que una migraña me atacara junto al horrible sonido de tu voz y tu actitud. Y, siendo redundante, eres patética.

-Ya, déjala Thorne –se juntó a la conversación un chico rubio, ya lo había visto en años pasados. Y ahora sé que es el lameculos del egocéntrico y patético Louie. Excelente.

-¿Acaso te gustó, querido Nash? –sonrío burlándose no sé de quién más, si de mí o de su amigo o lo que fuese.

-Esto se acabó, Valerie, coge tus cosas y nos largamos, ustedes –Marianne señaló a todos los del salón- métanse en sus malditos asuntos y hagan algo con sus vidas en vez de estar buscando chisme donde claramente no lo hay y en cuanto a ustedes –señalo con sus uñas perfectamente pintadas a los dos idiotas que estaban delante nuestro- ni nosotras existimos para ustedes ni ustedes para nosotras. Déjenlo ser y ya, esto jamás pasó –me tomó del brazo con la fuerza suficiente para halarme a mi asiento para recoger mis cosas.

-¿Por qué mierdas no me dejaste terminar con ese par? –intenté hablar lo más bajo posible para que las personas no volvieran a clavar sus miradas en mí.

-Bien sabes por qué. No voy a permitir que te metas en más problemas como hacíamos años pasados. Yo ya superé esa etapa, deberías hacer lo mismo y dejar de siempre buscar pelea con todo lo que se mueva. La vida no es una saco de boxeo con el cual descargas todos tus problemas, pequeña –su voz cada vez se tornaba más suave- busca la manera de calmar tus ansias de golpear todo. Pero este no es el momento para hablar de algo motivacional. Más bien vamos a buscar a Lauren –salimos de aquel lugar de cuatro paredes llenas de tensión-

-Ya me tiene preocupada, la profesora no volvió, debe seguirla buscando. Envíale un mensaje, a ver dónde está –cambié el tema, no quería volver a tener que escuchar a alguien más que me dijera lo que debía hacer con mi temperamento. Así me encuentro bien.

-Está bien. Ya le escribo, pero antes de que vuelvas a evadir el tema, por favor, piensa bien las cosas y si necesitas ayuda, la tendrás por parte mía y de Lauren. Piensa bien lo que te dije y cuéntame lo que piensas. No lo digo que me lo digas ahora, solo cuando quieras.

Abracé a aquella pelirroja que era como mi hermana, con la mente inundada de recuerdos. Siempre había sido mi compañera de crímenes cuando Lauren no deseaba juntarse con nosotras. Nuestra reputación rozaba el piso, la gente no podía evitar hablar de nosotras en los pasillos. Nadie deseaba juntarse con nosotras, era nuestra etapa que según nuestros padres llaman "rebelión de los adolescentes", qué ridiculez.
Fuimos la peor plaga que esta escuela pudo tener. Dos niñas de apenas trece años eran la pesadilla de más de uno. Eran épocas que realmente no me gustaría jamás borrar, alguna vez pensé seriamente en retomarlas, pero las cosas no son así de sencillas. Todo ha cambiado.
Mientras caminamos en silencio, Marianne sigue enviándole mensajes a Lauren sin parar. Yo creo que, por ahora me mantendré ocupada recordando la clase de personas que éramos. Seguiré diciéndolo y jurándolo, jamás me arrepentiré de quienes fuimos.

-¡Corre más rápido idiota! –le grité a Marianne mientras entraba en el auto que se encontraba en una de las fiestas de fraternidad de alguna patética universidad.

Nuestros padres siempre salían a fiestas juntos, así que decidimos hacer un trato el cual consistía en que cada vez que nos encontramos solas, saliéramos a hacer lo que nuestra lista de deseos nos decía. Era patético, pero nos divertía, teníamos trece años, así que la emoción de creernos una clase de chicas rudas de las series que veíamos nos encantaba.
Siempre asechábamos fuera de las fraternidades a ver qué idiota dejaba su auto encendido. Se sorprenderían al saber cuántos carros hemos encontrado aún con encendido y con puertas abiertas, como una señal del cielo queriendo que manejáramos aquellos autos.

-¡Arranca y deja de mirar a esos tipos besándose! –no pudimos evitar reírnos como enfermas.

Ninguna sabía manejar ya que aún no estábamos en edad apropiada para transportarnos en un auto. Sin embargo decidimos aprender por nuestros propios medios y así fue como empezó la idea de robar autos. Era una locura, terminamos más de una vez en un hospital por heridas leves y nuestro mejor amigo se hacía pasar por nuestro padre... Nuestro mejor amigo tenía veinticinco, vendía droga en las escuelas y las universidades. Lo conocimos por ese mismo negocio, no consumíamos, solo queríamos trabajar para él para conseguir dinero y así malgastarlo en lo que se nos daba la gana; nos encargamos de contactarlo y así hacer negocios con él. Pero simplemente jamás accedió a que nosotras vendiéramos su mercancía en nuestra escuela, nunca nos dio una razón, sin embargo nos daba dinero cada mes, una cantidad generosa, o eso nos parecía generoso a esa edad recibiendo cincuenta dólares mensuales por no hacer nada, solo visitarlo una vez al mes para jugar en sus consolas y hacer mini partidos en el patio de su casa. Me encantaría saber la razón por la cual nos trataba como sus hijas.
Murió en Octubre, en mi cumpleaños. La policía se enteró de su tráfico de drogas y su negocio en escuelas, era el hombre más buscado en seis estados y dos países. Pero para nosotras era el mejor hombre. El papá que jamás llegué a conocer.
Rodearon su casa, él no salía por lo cual entraron a la fuerza y lo encontraron con mercancía nueva, él empezó a defenderse pensando que eran tres o dos policías y empezó a disparar a todos lados, pero simplemente no fue suficiente y después de seguir disparando, una bala impacto en su cabeza causándole la muerte. Nunca llegamos a pensar que de un día a otro nuestra única compañía y nuestro único mentor en la mayoría de nuestro tiempo llegaría a tener una muerte tan despreciable. Nunca lo quisimos por su dinero, ni por su mercancía. Lo queríamos por sus consejos y el afecto que nuestros padres no nos daban por estar tomando y bailando en los bares más caros de la ciudad.
Ese día, el día de mi cumpleaños él había prometido llevarnos a un parque de diversiones y luego a comer lo que quisiéramos. Llegamos puntuales a su casa, no sin antes llevarnos la sorpresa de que estaba rodeada de patrullas, policías y personas que aun hoy en día ni sé qué diablos hacen. Nos acercamos con la mayor precaución y entramos en la casa, no recuerdo bien cómo. Nos dirigimos a su lugar preferido de juegos, la sala, y cómo no, estaba ahí, pero no de la manera como nosotras deseábamos verlo. Estaba tendido en el piso, con un impacto de bala en la frente, manchando su alfombra favorita con su propia sangre. Tenía la sudadera que nosotras le regalamos y a pocos centímetros de él se encontraba una caja en la cual estaba escrito mi nombre.
Desde entonces dejé de sentir afecto por las personas. Hasta de Marianne. No salí de mi cuarto en días enteros, no comía, no dormía. Solo pensaba en la manera de borrar la imagen de mi mejor amigo. Ya no quería sentir nada, y no fue difícil. Después de verlo allí, dejé de sentir hasta mi propia respiración.

-¿Te encuentras bien? –dijo Marianne, mientras todos mis recuerdos se esfumaban y se escondían otra vez en alguna parte de mi cabeza.

-S...i...si...estoy bien –tartamudee intentando convencerme a mí misma que en verdad así era.

-No mientas, te conozco, estás pálida como si hubieras visto algo que te revolvió el estómago.

-Estoy bien, ¿dónde anda Lauren? –cambiar el tema era lo único que podía hacer para evitar hablar del tema.

-No lo sé, aún no contesta.





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