Capítulo 8

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Después de haberle gritado al profesor que era un bastardo lame culos, me alejé lo suficiente para que ni Lauren ni Marianne me pudiesen encontrar. No hoy.
Detestaba que la gente actuara como si tuviera que salvarme a todo momento, como si fuera indefensa ¡No lo soy, mierda! Soy exasperante y fastidiosa, pero jamás indefensa.
Llegué a una de las partes que estaban renovando de la escuela, el lugar estaba sellado con cinta de "prohibido el paso" pero ¿quién en verdad le hacía caso a ese pedazo de basura?
Pasé sin pensarlo dos veces y noté que estaban haciendo una nueva fuente con un jardín alrededor. Me acerqué a la fuente con forma de delfín y me senté soltando un suspiro bastante largo y junto a él, unas rebeldes lágrimas de ira.

-Veo que la gente no le hace caso a la cinta de "prohibido el paso" –salió de detrás de uno de los árboles plantados en aquel lugar ese odioso chico Louie, provocando que diera un pequeño grito.

-¡¿No pudiste esforzarte en intentar salir de la manera menos indiscreta para así evitar que me diera un maldito paro al corazón, imbécil?! –solté después de haber recuperado el aliento.

-Ey, por una vez en tu vida intenta relajarte. Toma aire –cerró los ojos- y ahora, suéltalo –no pude evitar reír por lo ridículo que se veía- ¿Ves? Mucho mejor –me regaló una sonrisa muy radiante, a decir verdad –inhaló bastante de su cigarrillo. Ugh.

-Deberías dejar de fumar –quería retractarme, parecía una maldita novia que le dice a su novio lo que debe hacer- digo, deberías dejar fumar al menos cuando estés cerca de mí. Me asquea –arrugué la nariz.

-Lo siento, es lo único que me relaja cuando una buena cerveza no está para mí –río tirando la colilla al suelo y apagándola con sus converse.

-¿Algo más aparte de ser un vicioso alcohólico?

-Soy un poeta introvertido –guiñó un ojo.

-Qué modesto.

-¿Qué haces en áreas prohibidas? Digo, se nota que eres una chica que sigue las reglas –no faltaba el sarcasmo.

-No te incumbe –dispuesta a irme, me levanté del borde de la fuente.

-Ey, toma asiento. Te hace faltar charlar con alguien.

-No tienes idea de lo que me hace falta o de lo que no, imbécil –era simplemente exasperante.

-Ya, imbécil, solo siéntate en el puto pasto y relaja la pelvis, fastidio –a pesar de haber comentado eso, no borraba su sonrisa.

-¿Qué relaje la pelvis? –solté una carcajada.- Y el decir "imbécil" me queda mejor a mí –hice una pausa- imbécil –sonreí y él río.

Se sentó frente a mí haciendo contacto visual conmigo. Nos quedamos un largo tiempo así, detallándonos a la vez cada facción del otro, o eso esperaba que él estuviese haciendo conmigo, porque si no fuera así, me vería como una idiota viéndolo fijamente.
Sus facciones eran simplemente demasiado perfectas para un imbécil como él. Su cabello despeinado caía en su frente con un flequillo de lado. Llevaba el pelo absolutamente revuelto y para qué mentir, le quedaba bastante bien. Sus labios eran rosados, delgados y dibujaban una suave sonrisa de lado. Sus ojos eran el toque perfecto, eran absolutamente preciosos, azules y brillantes, no podían pasar de alto.

-Tus ojos brillan más que cualquier cosa que haya visto –abrió los ojos como platos al darse cuenta que había pensado en voz alta y no pudo evitar sonrojarse totalmente. Se veía demasiado tierno con la mirada baja y con el rubor subiendo de intensidad en sus mejillas
»¿Qué demonios estoy diciendo, qué patética«
Me sonrojé al darme cuenta de lo que llevaba pensando desde hace minutos y bajé la mirada avergonzada al caer en cuenta de que él estaba hablando de mis ojos.

-Lo siento, soy patético, no quise decirte eso –balbuceo y sentí una pequeña puñalada en el pecho- digo, sí lo quise decir, pero no en tal grado de audibilidad que hasta te hiciera sonrojar –volvió el color a sus mejillas.
Los dos miramos a lados diferentes, esperando que nuestras mejillas dejaran de estar como cuatro tomates. Ninguno habló y era bastante incómodo.

-Creo que demo irme –dijimos al tiempo.

Nos miramos por última vez y nos levantamos, intercambiamos sonrisas tímidas y nerviosas mientras nos acercábamos otra vez a la cinta prohibitoria del paso. Sin más, se despidió de mí con una última sonrisa chocándose contra una puerta transparente frente a él y maldijo entre dientes, mientras evitaba voltear a verme.
Después de haberlo perdido de vista, no pude evitar echarme a reír. Amaba la forma en que se ponía nervioso frente a mí...¡¿Qué?! No, no, no lo amaba, se me hacía gracioso, como un perrito o un gatico que hacen cosas divertidas y se vuelven virales en internet y por eso todos los aman. Así.
No pude borrar mi sonrisa, recordando cada cosa que había pasado. Memoricé su rostro, cada facción...qué enferma.

A lo lejos vi la delgada forma de Lauren. Venía corriendo hacia mí con los ojos llenos de temor y arrepentimiento.

-Lo siento mucho, en verdad –se lanzó a abrazarme- no quise decir tal babosada, si no quieres ir no vayas –había olvidado por completo por qué estaba buscando un refugio donde esconderme y poder sacar mi ira. Pero pasó algo mejor, en vez de sacarla alguien me hizo olvidarla- lo siento, lo siento. Soy una insensible sin corazón –empezó a sollozar en mi hombro.

-Calma, no te preocupes. Yo también actué pésimo haciéndote quedar mal frente a todos y aparte haciendo una montaña de un granito de arroz –reímos por mi comentario de señor- en verdad, ya no interesa.

-¿Por qué estás tan serena? Deberías estarme gritando –se separó de mí con una sonrisa, mientras intentaba limpiarse las lágrimas sin dañar su maquillaje- No me digas, adivinaré, otra vez el chico de la cafetería, ¿cómo es su nombre? Liam, Leroy...em, no lo recuerdo...¡Louie! ¡Louie es el nombre de aquel chico! Cuéntame lo que pasó ya mismo –me tomó de gancho. No podía ocultarle lo que había sucedido y, aparte, necesitaba alguien que me dijera que era lo que estaba sintiendo en el pecho, era extraño pero placentero.


Stalker. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora