Capítulo 9.

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Ravenna

Al finalizar la jornada de clases, tomé mi teléfono y sigilosamente seguí a Louie –por quien empezaba a sentir cosas- hasta el aparcamiento de su moto. Era una moto...y ya, no sé qué más podría decir de un transporte movilizado por dos ruedas.
Me mantuve a una distancia prudente, donde no pudiera verme y no dude un segundo en empezar a tomarle fotos. Salían fotos donde se veía caminando, poniéndose su casco y luego subiendo a su moto. Debía actuar antes de que se fuera.
Salí disimuladamente de detrás de los árboles y al encontrarme lo suficientemente cerca de él para que pudiese verme, me tiré al suelo con el fin de que se preocupara por mí. Necesitaba toda su atención en mí, Lauren Shek, nunca más Ravenna.

-¡Demonios! –no era muy buena actuando. Pero las mentiras en definitiva eran lo mío.

-¿Estás bien, Reina? –Les dije a sus amigos y a él que así me decían en mi escuela anterior lo cual era una mentira, jamás tuve amigos que me pusieran apodos lindos, solo idiotas que me apodaban estupideces por mi aspecto. Louie se bajó de su moto y se acercó a mí- Ven, dame te doy una mano –pasó su brazo por mi cintura mientras yo pasaba el mío por su hombro.

-Estoy bien, Lu, solo es que cuando practicaba ballet tuve una caída muy grave y he tenido problemas con mi pie desde entonces –ya vamos dos mentiras, esto es excelente, ver como la gente se come las historias que les cuento sin dudar un segundo. Jamás practiqué ballet, solo lo dije porque Nash me contó (más bien, le saqué información) sobre Lauren y todas las academias a las cuales asistió, entre ellas la de Ballet y danza moderna.

-Descansa, sentémonos mientras te recuperas.

-Eres tan considerado conmigo, ¿cómo lo haces? –me sonroje. Era difícil no hacerlo estando al lado del chico que te gusta, por favor.

-¿Qué dices? –río mientras se sentaba junto a mí en el piso de hormigón- me preocupa tu salud y tu bienestar –apretó suavemente mi mejilla con su cálida mano.

Ese hombre debería ser quien me levantara por las mañanas y quien durmiera conmigo todas las noches. Podríamos comprar una casa y vivir juntos, tener muchos hijos con ojos azules y cabello alborotado. Sin olvidar las mascotas, tener muchas tortugas. Podría quedarme soñando en vida sobre la vida perfecta junto a mi hombre perfecto.
Este chico lo tenía todo, era gracioso todo el tiempo y muy divertido, protegía como un lobo a su manada de cualquier mal y amaba incondicionalmente a quienes lo rodeaban y le demostraban el mismo cariño. Era delicado con las mujeres y muy varonil. Caballero, atento, divertido.
¡Y sería mío! Mi madre estaría orgullosa al fin de verme con un hombre junto a mí. Le escribiría a mi padre que por fin conseguí al hombre de mi vida y que ya no lo necesitaba a él ni a nadie.
Lo quiero, lo quiero, lo quiero, lo necesito. Necesito celarlo, que me cele, que peleemos por perras y lo arreglemos con sexo. Quiero tenerlo solo para mí, desde la forma más tierna hasta la forma más llena de lujuria.

-¿En qué piensas, Reina? –intentaba descifrar mi expresión algo confundido por el tiempo que llevaba pensando en nuestra vida juntos.

-En ti –me apoyé en su hombro.

-¿A sí? –se revolvió incómodo y río nervioso. La estoy cagando, la cagué- ¿Y qué piensas sobre mí que llevas cinco minutos enteros sin dar señal de vida?

-¿Te gusto? –pregunté finalmente después de vacilar un poco.

-¡¿Qué dices?! –se separó un poco. Podía ver su asombro detrás de sus ojos. Ya había visto esa expresión muchas veces en mi vida, después seguiría el desprecio- Digo, claro que sí me gustas –pauso- pero como una amiga, como una pequeña hermana.

»Como una pequeña hermana, como una pequeña hermana, como una pequeña hermana, como una pequeña hermana, como una pequeña hermana, como una pequeña hermana, como una pequeña hermana«
Las palabras no paraban de retumbar en mi cabeza como un taladro que se hundía hasta lo más mínimo de mi ser. El hombre de mi vida debía quererme como su novia, como su esposa, su legítima esposa. No como una amiga más, una zorra más. ¡¿Qué no tengo yo?! Debo saber quién le gusta, debo ser ella, debo cambiarme de piel para que el hombre más maravilloso del planeta me ame...eso debo hacer.

-Entiendo –intento actuar lo más normal, en verdad lo intento- y ya que soy como tu hermana pequeña, merezco saber quién te gusta ¿no? –reí.

-No me gusta nadie, Ravenna –puso los ojos en blanco- déjalo ser. En verdad, no me interesa en absoluto nadie –cambió su tono a uno más serio; su seriedad me asustaba cada vez más. Lo estaba perdiendo.

-Solo por intentar.

Su rostro se mostró absolutamente confuso después de haber pronunciado esas últimas palabras. En un rápido movimiento tomé su cara y la junté a la mía sin dudarlo ni un segundo. Lo besé con la mayor fuerza, él permanecía inmóvil al no saber cómo actuar frente a la situación. Así estaba bien.
Mi lengua quería hacer paso en su boca, pero no me lo permitía. ¿Qué me sucede? No soy suficiente para él.
Me separé de golpe y vi sus ojos abiertos como platos viendo un punto detrás de mí. No me veía a mí. Volteé de golpe. Bingo, la expresión de Louie era de disculpa. Vaya, vaya, al parecer ya encontré la piel la cual debo convertirme.


Stalker. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora