La mochila le golpeaba en la cadera mientras corría. Ni siquiera miró hacia el océano para comprobar si alguna ola se acercaba para arrastrarla mar adentro. Sinceramente, no le importaba. Estaba tan eufórica porque Álex seguía queriendo ser su amigo que la muerte a manos de un oleaje despiadado se le antojaba un buen precio a pagar.
Álex no había hablado con ella desde la fiesta de bienvenida. Todo el asunto había sido un auténtico terremoto. La imagen del rostro de Tessa al enfrentarse a ella se había quedado grabada en la memoria de Kiara: los ojos enrojecidos por el llanto, chorretones de rímel cayendo por sus mejillas hinchadas, la mandíbula apretada. ¿Vas a ir al baile con Álex?
A Tessa le entró un ataque de histeria. Agarró a Kiara por los hombros con tanta fuerza que le dejó varias magulladuras. ¿Vas a ir al baile con Álex? Escupió sus palabras, desafiando a Kiara para que reconociera la verdad. Sus uñas se le clavaban a través de la fina camiseta de algodón y sus ojos parecían querer perforarle la cara. Aquella no era su amiga, aquella no era la persona que conocía desde hacía años. La habían cambiado por alguien demente e irracional. Fue una de las cosas más aterradoras que había visto en su vida.
Había estado decidida a decirle la verdad, pero allí, en aquel instante, al ver el dolor de Tessa, simplemente no pudo hacerlo. Su amistad era más importante que un chico.
No. No, por supuesto que no. ¿Por qué iba él querer ir conmigo?
Después le había enviado un mensaje a Álex para decirle que no podía ir. Ni siquiera lo llamó. Actuó como una cobarde. Sabía que si lo veía cara a cara, su voluntad se desmoronaría.
Y aquello fue el fin.
Kiara se esforzó por apartar el doloroso recuerdo de su mente al alcanzar el extremo opuesto del istmo, donde el sendero de arena y guijarros daba paso a un macizo de rocas. El cabo Lawrence se alzaba ante ella, alto, enorme, y ligeramente fuera de lugar. Una escalinata de piedras ascendía desde la playa. Tallado en el oscuro granito de la isla, cada uno de los peldaños era liso y suave, probablemente más como resultado de la acción de los elementos que por efecto de pisadas humanas, supuso mientras los subía rápidamente.
-¡Kiara, para un poco! -la llamó Álex, corriendo tras ella.
-¿Qué pasa, no puedes alcanzarme, Señor Don Jugador de Fútbol? -se burló. Le sorprendía lo fácil que era volver a activar el modo coqueteo con Álex. Parecía que nunca hubieran dejado de hacerlo. Subió como un rayo los últimos escalones y llegó a un claro en lo alto de la colina con Álex pisándole los talones.
-Vaya, si que corres rápido -jadeó el chico-. No sabía que una escritora podía correr así.
Pues no te imaginarás como soy en la cama -pensó Kiara.
-Ja, ja -repuso Kiara, arrugando la nariz. Pero no pudo evitar sonreír.
-Es una subida mortal -dijo Álex, y señaló a su espalda-, pero merece la pena, ¿no crees?
Kiara se dió la vuelta y contuvo el aliento.
White Rock House se erguía ante sus ojos. Mezcla de faro y mansión criolla, relucía como un foco en mitad de la nada. Había un patio cubierto y cerrado por una balaustrada de hierro forjado frente a la fachada principal que continuaba por los laterales, los hastiales de la segunda y tercera planta sobresalían por encima de las ventanas, quizá para protegerlas de la furia de la madre naturaleza. Del centro de la casa emergía una enorme torre de cuatro pisos que parecía no tener relación alguna con la fachada.
Por el rabillo del ojo, Kiara percibió un resplandor en un lateral de la casa. Entrecerró los ojos y se dio cuenta de que todo el suelo alrededor de la casa estaba cubierto por piedras blancas y brillantes. De ahí el nombre de White Rock House.