Capítulo 2

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Viernes, 24 de marzo.

Eric

Antes de que suene el primer timbre del día llego al instituto, y veo a mis tres amigos esperándome en la puerta. Me acerco hasta ellos y les saludo haciendo un gesto con la cabeza.

—¿Lo tenéis todo? —pregunto descolgándome la mochila del hombro.

—Sí —asiente Dani, un chico moreno de ojos verdes que ha repetido curso dos veces, por lo que es el más mayor del grupo—. ¿Y tú los has traído?

—Aquí están —respondo sacando una bolsa de plástico de la mochila.

—Genial, vamos.

Los cuatro nos dirigimos al patio trasero del instituto, que es donde se encuentra el aparcamiento de profesores, y buscamos un Mercedes negro con una pegatina de un alien en el maletero. No nos cuesta mucho encontrarlo, ya que a primera hora de la mañana apenas hay unos cuantos coches aparcados; así que nos acercamos a él, y saco de nuevo la bolsa de plástico de la mochila.

—Coged uno cada uno —digo ofreciéndosela a mis amigos.

De ella sacamos cuatro espráis de distintos colores, (verde, rojo, blanco y dorado), y los agitamos fuertemente antes de comenzar a pintar absolutamente el vehículo entero.

—Estúpido friki —se burla Héctor, meneando su pelo rubio y entrecerrando los ojos, tan oscuros que casi parecen negros, mientras le tapa la pegatina del alien con su spray rojo. — A ver si con esto se piensa dos veces lo de castigarme sin ninguna razón la próxima vez.

Casi cinco minutos después ya hemos acabado nuestra obra maestra, y los cuatro nos quedamos mirándola muy orgullosos de nuestro trabajo.

—Todavía le falta algo —dice Lucas, el más pequeño del grupo, pelirrojo de ojos azules, llevándose la mano a la barbilla en forma pensativa.

—Bueno, todo regalo ha de ser envuelto, ¿no? —responde Dani sacando cuatro rollos de papel higiénico de su mochila.

Cogemos uno cada uno y los lanzamos de un lado a otro por todo el coche envolviéndolo casi por completo.

—Y ahora, el toque final.

Dani se acerca a Héctor para quitarle la mochila y sacar de ella otra bolsa más, aunque esta vez está llena de lo que parecen ser tripas (de pescado, diría yo, por el olor que desprenden). Inmediatamente todos nos apartamos tapándonos la nariz, y Dani camina hasta el coche con el brazo con el que sujeta la bolsa extendido, mientras también se tapa la nariz con la otra mano.

—¡Joder tío, que asco! —exclama Héctor, alejándose todavía más— ¿No lo podías haber metido en tu mochila?

—¿Qué dices?, paso de que huela a pescado podrido. Si tenía que ser una la que oliese así prefería que fuera la tuya —contesta riéndose.

Lucas y yo asentimos, agradecidos de no haber sido la víctima de Dani para esto. Después, dejamos que Dani haga los honores y, poniéndose antes unos guantes que saca del bolsillo de su pantalón, esparce las tripas de pescado por todo el mercedes negro.

—Listo —anuncia en cuanto termina, quitándose los guantes—. Venga, vámonos.

Cogemos de nuevo nuestras mochilas y salimos corriendo de allí antes de que cualquier profesor nos vea; después, marchamos hacia las escaleras de la entrada principal y esperamos sentados a que suene él timbre. Diez minutos después oímos el sonido que anuncia el comienzo de las clases, y vemos cómo van llegando el resto de alumnos, que nos miran con cara de sorpresa y luego de complicidad, pues ya se imaginan lo que debemos de haber hecho para estar en el instituto tan temprano, o, al menos, que debemos de haber hecho algo.

Fingiendo ser la novia del Playboy (Trilogía Playboy #1)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora