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Bajamos del Omafiets Gazelle viendo cómo lentamente caían agujas de agua, llenando de transparencia el territorio de grama y asfalto. Vicky se cubrió su cabeza con su maletín y los dos corrimos directo hacia el edificio del Instituto. Como casi siempre, en la hora correspondiente los pasillos estaban cubiertos de una insólita soledad, sin presencia de casi ningún alma. Miré por entre mi colgante de reloj de arena y noté cuánto restaba para sus clases.

—¿Seguro que estarás bien en ese aula?– pregunté no tan seguro, esperando alguna respuesta alentadora y que me diese el pase a no preocuparme de más.

No respondió. Pasó de mí. Comencé a caminar a su derredor, girando entre su entorno, deseando captar su atención a como diese lugar.

—¿Vicky? ¿¡Vicky?!

De la nada los pasillos comenzaron a ponerse repletos de gentío. La perdí de vista. Encontré otra vista menos deseosa.

En serio, debes de escuchar a Deas Vail, Vide, su música fue como un derrame de nostalgia y añoro...

Cuánto deseaba que él pudiese verme y así dejarle en claro la realidad que habitaba en la otra esquina del Universo. Sonó la campanilla y nuevamente los pasillos comenzaron a convertirse en un ambiente fantasmal y asfixiante en soledad.

Rasgué las suelas de mis Grenson contra el piso y me encaminé a examinar nuevamente el establecimiento. Traspasé los muros enchapados de madera, caminé sobre las pérgolas de algunos pequeños salones inferiores y llegué a un pequeño espacio cubierto en blanco, con mi silla amarilla favorita, mi pequeño estante de libros y un foco inorgánico que colgaba sobre mí.

Me dispuse sólo a observar los libros que había dejado apilados entre las motas de polvo y vidrio la última vez.

Di un pequeño respingo al ver unos garabatos que no eran de mi propiedad sobre algunas hojas que permanecían regadas en toda la diminuta estancia. De la nada escuché una pequeña melodía.

Here we are, here we are...

Y apareció una señorita que portaba un pantalón de mezclilla de color ocre y sus bordes estaban enmendados hasta sus tobillos, usaba una camiseta blanca unas zapatillas negras y también portaba un colgante en forma de reloj de arena. Portaba una plumilla entre sus dedos mientras se dirigía hacia mi estancia, junto a su apilado de páginas llenas de manchas amarillas recurrentes a la cantidad de años que pertenecen quizás a algunas décadas atrás.

Era la misma señorita de pecas y mirada vacía en olivo.

Vide.

—¿Nunca escuchaste a The Afters?— me preguntó posicionándose cercano a mí y siguió con su trabajo.

Yo seguí con la boca abierta, dejando entrar algunas motas esparcidas por la luz y el viento.

—¿No te doy miedo?– solté al final, con un toque de nervios y de manera inmaculada.

Me observó de arriba hacia abajo y se postró confundida. Señalé hacia la maschera con mis larguiruchos dedos.

—¿Tiene algo de malo el portar algo así? Quizás preguntaría por la extraña forma que posee el reloj de arena pero por lo que preguntas, no.

Sacudí mi cabeza intentando hacer una pregunta más recurrente y mejor elaborada o al menos que se diese a entender lo que quería saber.

—¿Cómo es que puedes verme?

Vide se echó a reír ante tal cuestionamiento. Al final paró al notar que iba en serio con la pregunta. Simple y sencillamente sacó entre su maletín una maschera en color blanco y se la colocó entre su rostro.

La habitación quedó muda a excepción del agonizante zumbido que provocaba el bombillo de luz. Nuestras miradas no eran capaces de percibirse ni mucho menos de resaltar algún sentimiento contrario al de no sentir nada. Iba a soltar algunas palabras pero Vide carraspeó, se quitó la maschera y se interpuso entre mis propios deseos de voluntad.

—Este es mi sentido característico, se le llama maschera neutra, sin ella, no soy más que un ser viviendo entre mis huecos. Sin ella en mi posesión, no sería capaz de darle la vida que Kennet merece. A pesar de la contradicción a la cual es la utilidad real de esta maschera, la verdad es que es el objeto que me mantiene existiendo en este sucio disturbio, acompañándole. Sin mí, Kennet estaría muerto.

Me quedé atónito y traté de huir de esos olivos que delataban en contra de la autoridad de la lógica.

—¿Quién eres?– le preguntaba mientras veía cómo temblaban mis huesudos dedos–... ¿quién soy en realidad?

De la nada y como si no hubiesen sido invitados a mi mente, los pocos recuerdos que tenía con Vicky se colaban como si fuese la única forma para notarlos a cabalidad: sus sonrisas habían desaparecido, las noches en que se quedaba hasta tarde rasgando las notas azules y lanzándolas con desprecio desde la buhardilla, deseando una última oportunidad, que quien amaba se acercase...las discusiones sin fin con sus tíos...los cuchillos...

—¡¡VICKY!!- grité con desgarro inminente y me lancé enseguida al suelo repleto de mota y fragmentos diminutos de vidrio—...no te mates...

—¿Quién eres Couteau?—balbuceaba la voz de Vide desde el otro lado del espacio vacío—. ¿Vale la pena tu existencia junto a ella? ¿Crees poder recuperar sus pedazos esparcidos por la estancia de tus propios vacíos? ¿O mereces la muerte al sentirte incapaz de siquiera alentarla a vivir?

Mis ojos lagrimaban mientras la voz se volvía menos notoria ante mis tímpanos, hasta que ya nada era capaz de escucharse como el oleaje de voces acostumbraba.

Y luego desperté del trance, con un mareo continuo, con mis sesos danzantes y mi respiración casi imperceptible. En ese momento me observé entre las grietas del inexistente espejo. Quizás yo no era ninguna existencia y eso lo sabía desde el principio, desde que Vicky apenas y me veía de niña, de cómo jugábamos en aquél parque y de cómo mi aspecto nunca cambiaba pero, mientras sucedía ello, ella...se convertía más en mi reflejo, en el "yo" que no podía existir.

Vide ya no se encontraba en el espacio del salón que albergaba sólo a las personas que cruzaban los umbrales ocultos. Sólo estaba yo. Yo, Couteau.

Me levanté, acomodándome la maschera despreciando la noticia que desgarró mis paredes internas.

—Vicky, para no perderte a ti misma y así no convertirte en 'esto' (en mí), ¿tendrás que volver ante la otra existencia que está igual que tú, acumulada de dolores no inmaculados?

¿Tendría que volver a Kennet?

Papeles y portales: azules y sombríos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora