C h i c o - r e c a d o

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Había alguien llamado Kevin en el salón segundo C. Él y Narciso eran amigos, totalmente inseparables. Y digo «eran» no por nada.

En efecto, un sentimiento punzante me atacaba al verlos juntos, pero también me atacaba la pena al ver a Kevin solo, cuando Narciso no asistía a clases debido a su enfermedad, tan triste, tan presa fácil.

Kevin fue apodado el «chico-recado» por el mismo Terrible Johan cuando éste ganó la pelea con aquel chico de tercero cuyo nombre no recodaba.

El trabajo del «chico-recado» era medianamente fácil mientras no te pidieran cosas que no estuvieran a tu alcance; justo lo que hacía Johan.

Un día el Terrible Johan pidió algo que me dejó horrorizado, y que también dejó perplejos a los que se enteraron después.

¿Qué fue? No quiero decirlo. Me sabe mal. Me tiemblan las manos de recordar las palabras dichas, Mi interior se llena de rabia, de impotencia, que no se puede calmar con un «inhala y exhala» dichas con un tono dulce. Pero tengo que.

Cerca de la escuela había una casa que muchos tachaban de embrujada y abandonada. No era así. En ella vivía un viejo borracho, ni siquiera los que lo conocían se atrevían a ponerle un apodo absurdo por miedo a lo que él pudiera hacerles. El viejo tenía una escopeta y solía apuntarla directo a la cabeza de la gente cuando pasaban enfrente de su portón.

A sabiendas de ello, Johan lanzó su pelota favorita en el jardín maloliente de la casa del anciano y obligó a Kevin a recuperarlo. Obviamente se negó al principio, pero terminó cediendo por las constantes amenazas de Johan y porque el miedo hacia él era muchísimo mayor.

Nadie, salvo Johan, Kevin y yo, sabía qué pasó en realidad. Solo podían formular hipótesis y pensar lo peor, los rumores me llegaron y también le llegaron a Johan. Lo que sí sabían es que el «pobre Kevin» fue a parar al hospital en un estado de mucha gravedad. Una bala en el estómago.

Durante el tiempo de su ausencia, Narciso se veía cansado, molesto y en sus ojos se notaba el color rojo característico de alguien que se lamente. Fue un golpe horrible para él cuando el director de nuestra escuela llegó y pronunció las amargas palabras de «Kevin ha fallecido».

Cuando escuché aquella oración, busqué la Figuera de Narciso. Su espalda temblaba, su cabeza estaba agachada, sus brazos rodeaban el cuerpo propio y se echó a llorar. El salón se llenó de sus gritos, de sus sollozos y de sus lamentos. Su pupitre se llenó de lágrimas.

Los que se dieron cuenta de ello, como yo, fulminaron al Terrible Johan con la mirada. Pero no dijimos nada. No acusamos a Johan con el tutor, ni con el director, ni con nadie; ni siquiera con nuestros padres. Lo ocultamos. Lo protegimos. También fuimos unos cobardes.

Al acabar las horas eternas de estudio improductivo, Narciso se paró de su asiento y lo golpeó a mano abierta. En sus ojos rojos observé una ira que nunca había visto. La misma ira de aquella mujer celosa por la ninfa Eco que se habla en una versión del mito. Caminó a prisa hasta interponerse en la marcha del Terrible Johan.

—¡Fue tu culpa! —vociferó—. ¡Tú mataste a Kevin! ¡Asesino, asesino!

Las lágrimas caían de sus ojos marrones hasta la punta redonda de su barbilla. Sus manos se volvieron puños y arremetieron contra Johan en vano. Todos los golpes fallaban y eran débiles.

Fue entonces cuando el Terrible Johan enfureció al sentirse observado por ojos que lo inculpaban más que por sentirse ataco por Narciso.

—¡No es mi culpa que hiciera el trabajo mal! —chilló—. Fue un estúpido, sin más.

De un manotazo, apartó a de su camino a Narciso, quien cayó de rodillas contra las patas de un pupitre cercano. Sentí mi sangre hervir en las venas.

—Necesitamos un nuevo 'chico-recado' —rio, mirando a todos los que seguían en el salón, antes de volver a posar sus ojos al rostro lloriqueante de Narciso—. Felicidades, Narciso. Tienes el puesto.

Mis uñas lastimaban la palma de mi mano de tan fuerte que presionaba los puños. Incluso podía sentir la carne arder pues mi sangre ya no era eso, sino lava de un volcán activo. La sensación sigue aún latente.

Estuve a pocos segundos de echarme contra Johan y golpearlo hasta hacerlo suplicar y disculparse por todas sus acciones. Pero tan ponto la imagen mental desapareció de mi mente, él ya se había marchado.

Tomé mis cosas de mala manera, dispuesto a salir del lugar.

Cuando pasé al lado de Narciso, lo escuché llorar. No hice nada.

Salí corriendo sin mirar hacia adelante hasta que llegué a mi casa. Ignoré el saludo de mi padre y puse seguro a la puerta de mi cuarto. Me eché a llorar también, porque quería que Narciso no estuviera solo.   

Narciso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora