L u g a r

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Al día siguiente, no caminé hasta mi pupitre del final. Me senté en el lugar que se hallaba al lado del asiento de Narciso. Aquel que desde hacía más de un año había estado vacío, a pesar de que cambiáramos de aula.

Todo el que entraba se detenía unos momentos en el umbral de la puerta, viéndome tan paciente, ahí sentado. Seguro trataban de adivinar por qué estaba allí, por qué invadía un lugar que era tan sagrado. Yo también lo hacía. Algunos parecieron hacerse una idea, a otros, en cambio, su confusión era cada vez más grande.

No pude evitar sonreír cuando el Terrible Johan entró y me vio ahí sentado.

Lo miré también de muy mala gana. Desvió su mirada al techo y caminó hasta su pupitre, sentándose dócilmente. Mi sonrisa no hizo otra cosa que ensancharse más.

Johan y yo nunca nos llevamos especialmente bien. Había varios factores que nos hacían casi rivales, como por ejemplo que ambos éramos los dos chicos más fuertes del salón C; enemigos, era solo una persona y era el hijo de la ninfa Liríope, además de poseer el nombre de una bella flor.

El salón ya se había llenado y yo temía que Narciso nunca se presentara aquel día. Pero mi temor se desvaneció cuando decidí voltear de nuevo hacia la puerta y lo vi ahí parado, con los ojos abiertos y vidriosos, con una enorme sonrisa de iba solo para mí. Lo saludé con mi mano y correspondí la sonrisa.

Narciso ocultó sus ganas de correr por la felicidad y se limitó a llegar a su asiento con un paso veloz.

No hablamos. No porque no quisiéramos, sino porque el profesor llegó segundos más tarde. Y justo tuvo la misma reacción que los demás al verme ahí. Sin embargo, él sí preguntó la razón.

—Ángel, ¿por qué estás sentado ahí? —Añadió con voz severa: —. Ese no es tu...

—Yo le pedí que se sentara aquí, profesor —interrumpió Narciso.

Springer, algo anonadado —tanto como yo— por el hecho de escuchar la débil voz de Narciso tan decidida, solo hizo que asentir y comenzar con su aburrida clase de Física.

No presté atención para nada. Poco me importaban antes, después y hasta ahora, las fórmulas para calcular peso o volumen. Solo puse mi atención y mirada en Narciso, quien sí tomaba notas. Yo ni siquiera había abierto el cuaderno.

De vez en cuando, él volteaba sus ojos hacía mí y sonreía agradecido.

Así se fueron las horas hasta que el descansó llegó y hablamos de cosas triviales. Nos hicimos preguntas, nos conocimos mejor; todo lo mejor que se puede en una escasa media hora.

Las clases volvieron al ruedo y yo también. Ya me hallaba más tranquilo o por lo menos lo creía así.

Cuando el timbre de la salida sonó, sonreí como un bobo, pues Narciso me esperó de pie a mi lado. Guardé mis cosas a la luz de un atardecer próximo. Algunos ya se habían ido, otros apenas se estaban despidiendo.

Narciso tomó su mochila, pero no se la colgó al hombre, como solía hacerlo. Solo jugó con el cordón hasta que me puse de pie como él. Me tomó por el brazo y lo miré.

—Dijiste... —empezó, una vez que él y yo éramos los únicos en el aula. Su voz nunca bajó del tono bajo que lo hacía ser él. —Dijiste que no podías tomar el lugar de Kevin en mi interior, ¿no?

—Sí. Lo dije —respondí.

Temía que dijera algo como que estaba en lo cierto, que no me hiciera ilusiones, que solo era un amigo más.

—De verdad me gustaría que lo intentaras, Ángel. —Subió su mirada. Nuestros ojos se conectaron profundamente por segunda vez. —¿Podrías hacerme un favor más?

Asentí, murmurando un sí que ni yo pude escuchar.

—Entonces, inténtalo.

Las ganas de abrazarlos me invadieron, pero Narciso había sido más rápido y yo estaba ya entre sus brazos nuevamente. Por segunda ocasión lloré siendo visto por él, y me prometí cumplir el favor por mucho que me costara.

Cuidaría mejor a Narciso que Liríope y no lo dejaría encontrarse a sí mismo, para que viviera más tiempo.    

Narciso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora