Narciso y yo nos seguíamos viendo durante las vacaciones, porque éramos amigos.
Salíamos a caminar. A jugar al parque. A comer un helado. Hablábamos sin para del uno del otro y qué había pasado los días que no nos juntábamos. Recordábamos los días en la escuela. La pelea del hermano de Narciso con Johan. Lo que le dijo Narciso a éste el día que la muerte de Kevin nos fue anunciada. Cuando se convirtió en el «chico-recado», las cosas que le pedían.
Me enojé, pero también me reí.
Aunque no lo demostrara por su timidez y voz susurrante, Narciso era muy ocurrente. Eso me hizo adorarlo más. Tantas cosas que me hacían adorarlo más.
Cada minuto que pasaba, veía la palabra «amigos» más grande sobre nosotros. Y cada segundo, sentía que me alejaba de su corazón y del puesto que Kevin tenía allí.
Eso me destrozaba tanto, que entendía a la perfección el dolor de Ameinias y la espada asesina. Justamente me transformaba en él, poco a poco. Y de nuevo, también en Eco. Ser un hombre enamorado de otro que era el más bello de todo el mundo y no poder confesar por temor a ser rechazado.
Trataba en vano de expulsar los pensamientos destructivos de mi cabeza y de mi ser. No podía ni debía caer en un abismo dentro de otro abismo. Debía proteger a Narciso y debía ser fuerte por ambos, por muy doloroso que el camino hubiera sido.
Un miércoles, la tormenta que se había anunciado cayó tan repentinamente sobre el pueblo, que pareció milagro el hecho de seguir en una sola pieza. Rayos y truenos se escucharon destrozar el mundo. Entonces recordé lo que Narciso me había contado: sus temores. «Los rayos me atemorizan. Odio las tormentas». Su voz empalagosa resonó en todo mi cuarto, quedándose ahí por mucho tiempo, flotando en el aire.
Corrí las cortinas de mi cuarto y encendí la lámpara de noche que rara vez usaba. Me senté en la cama, tapándome por completo con la sábana. Abracé mis piernas flexionadas y hundí en mis rodillas mi rostro. Supuse que eso hacía Narciso. También cerraba los ojos con tanta fuerza hasta caer dormido. Y entonces, dormí.
Al día siguiente nos pudimos reunir y juntos nos dedicamos a admirar el pueblo, pues parecía cubierto de rocío. Antes de despedirnos, le pregunté, indeciso, qué había hecho la noche de tormenta. Me respondió sonriente.
—Cerrar mis ojos tan fuerte hasta dormirme, con mi cuerpo completo cubierto por una sábana.
Sonreí porque había tenido razón. Aunque luego se esfumó, ya que Ameinias había regresado, apoderándose de mi cuerpo. Me eché a temblar y tartamudeé cosas sin aparente sentido.
Narciso se preocupó, me preguntó que qué me pasaba. No respondí a su pregunta porque de mi boca no salió ninguna respuesta. El «estoy enamorado» flotó alrededor nuestro por tiempo infinito. Me miró inseguro. Lo miré temeroso y las palabras «de ti», acompañadas por su nombre completaron la oración.
—Estoy enamorado de ti, Narciso —repetí, más fuerte. Casi gritando.
Y esperé. Esperé el cruel rechazo. La gran burla. La espada asesina. El suicidio mío rezando a Némesis.
Nunca llegaron esos acontecimientos trágicos. Muy por el contrario, llegaron unas caricias en mis manos, siendo tomadas delicadamente; una sonrisa boba y unos ojos marrones viendo los míos, cubiertos por un manto de lágrimas que pedían salir.
Feliz, me acerqué a Narciso y lo besé.
Recordé cuando lloró por Kevin, cuando lloré por él mismo. Cuando despertó en la enfermería, cuando me pidió ser su amigo. Cuando nos abrazamos y lloramos. Cuando me dijo que intentara llegar a su corazón y me consoló. Cuando rio por mi respuesta después de la pelea con Johan. Y también recordé ese momento, que se convirtió en «cuando besé a Narciso y recordé todo de él».
—Llegaste más allá del lugar de Kevin, Ángel —me dijo, abrazándome.
Correspondí su abrazo y nos dijimos adiós, pero diferente.
«Hasta luego».
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Narciso ©
Conto«Narciso». El nombre de una flor, de una enfermedad y de un dios. Un nombre de belleza innigualable y que, como todos, es capaz de contar mil y un historias. Esta es otra de esas historias, sobre un Narciso que no le hacía honor a su nombre. © NOÍL...