V e n g a n z a

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Me sentí Liríope y también Hera. Quería proteger y quería maldecir. A uno y a otro. La única cosa clara que tengo del último día de clases es eso: que era el último día.

No más «chico-recado» ni «Terrible Johan» por un mes y medio.

O eso creí por unos minutos que se convirtiendo en segundos, y a su vez aquellos segundos pasaron a ser fuego que quemaba todo mi cuerpo de pies a cabeza en una furia y en un deseo que era inevitable contener más.

Por segunda vez, Johan había alzado mano contra Narciso. Y yo, Hera, maldiciendo a la ninfa Eco con todo mi odio, arremetí contra él.

De la pelea solo tengo en mis memorias imágenes borrosas en un color sepia desgastado. Pero algunas son aún distinguibles y casi obvias.

Atacándolo por detrás, me colgué de la espalda de Johan gritando un alarido. Me aferré a su cuello y pateé sus pantorrillas con la punta de mis pies. Cayó de cara al pavimento sucio. Se había vuelto a romper la nariz. Estuve a punto de reír por su desgracia y lentitud. Cuando se percató de lo sucedido, alzó la mirada. Sus ojos estallaron en cólera y se incorporó rápidamente, tratando de alcanzarme con sus puños.

Para que no recuerde los minutos después de aquello, debió de darme un buen puñetazo. Sin embargo, cuando cierro mi puño izquierdo, tengo la sensación de hueso chocando contra hueso y sé que le regresé el golpe incluso con mucha más fuerza.

La gente curiosa que apenas iba de salida pronto nos rodeó y señaló. El grito de «¡pelea, pelea!» no se hizo de esperar. Las apuestas serias y de broma tampoco se quedaron atrás. Sin embargo, no le presté atención a eso. Ni al vitoreo en donde se canturreaba mi nombre poco tiempo después. Solo me dedicaba a jadear mientras saboreada en mis labios el sabor metálico de la sangre, y a mirar con la frente en alto al Terrible Johan que, tumbado en el piso, con sus brazos rodeando su estómago, parecía llorar.

Yo había ganado contra Johan.

Había vencido al Terrible Johan. A aquel que humilló al hermano de Narciso, Rubén. A aquel al que no le importaba repartir golpes a diestra y siniestra o empezar peleas sin sentido. A aquel que había matado a Kevin y a aquel que había maltratado a Narciso. Pero no sentí regocijo. No era como Johan, que orgulloso había alzado su brazo hacia el cielo hacía un año y medio, pidiendo e imponiendo que se le diera respeto a los que él consideraba débiles.

Di media vuelta y tomé la mochila polvorienta que había lanzado al piso en mi arranque, dispuesto a marcharme de ahí para encontrar a Narciso, que había desaparecido. Salí por el portón abierto de par en par que me ofrecía un paisaje nuevo.

Una mano tocó mi hombre y por un momento creí que sería el director, intercambiando así los papeles, ahora yo siendo Eco, llena de miedo.

La mano posada ligeramente se convirtió en un apretón, y el apretón en un abrazo.

—Lo vi todo —murmuró, con su aliento en mi espalda—. Ángel, ¿por qué lo hiciste?

Cerré mis ojos, pensando en una respuesta que no lo hiciera llorar, fuera cual fuera la razón. De pronto, recordé el mito de Narciso y al viejo vidente ciego que Liríope visitó.

—«Vivirá hasta una edad avanzada mientras nunca se conozca a sí mismo» —recité, sin abrir mis ojos y sin ser del todo consciente de mis palabras, pensando que la respuesta era más que absurda.

La dulce risa de Narciso me hizo saber que había dicho lo correcto.

Narciso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora