Las vacaciones pasaron en un pestañeo a cámara lenta. Nunca me di cuenta de que todo el mes y medio se había ido, y todo gracias a Narciso.
A veces intentaba imaginar cómo había sido mi vida sin él. Si el profesor lo hubiera llevado a la enfermería y no yo, o alguien más. Si no hubiera dicho que sí a su primera oferta, si no hubiera confesado mi amor. Siempre llegaba a una bifurcación. Ante mis ojos se abrían dos cominos. Uno me decía que mi vida no sería igual y el otro que sería mejor. Temeroso de seguir mirando ambos senderos, daba media vuelta y echaba a correr hasta que volvía a la realidad, en donde la sonrisa no perfecta de Narciso me esperaba paciente.
El día antes de pasar a último grado, decidí sorprenderlo yendo a su casa. Ya sabía dónde quedaba, pues varias veces lo había terminado acompañando, pues la noche podía ser peligrosa para alguien como él.
No me abrió Narciso, sino su padre. El hombre se sorprendió, pero me recibió con los brazos abiertos. Incluso no me molesté por el hecho de que me llamase «el amigo de Narciso» cuando los dos éramos mucho más que aquello. Tampoco me molestó que no se lo hubiera dicho.
Me hizo pasar y sentarme en el sofá. Me ofreció un vaso de refresco y lo bebí con gusto.
—Las doce y el mocoso sigue soñando, mira tú.
Cuando escuché eso me eché a reír y respondí que no había problema, que mi visita no era planeada ni nada, que quería sorprenderlo. El padre de Narciso pareció comprenderlo y decidió no ir a despertarlo. En cambio, decidió hablar conmigo.
Pregunté por su esposa. Con una sonrisa me dijo que para él era su día libre y que ella debía ir a trabajar. Entonces él me hizo una pregunta.
—¿Sabes por qué Narciso llora?
Me congelé. Vacilé mucho antes de decir que tal vez seguía sin superar lo de Kevin. Él negó con la cabeza.
—No, eso no es. Ya me dijo que tú lo has ayudado a superar eso.
Me sentí avergonzado y halagado. También me alegré por saber que había ayudado a Narciso y que él era consciente de ello.
Pensé un poco más, hasta que la idea cruzó mi mente. Primero debía saber si eso ya lo sabía aquel hombre, así que me aventuré a preguntarle si Narciso le había hablado alguna vez del Terrible Johan. El «no» que dijo encogió mi corazón.
Le conté todo. Desde la pelea con el hermano mayor, de la cual tampoco era conocedor, hasta mi pelea con Johan por proteger a Narciso y como una especie de venganza por Rubén.
Los ojos del hombre brillaban de distintas maneras. Pasaban de tristeza a enojo con cada palabra que decía. Eran los mismos ojos de Narciso. Los ojos marrones que podían hipnotizarme, tan expresivos. Comprendí que Narciso era la viva imagen de su padre.
Al terminar mi relato, tomé un gran respiro y esperé que el silencio se rompiera. Y el que lo rompió no fue ni el hombre ni yo, sino Narciso al gritar mi nombre con una felicidad contagiosa. Se acercó a mí y me saludó con un abrazo y un beso discreto en la mejilla. Al separarse de mí, fue con su padre. Éste lo abrazó también y con tanta fuerza que Narciso se quejó, apenado porque yo tuviera que ver una escena así.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —Fue lo que preguntó en un susurro su padre.
Tiempo después, Narciso lloró. Luego su padre. Yo no lloré en ese momento. Esperé a que Narciso me abrazara con su gentileza acostumbrada y entonces lloré igual, tal vez más. Tal vez lloré por los dos, porque le pedí que no lo hiciera más y que solo me consolara.
Al día siguiente Johan dejó de ser «El Terrible Johan» y Narciso dejó de ser el «chico-recado», mientras que yo pasé a ser «el héroe que salvó a mi hijo».

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Narciso ©
Krótkie Opowiadania«Narciso». El nombre de una flor, de una enfermedad y de un dios. Un nombre de belleza innigualable y que, como todos, es capaz de contar mil y un historias. Esta es otra de esas historias, sobre un Narciso que no le hacía honor a su nombre. © NOÍL...