Capítulo 8

32 6 1
                                    

"El juego apenas comienza, cariño. Esta no será la única muerte que lamentarás."

Pánico. Eso era lo único que Charlotte sintió.

No lloró. No porque fuera insensible, sino porque quería ser fuerte, o al menos intentarlo, pero entro de nuevo en una crisis nerviosa.

La luz regresó unos segundos después, y el corazón de Charlotte se encogió al ver el cuerpo sin vida de Edmund. Era imposible creer que aquel pálido cuerpo que yacía en el suelo fuera él.

— Lo siento — dijo con un hilo de voz. No estaba muy segura de porque lo sentía; ninguno podría haber previsto aquello, especialmente con la tranquilidad de aquel lugar.

— Puedes sanarlo — dijo una voz que provenía de las plantas. El fantasma de una mujer caminaba hacia Charlotte. Tenía el cabello rubio ceniza y los ojos negros. No podía ver más que un vacío en su interior.

— ¿De qué estás hablando? — preguntó desconcertada Charlotte, hasta que recordó que no tenía la menor idea sobre quién era ella. —, o más importante aún, ¿quién eres tú?

— Mi nombre es Clarisse Bennet. Seguro ya has oído sobre mí.

Charlotte asintió, y la mujer se posicionó a su lado.

— Sé cómo puedes revivirlo — repitió Clarisse —, pero quiero algo a cambio de mi ayuda.

Dudaba si realmente podía confiar en aquella mujer. Pero, viéndolo desde otra perspectiva, esta podría ser la única oportunidad de reponer a Edmund.

— ¿Qué es lo que quieres?

Sonrió con malicia. No era la mujer que creía que era; sus intenciones tenían un fin perverso.

— No dejes que tu mente te engañe — comentó, tomando el brazo de Charlotte —, mis intenciones no son tan espantosas como crees. Lo que quiero es que me des toda tu magia.

¿Magia?

— Guardas un gran poder en tu interior — continuó Clarisse —, y con tal energía liberada, es posible que puedas revivirme a mí también.

Charlotte no estaba segura. Apenas se enteraba que poseía un gran poder y ya buscaban arrebatárselo. Lo único que tenía claro era que Edmund valía más que cualquier tipo de magia que pudiera existir en el mundo. Correría el riesgo.

— ¿Tenemos un trato? — preguntó Clarisse tendiendo su mano.

— Por supuesto — dijo la chica, estrechando su mano con la de la rubia.

— Muy bien, está claro que los necesitarás dentro de unas horas, así que, después de la Noche Sangrienta, vendré a buscarte — tomó la mano de Charlotte y la situó sobre la tierra, que se encontraba un poco húmeda —. Te complacerá saber que eres una sanadora, lo que es algo realmente extraño por aquí, pero has tenido suerte. La magia encerrada en esta habitación te ayudará a reanimar el cuerpo si te conectas con ella; la tierra es el factor principal, aprovéchalo.

Enterró su mano izquierda en la tierra y posó su mano derecha en la herida de Edmund. Sentía un cosquilleo correr por sus brazos, y un brillo verde rodeaba las palmas de sus manos. Se concentró en sellar el corte de su espalda, y estaba segura de que había terminado cuando el cosquilleo cesó.

— Bien hecho — la felicitó la mujer —. Ahora solo necesita descansar algunas horas — y antes de desaparecer, le advirtió —. No le digas a nadie de mi existencia. Nos pondrías a las dos en peligro.

— ¿Cómo podría ponerte en peligro si estás muerta?

— Rosalie conoce las formas más crueles de castigar a un fantasma. Confía en mí cuando te digo que no puedes confiar en ella.

— ¿Porqué?

Respiro profundamente y agachó la mirada.

— Ella es la razón por la que morí.

***

El día había pasado sorprendentemente rápido, y Charlotte agradecía no haberse topado con Rosalie en todo el día.

No sabía lo agotador que era revivir a una persona, así que sacó a Edmund de la habitación de Clarisse y lo llevo a la suya. Había caído dormida junto a él durante varias horas y al despertar cuido de él tan bien como pudo. Era increíble la rapidez con la que se recuperó, y no tardó mucho en explicarle lo que había sucedido, evitando el momento en el que el fantasma de Clarisse apareció.

Salomé se pasó por su habitación y Charlotte se quitó un gran peso de encima al asegurarse de que su amiga no tenía ni un solo rasguño.

— ¿Qué pasará cuando oscurezca? — preguntó Charlotte, sentada en el suelo junto a Salomé.

— La guerra comenzará — respondió —. Nuestro escondite estará a la vista de todos los traidores y se romperán las barreras que nos resguardan del peligro. Por esa razón, Rosalie nos permite entrenar libremente en el cuartel, para protegernos a nosotros ya este lugar.

Rosalie. Con solo escuchar su nombre se le hervía la sangre. Apretó los puños en un vano intento por eliminar sus sentimientos de ira, y volvió en sí cuando Salomé chilló de dolor.

— ¡Ay!

— ¿Qué pasa? — preguntó Edmund, quien se había despertado al oír a Salomé. —. ¿Por qué esta sangrando tu brazo?

Había un leve corte en el brazo de la morena. ¿Era posible que pudiera lastimar a las personas sin siquiera tocarlas?

— Dios mío — exclamó asustada —, no sabes cuánto lo siento. Déjame curarte.

Puso su mano en la herida y fue cuestión de segundos para que su brazo sanara. Por suerte, el corte no había sido muy profundo.

— De seguro este truco te será útil en unas horas — comentó vagamente Salomé.

— Ustedes también pueden defenderse de manera increíble: Ed, tu creas fuego. Estoy segura de que lograrás quemar a muchos de ellos; Sam, puedes multiplicarte. Confúndelos y liquídalos. Ustedes pueden lograrlo.

Justo en ese momento, se escuchaba un gran alboroto en los pasillos, y unos fuertes golpes a la puerta los puso en estado de alerta.

Edmund se levantó para abrir la puerta en caso de que hubiera alguna trampa. No quería arriesgar la vida de Charlotte.

— ¡Ya vienen! — los alertó un pequeño niño. Probablemente tendría unos diez años. —. Lograron romper la barrera, prepa...

Pero aquel chiquillo no pudo terminar de advertirlos. Una flecha había terminado en su cabeza, acabando con su vida.



UndergroundDonde viven las historias. Descúbrelo ahora