Los gritos de horror se mezclaban las espantosas risas de los asesinos que aniquilaban sin piedad a todo el que se cruzara en su camino.
Fue en ese momento en el que decidieron que tomarían tres caminos distintos y se reunirían en el cuartel. No era el mejor lugar para esconderse, pero Edmund ya se encargaría de explicarles cuando llegaran.
Charlotte decidió ir por la vía principal: aquella que va por el gran salón. Era lo suficientemente ágil para esquivar a aquellos hombres, y pelearía con todo lo que tuviera a su alcance con tal de sobrevivir.
A medida que avanzaba, su cabeza se iba llenando de las terribles escenas que se presentaban ante sus ojos: las paredes estaban cubiertas de sangre, al igual que el suelo; la cantidad de cadáveres iba aumentando con cada paso que daba y los quejidos de dolor retumbaban en sus oídos como la más dolorosa melodía. Su mente estaba en otro lugar, y estaba a punto de perderse en sí misma, convirtiéndose en un blanco fácil de asesinar. Cerró los ojos, tomó su cabeza entre sus manos con fuerza y se arrodilló en el suelo. Intentó recorrer el perímetro con su mente, e identificó a los traidores con un tatuaje con algo escrito, algo que ella no entendía. Gritó. Gritó tan fuerte que pudo romper todos los ventanales y vidrieras que se encontraran cerca.
Al levantarse, pudo notar que, aquellos que se encontraban torturando a algún desafortunado, se estaban asfixiando. Sonrió con malicia y cerró los puños con fuerza. Volvió a abrirlos cuando se aseguró de que ya no estaban respirando. Siguió así hasta llegar al salón principal y encontrar un camino de sangre. Su curiosidad fue más fuerte y decidió seguirlo.
Mientras tanto, Edmund y Salomé habían decidido tomar el mismo camino. Se sentían mal al haber abandonado a Charlotte, pero estaban seguros de que se reunirían en el cuartel con ella en poco tiempo.
Salomé había llevado varios alfileres consigo, y cada vez que divisaba a un traidor, los pinchaba en el cuello hasta que murieran desangrados. Por su parte, Edmund se dedicaba a tirar cualquier cosa afilada que estuviera a su alcance. Con su perfecta puntería lograba darles en el corazón, pero prefería asegurarse quemando sus rostros. No habían caído en cuenta de brutalidad y facilidad con la que habían destrozado a todos sus enemigos hasta que se resguardaron en el cuartel, esperando la llegada de Charlotte.
***
El camino de sangre la guio hacia un pasillo sumido en la oscuridad. Además de la pared que indicaba el final del camino, no había nada más que resaltar en aquel ambiente.
Cerró sus ojos e intentó descifrar aquel momento. Alguien había querido enviarla allí, pero no estaba segura de quién y, fuera quien fuera, moriría. Tendría que esperar el momento adecuado para poner en marcha su improvisado plan, pero lo haría.
Tocó la pared y su mano pareció atravesarla. Una ilusión, debía ser. Probó metiéndose completamente, y termino en una habitación pintada en un blanco completamente impecable, con la mujer que tanto odiaba sentada de espaldas en medio del lugar.
— Justo la joven a la que deseaba ver— volteó y sonrió como lo había hecho desde que la conocía. Aquello solo lograba enojarla más—. Toma asiento.
Señalo un pequeño sofá escarlata que se encontraba a unos metros de ella. Charlotte lo acercó y se sentó.
— Supongo que has hecho deducido un par de cosas sobre mí.
Su expresión se mantuvo impasible, así que Rosalie continuó hablando.
— Eres más lista de lo que creí— admitió—, y por esa razón quería llegar a un acuerdo contigo.
— ¿A qué te refieres?
Rosalie suspiró.
— Sé que prometiste a Clarisse Bennet entregar todos tus poderes, y entiendo que lo has hecho para salvar la vida de aquel chico — se acercó más a ella—, pero escucha con atención: con tu poder, Clarisse llevará a cabo plan de venganza contra todos nosotros. Dixia se sumirá en una intensa oscuridad y la maldad recorrería cada kilómetro de nuestro territorio.
Charlotte se sentía incapaz de creerle. De no ser por Clarisse, Edmund habría muerto.
— ¿Por qué debería creerte?
— Sé que desde que llegaste te he parecido agobiante, y Clarisse te ha dado una excusa para eliminar absolutamente toda tu confianza en mí, pero no es lo que crees. Yo no la asesiné— confesó Rosalie—, pero fui yo quien la animo a que depositara todo su poder en el invernadero. Estaba consciente de que moriría, pero tenía que tomar una decisión por todos los que se albergaban aquí, y Clarisse nunca me lo perdono.
Ahora lo entendía todo. Sin embargo, no logró contener la pregunta.
— ¿Fue ella quién apuñaló a Edmund?— preguntó temerosa.
— Debía conseguir llegar a un acuerdo contigo, y le diste al sujeto indicado en el momento indicado.
Charlotte se lo pensó por un momento y se le ocurrió una idea que, a lo mejor, podría funcionar.
***
El momento había llegado. Charlotte llegó al cuartel con varios minutos de retraso, y se excusó en la cantidad de personas que se encontraban en el salón principal.
La habitación en la que se encontraba Rosalie era a prueba de magia, así que Clarisse no podía acceder a ella siendo un ser irónicamente mágico. Ahora que había salido, no podía contarles el plan a sus amigos sin ser descubierta, así que rezó porque estos entendieran lo que tendrían que hacer en el momento preciso.
Pasaron la noche vigilando la puerta, pendientes de alertar si algún intruso entraba, pero no sucedió.
A la mañana siguiente, con una notable minoría, los traidores fueron milagrosamente derrotados. Las pérdidas eran muchas más de las previstas, pero al menos cierta parte de la maldad fue eliminada.
Un par de chicos, Rosalie, Salomé, Edmund y Charlotte se encontraban reunidos en el salón principal limpiando aquel sangriento desastre. Y Clarisse apareció en medio de ellos, reclamando aquello que jamás le pertenecería.
— Dame tu mano Charlotte— exigió la mujer.
Charlotte estaba aturdida.
— ¡Que me des tu mano!— gritó y se la tomó con la rudeza propia de un monstruo.
Charlotte comenzaba a sentirse irracionalmente débil. Su cabeza no soportaba el ruido de sus pensamientos y el dolor recorría cada parte de su cuerpo.
— ¡Ahora!— gritó con las fuerzas que aún le quedaban.
Rosalie extrajo con su mente el poder que las rodeaba y lo encerró en un recipiente de cristal color rosa pálido. Podía verse la energía circular por el reducido espacio, esperando a ser liberada.
Ambas estaban a punto de caer, pero Edmund fue más rápido y logró atrapar a su chica antes de que se estampara contra el suelo.
— Charlotte espera, por favor — susurraba Edmund en su oído, lo que era un arrullo para ella —. No te vayas, no cierres los ojos.
Pero no su mente no logró mantenerse despierta y cerró los ojos, dejándose llevar por aquella oscuridad que la cuidaba.
Vaya cumpleaños que había pasado.
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Underground
Short StoryAquí en Dixia nada es lo que parece y nadie es quien dice ser. Ten cuidado con quien formarás una alianza, porque es tu vida la que pones en juego.