Era irreal la cantidad de personas que se encontraban reunidas en aquel lugar.
Algunos se encontraban bailando en una improvisada pista que habían colocado hace poco; otros simplemente charlaban y se divertían, y no faltaba aquel que estaba allí para atiborrarse con tanta comida como pudiese.
Edmund guio a la chica a la pista de baile. Apenas había notado la corta estatura de Charlotte, y resultaba algo cómico y encantador en ella.
La música no sonaba muy fuerte, así que podían mantener una conversación sin problemas de escucha. Decidieron no hacerlo durante un buen tiempo.
Charlotte había bailado al menos dos veces en su vida, pero aún era bastante torpe; dejo que el chico la guiara.
— Solo déjate llevar— le susurró al oído.
Charlotte cerró los ojos, y se pegó a Edmund como si su vida dependiera de ello. Daban vueltas por toda la pista, y ambos sentían que estaban en las nubes. Sonreían. Tal vez de alegría, tal vez algo más. Durante un momento se perdieron en sus ojos; Charlotte con sus hermosos ojos azules y Edmund con sus brillantes ojos verdes. Ninguno podía pensar con claridad, y no importo en lo absoluto.
Podrían haber pasado toda la noche bailando, pero en un momento tendrían que parar. Que mal momento para hacerlo.
Un grito. Un desgarrador y alarmante grito se escuchaba cerca del salón seguido de un largo apagón. Edmund no espera ni un segundo más y se lleva a Charlotte a un lugar seguro.
— ¡No! — Se opuso ella — Salomé sigue ahí, no podemos irnos sin ella.
— ¡No hay tiempo, Charlotte!
La chica siguió oponiéndose a abandonar el lugar sin su reciente amiga, pero Edmund no estaba dispuesto a sacrificar la vida de ninguno de los dos por alguien a quien probablemente no encontrarían en tal oscuridad. Tomó a Charlotte en sus brazos y se alejó corriendo al ala este.
Edmund no necesitaba luz para saber a dónde se dirigía, había memorizado los pasillos durante su corta estadía en las cavernas. Y no solo eso: Rosalie había omitido enseñarles una cantidad inmensa de lugares increíbles, probablemente por falta de tiempo.
Cruzó dos veces a la derecha y siguió derecho hasta llegar a una puerta un poco más alejada, cerrada con llave.
— ¿Tienes alguna pinza para el cabello?
Si la tenía, pero no en el cabello. Sacó una pinza del cinturón de su vestido y se la pasó a Edmund, quién abrió la puerta con facilidad.
Entraron e inmediatamente cerraron la puerta.
— ¿Estás bien?— preguntó Edmund tomando el rostro de Charlotte con sus manos. En aquel lugar había una tenue luz, lo que era mucho mejor que seguir a oscuras.
— ¿Dónde estamos?— dijo ella ignorando la pregunta del chico. Era obvio que no estaba bien.
Él sonrió y abrió la palma de su mano, de la cual salió una pequeña llama de fuego.
— Éste lugar, mi querida Charlotte — dijo moviendo su mano para iluminar la habitación —, es uno de los secretos más grandes que guardan estas cavernas. Tienes frente a ti a la fuente de abastecimiento de todas las personas que se refugian en este lugar — a pesar de todo lo que pasaba afuera, Edmund quería levantar el ánimo de Charlotte —. Te presento a Clarisse.
— ¿Clarisse? — estaba desconcertada. ¿Se estaría refiriendo a la habitación?
— Así es. Una chica llamada Clarisse Bennet creó este pequeño invernadero para poder alimentar a las personas que vivían aquí, y podía sostenerlo con magia. Sabía que, sin ella, todo su trabajo moriría, así que enfocó todo su poder para darle vida propia a todo lo que floreciera aquí, y lo logró, pero su cuerpo no lo soportó: Su magia era parte de ella, y al dársela toda a este lugar, perdió energía. Cada día estaba más y más débil, hasta que finalmente murió, feliz de haber hecho algo por muchas personas que duraría mucho tiempo, probablemente para siempre. Este pequeño invernadero se nombra en su honor.
A Charlotte le parecía fascinante. Pero aquello no quitaba la preocupación que sentía al haber dejado a Salome a su suerte. No es que no pudiera defenderse, porque aquella chica era cualquier cosa menos cobarde, pero sería fácil que te apuñalaran con una espada sin que pudieras advertir nada.
Se había quedado muda y su cuerpo comenzaba a temblar, así que comenzó a caminar por el invernadero, perdiéndose en sus pensamientos. Edmund trataba de llamar su atención, pero ella no respondía; se limitaba a poner un pie delante del otro. No podía permitir que su mente se perdiera en una habitación llena de magia: así sus recuerdos se perderían para siempre en una fuente infinita de hechos inexplicables.
— ¡Charlotte! — gritaba Edmund —. ¡Charlotte, regresa!
No estaba seguro de lo que iba a hacer, pero era cierto que se moría de ganas por hacerlo. No sabía si ella reaccionaría de la manera correcta.
— Quiero que sepas — tomó de nuevo su frágil rostro entre sus manos — que esto nunca fue parte de mi plan. A decir verdad, ni siquiera hay un plan.
No espero un segundo más y juntó sus labios con los suyos en un corto e inocente beso. Ella parpadeó dos veces y pasó sus dedos por el rojo cabello del chico, acariciándolo. Su estatura era un detalle insignificante que la vegetación presente solucionó. Si bien eran capaces de pensar, permitieron que Charlotte se apoyara en ellos para no tener que esforzarse poniéndose de puntillas.
Ella sonrió y acercó con delicadeza el rostro de Edmund a dos centímetros del suyo.
— Créeme — susurró al oído del muchacho —, no eres el único que se moría de ganas de hacer esto.
Y sus labios se volvieron a juntar una vez más. A diferencia del beso anterior, este había encendido una chispa en ambos, y algo en Charlotte comenzaba a crecer. Edmund la tomó de la nuca, haciendo el beso un poco más apasionado, y ella jugaba con su enredado cabello rojo.
Habrían querido continuar aquel momento, pero también necesitaban respirar.
Edmund le dio un pequeño beso en la frente y le sonrió, pero esta vez ella sintió más dulzura en su semblante.
Pero lamentablemente, su felicidad no duró lo que ellos esperaban. Lo último que Charlotte recordó fue a Edmund tendido en el suelo con una gran mancha de sangre cubriéndolo, una espada clavada en su espalda y una nota, indicando que el juego había comenzado.
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Underground
Short StoryAquí en Dixia nada es lo que parece y nadie es quien dice ser. Ten cuidado con quien formarás una alianza, porque es tu vida la que pones en juego.