A pesar de lo iluminado que podía verse el bosque en su interior, en su exterior seguía siendo frío y escalofriante.
Giggles guío a los dos jóvenes hacia un pequeño lago.
— Esta es la entrada a las cavernas.
— ¿Un lago?— preguntó Edmund—. ¿Acaso es una broma?
— A no ser que conozcas otra entrada, te recomiendo mantener la boca cerrada.
Creía conocer otra entrada, pero viendo lo que pasó en el bosque ya no estaba tan seguro de que realmente existiera.
— Bien— Giggles comenzó a jugar con el aire hasta crear dos pequeños globos. —, con esto tendrán aproximadamente cinco o seis minutos de oxígeno. Las cavernas se encuentran cerca de los únicos corales que encontrarán en lo más profundo. Suerte.
Tomaron sus manos de nuevo y se adentraron en las profundidades del agua.
Ambos se sorprendieron al notar la claridad y nitidez con la que apreciaban el panorama a pesar de ya haber anochecido. No querían demorar mucho en encontrar aquellos corales que Giggles había mencionado; después de todo, los globos de oxígeno no durarían toda la eternidad.
Y allí estaban. Era difícil ignorar el brillante amarillo que destellaban. Un poco más abajo había un gran hoyo. Las cavernas estaban a solo un paso. Nadaron un poco más hasta sentir el aire llenar sus pulmones, y se encontraron frente a ellos una gran puerta de cristal que irradiaba destellos azules. Completamente hipnotizante.
Se abrieron.
Un enorme salón de baile se mostró ante los dos jóvenes, pero se veía vacío, hasta que una mujer apareció frente a ellos. Alta, de piel morena, con unos grandes e imponentes ojos cafés y una hermosa cabellera color chocolate que llegaba probablemente a su cintura. Por su atuendo dirías que tenía un rango importante en aquel lugar o simplemente le gustaba lucir espléndida.
— Sean bienvenidos a las Cavernas de Hielo— saludó con una voz tan dulce como el algodón de azúcar. Charlotte odiaba el algodón de azúcar. —. Mi nombre es Rosalie Koch, Kuina del territorio de Dixia.
Charlotte la inspeccionó disimuladamente. No. Esa mujer definitivamente no le daba buena espina. Era preciosa, de eso no hay duda, pero había algo en ella que no terminaba de encajar.
— ¿Puedo saber sus nombres? — preguntó Rosalie al cabo de unos segundos de incómodo silencio.
— Edmund Wright — saludó primero el pelirrojo, estrechando sus manos.
— Charlotte Fairbelle — siguió ella, imitando el gesto de Edmund. Notó las manos de la morena bastante frías. Congeladas, más bien.
Rosalie insistió en enseñarles un poco el lugar.
Aquel lugar era el salón principal, donde festejaban una que otra ocasión; en el ala oeste se encontraban los dormitorios. No era exactamente un espacio reducido, pero con la cantidad de refugiados que se albergaban allí lo parecía; en el ala este se encontraba la cocina, una pequeña biblioteca y un cuartel de entrenamiento.
—... No todos los refugiados se dedican a vagar por los pasillos esperando a que los rebeldes crucen estas puertas — decía Rosalie, quien se la había pasado la mayor parte del recorrido hablando —. Muchos entrenan y afinan sus habilidades en el cuartel para que, llegado el momento, puedan defenderse.
« Lo único concreto que ha dicho en toda la noche. Finalmente un momento de silencio » pensaba Charlotte para sus adentros.
A Edmund no le simpatizaba la chica, pero hacía sus esfuerzos por ser lo más cortés posible. Estar allí significaba seguridad. Al menos por ahora.
Antes de dejar que se marcharan para que descansaran un poco después de su largo viaje, Rosalie los detuvo.
— Esta noche habrá un baile, una pequeña celebración antes de la batalla. Si gustan, pueden pasarse por el salón principal y...
— No tengo ningún vestido de fiesta — interrumpió Charlotte —, y este tipo de eventos son importantes. No quisiera pasar vergüenza.
La verdad no le interesaba en lo más mínimo el atuendo que bien podría o no tener. Simplemente no quería cruzarse con aquella chica.
— No tienes de que preocuparte, cariño — si bien no soportaba su empalagosa voz habitual, su tono maternal le producía un leve tic en el ojo —. Puedes hablar con Salomé, su habitación se encuentra al final del pasillo.
No perdió un segundo más y, con una torpe reverencia, se dirigió hacía su habitación, dispuesta a encontrar un baño en aquel lugar. Rosalie se había saltado ese pequeño detalle.
Tal vez aquella chica que habían mencionado, Salomé, sabría donde se encontraba el baño.
Se dirigió a su habitación al final del pasillo y tocó dos veces la puerta. No tardaron en abrirla.
Una chica más alta que ella (probablemente medía un metro setenta), cabello café muy rizado y tez un poco más clara que Rosalie apareció en el umbral de la puerta.
— Disculpa, ¿tú eres Salomé? — preguntó Charlotte regresando a su bajo tono de voz.
La chica sonrió. Será una buena señal.
— Ya le he dicho a Rosie que dejara de llamarme así — comentó ella divertida —. Puedes decirme Sam.
— Está bien.
La joven la invitó a pasar y lo primero que Charlotte le preguntó fue la ubicación del baño. El piso superior.
Pasaron un buen rato hablando y sonriendo, como si se conocieran de toda la vida. Agradable, misteriosa y con muy buen gusto. Charlotte no habría podido describirla mejor.
— ¿Te enteraste acerca del baile que harán dentro de unas horas? — preguntó la morena entusiasmada.
— Si, pero no tengo algo especialmente bonito que usar.
— Deja que yo me encargue de eso.
Rebuscó en varios cajones y sacó un aburrido vestido azul rey. Con algunas telas y brillos logró convertirlo en poco tiempo en una belleza. Llegaba un poco más abajo de la rodilla, con un precioso cinturón plateado en el centro y un sencillo escote en corazón. Formal sin llegar a ser exagerado.
Sam le prestó unos zapatos bajos color crema y la apresuró a que tomara una ducha si quería estar lista.
***
Edmund pasó por la habitación de Charlotte un poco antes de las diez. La fiesta había comenzado hace una hora.
— Hey — saludó, entrando en el pequeño dormitorio.
Ella volteó a verlo y lo saludo de vuelta con una sonrisa.
Edmund usaba un traje de gala junto con una corbata que hacía juego con sus hermosos ojos verdes.
Charlotte ya se había vestido hace mucho, pero apenas tocó su almohada cayó rendida. No había usado maquillaje, así que apenas se le veía un poco adormilada.
— Me preguntaba si te gustaría ir al baile conmigo — dijo mientras su cara tomaba el mismo color que su cabello.
Ella sonrió un poco más que antes y asintió.
Se arregló un poco el cabello y bajo junto a Edmund hacía el salón principal con sus manos entrelazadas.
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Underground
Short StoryAquí en Dixia nada es lo que parece y nadie es quien dice ser. Ten cuidado con quien formarás una alianza, porque es tu vida la que pones en juego.