Capítulo 11: Maldito seas

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PoV Ares:

Llamé a la puerta por segunda vez y finalmente oí pasos corriendo, acercándose a la puerta. Luego se escuchó la llave al meterse en la cerradura y finalmente la puerta se abrió, dejando ver detrás de ella un hombre.
Le recordé de la foto en el móvil de April. Su padre.
- Hola, señor Wood, soy Ares. Venía a devolverle a April su móvil, se lo dejó en casa de Andrea. - Dije.
Levantó una ceja pero al escucharme hablar con tanta familiaridad de su hijita y su sobrina pareció asumir que yo era algún amigo de April.
- April está arriba, has tenido suerte. Creo que iba a irse ahora. - Dijo.
Asentí.
- Gracias. ¿Puedo pasar? También tengo que decirle algo. - Respondí.
Dudó un segundo y finalmente se apartó, abriendo más la puerta, y me dejó pasar con una leve asentimiento de cabeza.
- Pasa. - Me indicó.
Lo hice, y observé a mi alrededor.
La casa era bastante grande y con un toque antiguo. La decoración era bastante elegante, pero las cosas estaban un poco desorganizadas.
- Sube, está en su habitación. - Dijo el señor Wood, señalando las escaleras con un gesto.
Asentí y subí, poniendo atención a mi alrededor.
Finalmente me encontré en un pasillo. Había cinco puertas, dos de ellas entreabiertas que, por lo que podía ver, eran baños, y las otras tres cerradas.
Escuché con atención, pero solo podía oír un leve murmullo general que reverberaba por todo el pasillo.
Toqué con mis nudillos en la primera puerta cerrada y, por suerte, se abrió.
Una April con el pelo semi-mojado y un secador en su mano derecha apareció tras la puerta, frunciendo el ceño al verme.
- ¿Se puede saber qué haces aquí? - Preguntó, con desprecio, haciendo que la ira creciese de nuevo en mi interior.
- Pues mira, venía a devolverte tu móvil, que te lo dejaste en casa de Andrea, pero visto lo irritable que estás mejor vuelvo otro día. - Le espeté.
Inmediatamente su cara cambió a una de sorpresa y luego bajó su mirada hasta fijarla en la alfombra.
- Yo ... No lo sabía ... Lo ... Lo siento ... - Murmuró, poniéndose colorada.
- Ya me debes dos disculpas y un gracias, no aumentes la lista. - No sé de dónde carajos saqué la fuerza para hablarle tan mal cuando parecía un cachorrito de perro, con sus enormes ojos evitando mi mirada.
- Yo ... También lo siento por el ... - Se puso aún más colorada. - Beso ... - Susurró, muy bajito.
Infló sus mofletes.
- ¡Pero lo de saltarte encima es totalmente culpa tuya! - Gritó.
Sonreí de lado.
Era momento de ofrecer mi trato,
- Escucha, no sólo vine aquí por eso. - Empecé.
Se recostó en la puerta, mirándome desafiante para hacerme saber que tenía su atención.
- Adelante. - Me invitó a continuar.
La empujé hacia dentro y pasé como si fuese mi habitación y no la suya.
Cerré la puerta detrás de nosotros y golpeé la parte de atrás de sus rodillas, haciéndola caer sobre su cama.
- Verás, yo no puedo permitir que tú digas nada sobre cómo nos conocimos y tú no puedes dejar que yo diga nada sobre la primera vez que nos conocimos. - Expuse, brevemente.
Asintió con la cabeza, conforme.
Sonreí para mí mismo.
- Bien, mi proposición es que formalicemos esto en un contrato. - Dije.
Frunció el ceño.
- Eso es estúpido y no es necesario. - Respondió.
- Créeme, lo es. - Repliqué. - Ahora, leételo, te lo sugiero. - Añadí, sacando de mi bolsillo el papel que había escrito antes de salir de casa de Andrea.
Lo tomó desconfiadamente entre sus manos y pasó sus ojos sobre las letras con rapidez.
Pero cada vez avanzaba más despacio y su ceño se fruncía más.
- Maldito seas. - Se escapó de entre sus labios.
- Oh, solo es para asegurarme de que ninguno de los dos se saldrá del trato. - Le aseguré. - Y para que sepas, si ambos lo firmamos tiene validez legal. - Eso no era verdad, hacía falta un notario que lo supervisase, pero eso no se lo dije.
Apretó los labios, pensando, y finalmente un pequeño suspiro se escapó de entre sus labios y asintió.
Sonreí triunfalmente.
Esto sería divertido.

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