En Denver el aire era hermoso y fresco. A pesar de que en éste haya mucha civilización, en las afueras había vegetación. Me había ido con mi familia a la casa campo de mis tíos a pasar un fin de semana. El lugar era maravilloso, sin importar el tamaño de la casa, el terreno era amplio. Lo suficientemente sorprente para una niña de 6 años. Aquella tarde pasamos uno de los mejores momentos en familia, mis hermanos y yo parecíamos inseparables, nada que ver comparado a cómo nos tratábamos en casa; mis padres nunca habían estado más unidos, hablaban, se reían y por un instante me hubiera gustado disfrutar más ocasiones así...
Al anochecer papá decidió que era hora de irnos ya que, estaba oscureciendo y no había tantas luces en el camino así que, partimos. En el auto, con la brisa en mi cara comencé a tener una dulce melancolía de aquel hermoso recuerdo de nosotros en la tarde cuando, la realidad me despertó... Papá estaba conduciendo a una velocidad algo inestable, y a los 6 años lo único que podía hacer era gritar. Y eso hizo. Mientras mis hermanos trataban de tranquilizarme, mamá ayudaba a papá a estabilizarse un poco. Con el corazón en la boca intenté respirar hondo pero, no conseguía hacerlo pues el problema no había terminado. A pocos metros de nosotros, había una camioneta, conducida a toda velocidad, por un hombre ebrio que hacía sonar su caxon cada 20 segundos. El miedo me invadió cuando el extraño impactó a la izquierda del coche, haciendo que papá y uno de mis hermanos salgan despedidos por las ventanas. Comenzamos a dar vueltas en la ruta, yo cerraba mis ojos con fuerza pra evitar tal escena mientras sentía el grito de miedo y desesperación de mi madre y mi hermano.
Nos detuvimos. El aire era tenso, los paramédicos llegaron e hicieron lo que pudieron. Mi hermano se golpeó en la cabeza y lo llevaron a emergencias. Encontraron los cuerpos pero no lo pude soportar, y caí al suelo en un sueño profundo...
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