Capítulo II

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Sabía que me había quedado con la boca abierta, pero era incapaz de cerrarla. ¡Cien mil libras! Ignoraba que mi abuela tuviera tantísimo dinero.


-Por desgracia, no hay ninguna propiedad vinculada al dinero -continuó-, aunque dispondrás de una cuando te cases. Lo menos que puedes hacer con mi fortuna es intentar conseguir un matrimonio ventajoso. -Se puso en pie y se dirigió hacia el escritorio-. Conozco a los Grandchester . Yo misma escribiré a lady Eleonor y aceptaré la invitación en tu nombre. Quince días es tiempo suficiente para encargar nuevos vestidos. Nos pondremos con los preparativos de inmediato.


Se sentó frente al escritorio y tomó una hoja de papel. Yo era incapaz de moverme. El curso de mi vida acababa de cambiar, sin previo aviso y sin darme tiempo a asimilarlo.


Mi abuela levantó la vista.


-¿Y bien? ¿Qué opinas?


Tragué saliva.


-No... no sé qué decir.


-Deberías empezar por darme las gracias.


Esbocé una tímida sonrisa.


-Claro que estoy agradecida, abuela. Es solo que... me siento abrumada. No creo estar preparada para dicha responsabilidad.


-Ese es el motivo de tu visita a Edenbrooke, prepararte. Los Grandchester son una familia muy respetada y podrás aprender mucho durante tu estancia. De hecho, esa es mi condición. Conseguiré que te conviertas en una joven refinada, Candice. Mientras estés allí me escribirás contándome lo que aprendas o te haré volver y te instruiré yo misma.


Un sinfín de pensamientos inconexos revolotearon en mi cabeza, si bien era incapaz de hilvanarlos para que cobraran sentido.


-Estás pálida -añadió-. Sube a tu habitación y échate. Pronto te sentirás mejor. Pero ni se te ocurra decirle una palabra de lo de la herencia a tu doncella. De momento, no es prudente que se sepa. Si no eres capaz de ahuyentar a un simplón como el señor Whittles, nada podrás hacer con otros más taimados que vayan tras tu fortuna. Deja que sea yo quien decida cuando dar a conocer la noticia. Además, aún debo notificársela a mi sobrino.


Asentí con la cabeza.


-No se preocupe, no se lo diré a nadie. -Me mordí el labio inferior-. Pero ¿qué pasará con la herencia de tía Elisa ? ¿O con la de Annie ?


Hizo un gesto disuasorio con la mano.


-La parte de Elisa es independiente de la tuya, no te preocupes por ella. En cuanto a Annie , ella no precisa de fortuna para encontrar un buen partido, pero tú sí.


¿Esa herencia era fruto de la compasión? ¿Porque mi abuela pensaba que no conseguiría encontrar marido sin ella? Tenía la sensación de que esa revelación debería haberme sonrojado; sin embargo, permanecí singularmente impasible, como si se hubiese roto la conexión que unía mi corazón con mi cerebro. Me dirigí poco a poco hacia la puerta. Quizá mi abuela tuviera razón y necesitara descansar un poco.



Pero al abrir la puerta, estuve a punto de ser derribada por el señor Whittles. Debía de haber estado apoyado en la puerta, pues entró en el salón trastabillando.


-Les pido disculpas -exclamó.


-¡Señor Whittles!


Retrocedí con presteza para evitar todo contacto con él.


-He... he vuelto a por mi poema. Para poder introducir los cambios que sugirió.


Detrás de él, vi a mi tía Elisa aguardando en el vestíbulo. Al menos eso explicaba su presencia en la casa. Saqué el poema del bolsillo y se lo tendí con sumo cuidado para no tocarle la mano. Hizo una reverencia y me dio las gracias hasta cuatro veces mientras salía del salón y cruzaba el vestíbulo de espaldas hasta la puerta principal. Aquel hombre era absolutamente ridículo.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora