Capítulo VII

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Cuando conseguí sacar la cabeza del agua, me puse a toser y a maldecir de una forma nada elegante. Me alarmé al darme cuenta de que me estaba alejando de la casa a toda velocidad. Aunque el río no era demasiado profundo, mi lucha por hacer pie fue en vano. Entre las piedras resbaladizas que cubrían el lecho fluvial y la fuerza de la corriente fracasé en mi intento.


Divisé más abajo un gran sauce llorón cuyas ramas caían sobre el agua. Retuvo mi atención una que parecía más resistente que las demás. Cuando la corriente me arrastró a su lado, me agarré a ella y pataleé frenéticamente hasta que conseguí llegar a la orilla.


Subí gateando por la margen y me tendí boca arriba sobre la hierba para recuperar el aliento. Al ponerme en pie me di cuenta de que tenía el vestido manchado de barro y chorreando, además de que entre los pliegues se me habían metido briznas de hierba y hojas. Alcé las manos y me toqué el peinado: no me quedaba un pelo en su sitio e incluso me saqué una hoja de entre los cabellos. ¡Oh, no! Ahora tendría que encontrar un modo de estar presentable para la cena y seguro que ya llevaba mucho rato fuera. Tendría que darme prisa si quería estar de vuelta a tiempo. ¿Y si alguien me veía?


Me aparté el pelo de la cara y me dirigí al puente tan rápido como me lo permitieron la falda empapada y las botas caladas. ¿Por qué? Oh, ¿por qué había tenido que salir a ver el jardín? ¿Por qué me había puesto a dar vueltas por ahí? Ese era el tipo de comportamiento que mi abuela censuraba y el motivo por el que quería que cambiara. Al fin y al cabo, ¿qué rica heredera sale a dar un paseo para caerse en un río y acabar hecha un adefesio?



Estaba llegando al puente de piedra cuando oí ruido de cascos a mi espalda. Me volví de inmediato y vi un hombre a caballo que venía directo hacia mí. No quería que mi primera impresión en Edenbrooke se viera empañada porque alguien me sorprendiera empapada y con el vestido manchado de barro, así que me escabullí hacia el lateral del puente y me agaché entre la tupida vegetación que crecía junto al río para esconderme.


Esperé en tensión mientras el ruido se hacía más próximo. Iba acompañado de un silbido. Movida por la curiosidad, levanté la vista en el preciso instante en que el caballo alcanzaba el puente y quedé tan sorprendida por lo que vi que me eché hacia atrás y perdí el equilibrio. Zarandeé los brazos intentando evitar la caída, aunque por desgracia no sirvió de mucho. Mientras caía al agua por segunda vez, dejé escapar un grito.


Salí a la superficie rápidamente y vi cómo el caballo se adentraba salpicando en el agua y su jinete me tendía la mano.


-Agárrese a mí -pronunció la voz que menos deseaba oír.


Me negué a alzar la vista.


-No, gracias -rehusé intentando con desesperación ponerme en pie.


-¿No, gracias? -repitió la voz entre desconcertada y divertida.


Llegué hasta la otra margen del río, medio caminando, medio nadando. Esa vez había tenido mucho más éxito para salir del agua, aunque sin duda el incentivo era mayor. Me puse en pie con dificultad.


-Soy perfectamente capaz... -empecé a decir.


En ese momento me pisé la falda empapada y acabé cayendo de bruces en el barro. Volví a ponerme en pie de un salto.


-Perfectamente capaz, se lo aseguro, señor, de caminar por mi propio pie.


Se lo demostré alejándome del río tan deprisa como me fue posible. Oí al caballo salir del agua y venir tras de mí. Seguí mirando hacia otro lado tratando de ignorar al hombre que me seguía y rezando para que no hubiese podido verme bien el rostro.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora