Capítulo X

368 29 5
                                    

-Lo siento -susurró Terrence detrás de mí.


No sabía si se estaba refiriendo a lo ocurrido o si lo que lamentaba era haberme preguntado por ello, pero ya no importaba, pues había vuelto a levantar mis muros. Había sido un error mostrarme vulnerable. Lo único que deseaba ahora era salir corriendo de allí y refugiarme en algún lugar lejos de aquel hombre que me hacía decir cosas que no quería decir y sentir. Me hice a un lado para dejar de estar atrapada entre su cuerpo y el cristal y me di la vuelta.


-¿Listo para jugar al ajedrez? -pregunté con energía-. ¿O deberíamos dejarlo para otro día?


Ni me molesté en mirarle, pues ya estaba encarada hacia la puerta. Tenía las emociones a flor de piel y necesitaba estar a solas para volver a guardarlas en su escondrijo. Estaba a punto de salir huyendo cuando Terrence apoyó su mano en mi brazo.


-Espere.


Me volví hacia él de mala gana.


-¿Tiene hambre? -preguntó.


-En realidad, sí.


Ni siquiera me había dado cuenta.


-¿Me disculpa unos minutos? Por favor, siéntase como si estuviera en su casa.


Le observé abandonar la biblioteca con sentimientos encontrados. Seguía debatiéndome entre el calor y el frío y aún no había decidido hacia dónde me decantaría: hacia Terrence o lejos de él. No obstante, ahora que él no estaba ya no sentía deseos de huir; por lo que decidí aguardar su regreso.


Tomé un libro de poesía de la estantería, me acomodé en una de las butacas que había junto a la ventana e intenté deshacerme de mi desasosiego concentrándome en los poemas. Cuando la puerta volvió a abrirse, me sorprendí al comprobar en el reloj situado sobre la repisa de la chimenea que había transcurrido media hora.


Terrence depositó una bandeja llena de comida en la mesita que había entre las dos butacas.


-Confío en que apreciará por lo que he tenido que pasar para conseguirla. Debería haber oído cómo me ha reprendido el cocinero por asaltar su despensa. Estaba aterrorizado.


Me reí de buena gana, aliviada al comprobar que había regresado con una actitud menos grave.


-Eso no es cierto.


-Sí que lo es -aseveró con una mueca-. No sé por qué, pero los sirvientes que le han visto a uno crecer no dudan en seguir tratándolo como a un niño, tenga la edad que tenga. -Alcanzó un plato-. ¿Qué le apetece?


-Oh, puedo hacerlo yo.


Dejé a un lado el libro y alargué la mano para asir el plato, pero él se negó a entregármelo.


-Ni hablar. Permítame que me ocupe yo. ¿Un poco de todo? -propuso con una sonrisa y un extraño brillo en los ojos.


Me sorprendieron tanto su ademán como su mirada.


-Sí, gracias. -Lo observé mientras me servía fruta fresca, pan, jamón cocido y queso. Acepté el plato con una sonrisa burlona en los labios-. Espero que no insista también en darme de comer.


-Lo haría si pensara que usted me lo permitiría -murmuró.


Me ruboricé disimuladamente.


-¡Ahí está! -exclamó-. Cuánto he añorado ese rubor durante la última media hora.


-Creo que lo hace a propósito -confesé mirándolo enojada.


-¿El qué? -preguntó riendo entre dientes.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora