Capítulo VIII

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Capítulo VIII



Después de cenar, nos retiramos al salón. Nadie tuvo que cantar, aunque la señora Clumpett sí tocó el pianoforte durante un rato. Terrence aprovechó para venir a mi encuentro mientras yo admiraba un paisaje que colgaba de la pared.


Se trataba de una vista de Edenbrooke desde una perspectiva alejada. El artista había plasmado la majestuosidad del edificio y la inmensidad de las tierras que lo rodeaban. Al observarla me invadió el deseo de volver a pintar; ¡había transcurrido tanto tiempo desde la última vez! No había utilizado mis pinturas desde que mi madre muriera, pero me sorprendí pensando que me encantaría pintar aquel lugar en el que la belleza estaba por todas partes.



Cuando levanté la vista, descubrí que Terrence me observaba con la misma atención que yo le había dedicado al cuadro.


-Qué preciosidad -comenté señalando con la cabeza hacia la pintura. Se situó frente a mí y apoyó un hombro en la pared.


-Eso es precisamente lo que estaba pensando.


¿Se estaba refiriendo a mí? Noté cómo el color me subía a las mejillas y vi dibujarse en su rostro una expresión de satisfacción. ¿Lo habría dicho solo para que me sonrojara? Pero de ser así, ¿por qué querría hacer eso? ¿Y por qué parecía sonrojarme con tanta facilidad en presencia de aquel hombre? Me sentía como si volviera a ser una colegiala y esa sensación no me gustaba en absoluto. Adopté una expresión ceñuda, pero entonces vi a lady Eleonor mirando en nuestra dirección con cara de preocupación.


-Tenga cuidado -le dije en voz baja-,su madre piensa que está volviendo a ser descortés conmigo.


-Eso es porque se ha sonrojado y su expresión se ha tornado de lo más seria. Sonría, Candice, o recibiré otra reprimenda.


Descubrí que me era casi imposible no hacerlo, sobre todo porque él estaba de muy buen humor y se acercaba a mí al hablar como si compartiéramos un preciado secreto. Aun así, intenté resistirme.


-Recibirá una nueva reprimenda si su madre le oye llamarme Candice. Sabe que no debería hacerlo, señor.


-Lo sé. Sin embargo, mi madre no está ahora escuchando nuestra conversación -añadió sonriendo con picardía-, así que llámeme Terrence.


Le lancé una mirada de odio intentando ocultar lo mucho que me gustaba su pícara sonrisa.


-Anoche solo se salió con la suya por su jueguecito enigmático. Estoy convencida de que normalmente tiene unos modales más correctos.


-Está en lo cierto. Normalmente, sí.-Inspiró-. Pero esta situación no tiene nada de normal, ¿no cree?


Clavó sus ojos en los míos, como si buscara algo importante.


El corazón me dio un vuelco, provocado por la combinación de su cálida mirada, su voz susurrante y su proximidad. No había conocido a ningún caballero que se le pareciera lo más mínimo. Me sentí necia y violenta, pues no sabía qué hacer. Me devané los sesos sopesando las opciones con las que contaba.


No podía ceder a mi primer instinto, salir huyendo. Podía fingir que no había oído la pregunta y decir algo que no tuviera nada que ver con ella, pero aquella opción me haría quedar como una tonta. Ojalá Annie hubiese estado allí para aconsejarme. Coquetear siempre se le había dado mejor que a mí. Un momento... ¿Era eso lo que estaba haciendo Terrence? ¿Coquetear? Pero ¿por qué iba él a querer coquetear conmigo?


Me di cuenta de que había pasado tanto tiempo discutiendo conmigo misma que un silencio incómodo había llenado el espacio que debería haber ocupado mi respuesta. ¿Por qué no podía dar con una buena contestación? ¿Y por qué Terrence no decía nada más? Dirigí la mirada hacia el pianoforte, deseando hallar en él una salida. Como si me hubiese leído el pensamiento, Terrence se alejó un poco y cambió de tema.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora