Capítulo IX

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Durante el desayuno, lady Eleonor anunció que estaría ocupada toda la mañana. Tras haber pasado un mes entero en Londres, esperaba recibir la visita de todos sus vecinos y estaba segura de que a mí no me apetecería pasar la mañana sentada en el salón. Aunque estaba en lo cierto, me vi obligada a insistir.
—No me importaría conocer a sus vecinos.
—En otro momento, querida —dijo apartando mis buenas intenciones con un gesto de la mano—.De todas formas, no pienso consentir que pase sola su primer día aquí. Terrence, ¿te importaría cambiar tus planes? Podrías enmendar tu mal comportamiento de anoche enseñándole la casa a nuestra invitada.
Terrence miró con ojos risueños a su madre, que sonrió con aire inocente en respuesta.
—Estaré encantado —respondió.
—Oh, ¿puedo acompañarles?—preguntó la señora Clumpett levantando la vista del plato; tenía el labio superior manchado de huevo—. Me he saltado mi habitual paseo matutino con mi marido y considero que es importante realizar algo de ejercicio cada día.
—Por favor —respondí con una sonrisa.
Así parecía menos una imposición y más una aventura en grupo.

Puesto que ya había visto la mayor parte del primer piso, iniciamos la visita por la segunda planta, que constaba principalmente de dormitorios similares en elegancia y comodidad al que yo ocupaba. Terrence era amable y cordial y había abandonado el coqueteo. De hecho, se estaba comportando tan bien que para cuando llegamos al tercer piso, me sentía casi del todo a gusto en su compañía.
La señora Clumpett alabó maravillada cada una de las estancias en las que nos detuvimos como si las viera por primera vez. Me resultó imposible no sonreír en su compañía y debía atribuirle el mérito del buen comportamiento de Terrence. ¡Si incluso se había referido a mí como «señorita White»!
En el tercer piso, Terrence nos guió hasta una larga galería cuyas paredes estaban repletas de cuadros. Seguí su ejemplo y me detuve delante de los retratos de familia. Vendría otro día a ver los paisajes sola, cuando tuviera tiempo de deleitarme en ellos.
Fui fijándome en un retrato tras otro mientras Terrence identificaba a sus antepasados. Me contó que la madre de su tatarabuela había insistido en llamar al lugar Edenbrooke, pues le parecía tan hermoso como el Jardín del Edén. Tras ver los retratos de una larga lista de familiares lejanos, nos detuvimos frente a los de la familia inmediata. Allí estaba lady Eleonor,unos años más joven; había sido bastante hermosa. A su lado, colgaba el cuadro de un hombre de aspecto distinguido que tenía el mismo cabello castaño y que Terrence.
—Es mi padre —me confirmó en voz baja.
No era un hombre especialmente apuesto, aunque sus ojos tenían un aire sereno y serio que me hizo detenerme y echar otro vistazo a su retrato.
—Parece un buen hombre —comenté identificando al fin la expresión de su rostro.
Terrence asintió con la cabeza.
—Lo era.
Eché un vistazo al resto del grupo y reconocí a un joven Terrence. La muchacha del retrato contiguo debía de ser su hermana Louisa, quien se había convertido en la queridísima amiga de Annie. Terrence me señaló el retrato de un joven con el cabello rubio y una sonrisa radiante y despreocupada.
—Ese es mi hermano menor, William. Vendrá dentro de unos días con su esposa, Rachel.
Annie y Louisa se habían quedado a cargo de ellos en Londres.
Solo quedaba un retrato.
—¿Y él?
Me percaté de que tenía la misma mandíbula que Terrence, aunque sus ojos azules tenían un aire lánguido, como si estuviera aburrido de la vida.
—Mi hermano mayor, Charles—respondió con algo de brusquedad.
Apartó la vista del cuadro y se volvió hacia mí. Su mirada se había vuelto tan seria y pesarosa que tuve la certeza de que había perdido algo que tenía en alta estima. No obstante, solo duró un instante fugaz y para cuando la reconocí, había desaparecido y Terrence se había vuelto de nuevo hacia la pintura. Incluso estaba casi convencida de haberme imaginado aquello por completo.
Eché un rápido vistazo a Terrence para compararlo con su hermano. A pesar de que ambos eran muy apuestos, sir Charles tenía un aire inaccesible; a diferencia de Terrence, cuyo rostro era afable. El segundo era apuesto a la vez que encantador y no me costó decidir la compañía de cuál de los dos preferiría.
Allí parada frente al retrato, me asaltó una idea. Aquel hombre, sir Charles, un auténtico desconocido para mí hasta el momento, era la persona con la que mi hermana iba a casarse. En mi mente ya era algo definitivo, pues Annie jamás había fracasado en su intento por conseguir lo que quería una vez que había tomado su decisión. Y no era propensa a cambiar de opinión con facilidad.
Sir Charles se convertiría pues en mi hermano y Terrence… bueno, también él pasaría a ser como un hermano para mí. Nos convertiríamos en familia, emparentados por el matrimonio de Annie y Charles. Sonreí ante la idea. Nunca había tenido un hermano, pero aun así podía imaginarme a Terrence desempeñando ese papel a la perfección.

La señora Clumpett seguía examinando los paisajes. Terrence dejó atrás los retratos y me hizo señas para que le siguiera hacia el vestíbulo. Se detuvo delante de una puerta a mi izquierda que daba paso a una enorme estancia con el suelo de madera.
—¡Es una sala de esgrima! —deduje al ver las espadas alineadas en una vitrina al fondo. Me fascinó el eco de nuestros pasos en la estancia vacía y aquellos techos altos, iluminados por los ventanales superiores. Suspiré complacida y un poco celosa—.Siempre he querido aprender.
En ese mismo instante me arrepentí de lo que había dicho. Ese era precisamente el tipo de cosas que no reconocería una jovencita elegante. Mi abuela estaría horrorizada.Sin embargo, Terrence no parecía escandalizado, sino más bien intrigado.
—¿Y ese interés impío por una actividad masculina? —preguntó con una sonrisa en los labios.
—En mi opinión, los hombres pueden realizar una gran cantidad de actividades divertidas, como la esgrima o la caza, mientras que las mujeres tenemos que quedarnos en casa y dedicarnos a bordar durante todo el día. —¿Tiene idea de lo aburrido que es bordar? —Le dediqué una mirada afligida.
—En realidad, no —respondió con una sonrisa alegre—. Aunque nunca me había detenido a pensarlo.
—Bien, en ese caso permítame que le diga que bordar no tiene nada de divertido. La esgrima, por el contrario…
Lo estudié durante un momento sopesando si mi petición sería demasiado atrevida.
—¿Qué está tramando? —preguntó con recelo.
Consideré las probabilidades y decidí que valía la pena intentarlo.
—Me preguntaba si, dado que mi padre nunca me enseñó y que no tengo hermanos de verdad…, si sería tan amable… de enseñarme usted.
—¿Hermanos de verdad? —Terrence me lanzó una mirada que reflejaba a la vez frustración y diversión—. ¿Significa eso que ha decidido verme como a un hermano de mentira?
Me mordí el labio. Estaba claro que le había ofendido. No dejaba de ser algo presuntuoso considerarle como parte de mi familia, sobre todo teniendo en cuenta lo poco que hacía que nos conocíamos. Tampoco podía justificarme sin revelar los planes de Annie para echarle el lazo a su hermano mayor.
Intenté disimular mi vergüenza sonriendo con aire inocente.
—¿Le importaría?
Su sonrisa adquirió un aire socarrón.
—Ya tengo una hermana, Candice.
Sentí cómo el azoramiento crecía en mi interior. Era tan grave como había temido. Le había ofendido y me sentía una auténtica estúpida por haber hecho aquel comentario. Le había pedido que me enseñara a manejar una espada, ¿qué dama haría eso? Y además había asumido una familiaridad que él no compartía. Me sentía sumamente avergonzada.
—Lo lamento. No debería haber dado por sentado… —Me aclaré la garganta—.Por favor, discúlpeme. Estoy segura de que tiene cosas mejores que hacer que perder el tiempo conmigo.
Me di media vuelta y me dirigí a toda prisa hacia la puerta. Ojalá la tierra me hubiese engullido en ese momento. Había atravesado ya aquella enorme sala y tenía la mano sobre el picaporte cuando habló de nuevo.
—Me ha decepcionado, Candice.
Me quedé inmóvil sin soltar el picaporte.—Nunca sospeché que se daría por vencida con tanta facilidad. Especialmente después de tan solo una pequeña negativa.
Me volví de inmediato, pues mi orgullo respondía al desafío patente en su voz. No era de las que huían asustadas y menos cuando se me desafiaba.
—No me estoy rindiendo. Voy a preguntarle al señor Clumpett si me enseñaría —añadí con la barbilla levantada.
Era mentira y estaba segura de que Terrence lo sabía, aunque se acercó a mí esbozando una sonrisa.
—Ah, pero ¿piensa atreverse a ponerse delante de él con un arma en la mano? ¿Cenar con él no le pareció lo suficientemente peligroso?
Contuve la risa al recordar la alarma sembrada por el señor Clumpett en la mesa al lanzar al aire su tenedor para demostrar el comportamiento de vuelo de cierta ave.
—Puede que tenga razón —admití con la voz temblorosa y frunciendo los labios.
—Tengo una idea mejor —resolvió con una sonrisa pícara.
Se situó a mi espalda, alargó la mano y se hizo con el picaporte. No me moví y me quedé atrapada entre Terrence y la puerta. Eché la cabeza hacia atrás y me perdí en sus cálidos ojos. El orgullo estaba disipando mi azoramiento. Tenía la sensación de que fuera cual fuese su idea, querría decirle que sí.
—¿Cuál? —pregunté sonriendo sin reservas.
—¿Jugaría conmigo al ajedrez? Soy consciente de que no es tan divertido como la esgrima, pero es imposible que resulte tan aburrido como bordar.
No me había equivocado, quería decirle que sí; aunque aquello no era propio de mí. Mantenerme firme cuando alguien me ofendía era una de mis mayores virtudes, o uno de mis mayores defectos, según quién lo mirara. A pesar de todo, jugar al ajedrez con Terrence parecía la forma más agradable de pasar la tarde.
—Me encantaría. ¿Dónde jugaremos? —pregunté mientras abandonábamos la sala de esgrima.
—Ya lo verá —se limitó a contestar dedicándole una sonrisa a su tía cuando nos alcanzó en lo alto de las escaleras—. He reservado lo mejor para el final de la visita.

...

La biblioteca estaba en un lugar apartado de la planta baja. Tomamos un corto pasillo que pasaba por delante del salón y doblamos una esquina antes de dar con la entrada. Cuando Terrence me abrió la puerta, fue como si me hubiesen dado permiso para acceder a un paraíso perdido.
Sin duda era una estancia de hombres. Los muebles eran de color marrón oscuro y líneas rectas. Todas las paredes estaban cubiertas por estanterías y en una de ellas destacaba una gran chimenea de piedra. Al fondo, un pequeño mirador albergaba una mesita y dos butacas de piel. Un ventanal que se erigía desde el suelo hasta el alto techo permitía que la luz invadiera la estancia y enmarcaba unas vistas maravillosas al lado sudeste de la propiedad.
Me adentré con cautela en aquel lugar tranquilo y soleado. Apenas oí a la señora Clumpett cuando se excusó, ni presté mucha atención a la doncella que había en un rincón. Iba sacando libros en silencio, limpiando el polvo de las cubiertas y el lomo y volviéndolos a colocar en su sitio. Acaricié el respaldo de una de las butacas y eché un vistazo por la ventana, luego me volví lentamente describiendo un círculo para abarcarlo todo. Me embelesó tanto cuanto vi que ni siquiera sentí deseos de dar vueltas. De todas formas, haberlo hecho habría sido un tanto irreverente.
—Le gusta —afirmó Terrence sonriendo.
Negué con la cabeza.
—No, me encanta. —Señalé hacia las estanterías—. ¿Me permite?
—Por favor.
Se acomodó con elegancia en una de las butacas que había junto a la ventana con expresión complacida.
Examiné los títulos de la estantería más cercana y encontré un libro de mitología griega junto a uno de poesía,flanqueado este a su vez por un ejemplar de filosofía alemana.
—¿Cómo están organizados?
—No lo están.
Me volví para mirarle.
—¿Y cómo encuentra lo que busca? Debe de haber miles.
—Me gusta buscar. Es como visitar a viejos amigos.
Le observé durante un momento, intrigada por lo que acababa de revelar sobre sí mismo. Aquella estancia le quedaba como un guante, como si se tratara de ropa ya usada y cómoda. Me percaté, no sin admiración, que parecía elegante incluso sentado de cualquier manera, con sus largas piernas estiradas. Al descubrir una expresión divertida en su rostro, fui consciente de que me había quedado mirándole… otra vez.
—Parece sorprendida, Candice.
—Lo estoy —admití con sinceridad.
Terrence sonrió como si le hubiese complacido mi respuesta.
Volví a centrarme en los libros y perdí la noción del tiempo. Debido a la falta de organización, cada nuevo volumen iba acompañado de una nueva sorpresa. Descubrí varios ejemplares que resolví estudiar con más calma en el futuro; entre ellos, una historia de la política francesa y un tratado sobre arquitectura gótica. Estaba tan absorta en mi ensoñación que me sobresalté cuando él volvió a hablar. Casi había olvidado que se encontraba allí.
—Hay algo que me intriga —empezó—.¿Qué estaba haciendo en Bath?
Me acerqué a la butaca situada frente a la suya y tomé asiento.
—Mi padre me envió a vivir con mi abuela al morir mi madre.
—¿Y qué le parece a usted esa imposición?
Me sorprendió que me planteara una pregunta tan personal después de haber pasado la mañana hablando de cosas triviales. Dejé escapar un suspiro. Mis sentimientos eran demasiado complejos como para hurgar en ellos, así que escogí el más sencillo de todos para proporcionarle una respuesta.
—Añoro mi hogar.
—¿Qué es lo que añora de él?—preguntó en apenas un susurro.
La sala estaba en silencio y el cielo iba cubriéndose de nubes en el exterior.
Jugueteé con un hilo del vestido. La doncella seguía limpiando el polvo en el rincón más alejado de la sala. Es probable que tuviera que dedicar a esa tarea todo el día o incluso varios días más, a tenor del número de libros que abarrotaban las estanterías. Estaba demasiado lejos para oírnos, aunque no era aquello lo que me hacía dudar. No me resultaba fácil confiar en la gente y no sabía si estaba preparada para hacerlo en un hombre que era tan distinto a todos los que había conocido hasta ese momento.
Durante los últimos catorce meses, me había esforzado por construir unos muros alrededor de mi corazón que me protegieran de las heridas que albergaba. No estaba segura de si sabría cómo volver a abrirlo, ni tampoco de si quería hacerlo. La mera idea me asustaba y debía considerar si valía la pena correr el riesgo de mostrarme vulnerable.
Terrence aguardó mi respuesta con paciencia, como si pensara darme todo el tiempo que yo necesitara. Quizá pudiera ser mi amigo hasta que Annie llegara. Me gustaba su compañía y tuve que reconocer que necesitaba un amigo. Quizá por amistad valiera la pena correr el riesgo. Inspiré hondo y tomé una decisión.
—Lo añoro todo. Echo de menos a mi familia, desde luego, pero también la casa, las tierras, a mis vecinos, a mis amigos... Todo. —Hice un gesto hacia la ventana—. Estaba pensando que he añorado hasta el vergel. A menudo solía ir allí a pintar, leer o simplemente estar a solas.
—¿Por qué el vergel?
Otra pregunta que requería una respuesta personal y sincera. Parecía decidido a ahondar cuanto pudiera en mi corazón.
—La verdad es que no había pensado mucho en ello hasta ahora o, al menos, no lo suficiente para ponerlo en palabras.
Contemplé el huerto de árboles frutales. El día había adquirido un color grisáceo y el vergel un tono apagado. Bajo la inmensidad del cielo, aquel grupo de árboles no muy altos se me antojaba un cobijo, un espacio protector.
—Los árboles tienen algo sólido y constante —confesé en voz baja—.Puede que cambien con las estaciones, pero siempre están allí. Uno puede contar con ellos. Un vergel no es tan grande como el bosque, aunque sí lo suficiente para cobijarme cuando…
Me interrumpí, no estaba muy segura de cómo acabar la frase.
—¿Cuando…?
—Cuando necesito que me cobijen, supongo. —Reí tímidamente, avergonzada por lo que acababa de admitir—. Parece extraño, pero a veces necesito estar lejos de la gente y allí me siento a salvo.
Me volví de inmediato hacia Terrence, ansiosa por ver su reacción. Me observaba fijamente, aunque por una vez no había ni rastro de burla en su expresión.
—Es su santuario —se limitó a comentar—. No me parece extraño en absoluto.
No me había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que noté cómo mis hombros se relajaban. Me sentí aliviada y asentí con la cabeza. No estaba acostumbrada a que me comprendieran tan rápido y, menos aún, a que me aceptaran. Eso es lo que percibí en su respuesta, aceptación, y sentí ganas de contarle más cosas.
—Nuestro vergel no es tan grande como el de Edenbrooke —continué—, aunque nuestros árboles son tan viejos y frondosos como estos. Solía esconderme allí de pequeña cuando me metía en algún lío. Acostumbraba a trepar a las copas de los árboles, tan alto como podía, y mi institutriz solía gritarme desde abajo para que bajara.
Terrence parecía muy entretenido.
—¿Y lo hacía?
—¿El qué? ¿Bajar? No mientras ella estuviera ahí. Un día fue a buscar una silla portátil y se sentó bajo el árbol con un libro, como si pensara pasarse todo el día esperándome si no le quedaba más remedio. Yo era demasiado testaruda...
Terrence enarcó una ceja y yo me eché a reír.
—Bueno, es uno de los defectos de los que no he conseguido librarme. Pues bien, yo me negué a descender y ella rehusó marcharse, por lo que me pasé la mayor parte del día subida en la copa de aquel árbol. Al final no tuve más remedio que ceder y bajar, ya que el estómago me dolía mucho por haber comido tantas manzanas y ya no podía sostenerme por más tiempo.
»Mi institutriz pensó que había ganado nuestro pequeño pulso y caminó muy pagada de sí misma de vuelta a casa; pero al verme doblada por el dolor, mi madre la reprendió con tanta severidad que hizo las maletas y partió al día siguiente. Me sentí muy mal por ella y me disculpé ante mi madre por mi terquedad. Desde luego, yo también recibí una buena reprimenda por mis actos, pero solo una vez que estuvimos a solas. Siempre me gustó eso de ella. Nunca me regañaba cuando había alguien delante para ser testigo de mi vergüenza.
—En eso se parece a su madre. Ahora entiendo por qué aprecia tanto esa cualidad. —Me dejó desconcertada por un momento—. Usted también me rescató anoche de una reprimenda, ¿recuerda?
—Oh, eso no fue nada.
—Para mí sí —admitió asintiendo con la cabeza.
Aparté la mirada de sus sinceros ojos, pues no sabía qué decir.
—Lamento no haber podido conocer a su madre —añadió—. ¿Cómo era?
Ojalá hubiese tenido aún el relicario, así podría haberle enseñado su retrato y demostrarle que no exageraba. Tendría que conformarme con las palabras.
—Era sumamente bella. Tenía unos ojos muy azules y la piel como la porcelana. Su cabello era tan claro que parecía casi blanco. Recuerdo que cuando era pequeña y venía a mi habitación por la noche para arroparme, me parecía del mismo color que la luna. —Hice una pausa al recordar su belleza—. Mi hermana Annie se parece mucho a ella, salvo por su cabello. Yo… no, sólo saque lo rubia a ella y el color de ojos de mi padre —Sonreí en señal de disculpa—Me temo que, en comparación, yo soy alguien bastante corriente.
Terrence negó con la cabeza.
—Creo que está llevando la modestia demasiado lejos. No puedo estar más en desacuerdo con usted.
Enseguida me arrepentí de haber sacado a relucir el asunto de la belleza con un hombre que había demostrado ser un seductor incorregible. Sin duda se estaba limitando a decir lo que pensaba que yo deseaba escuchar.
—No soy demasiado modesta —afirmé sonrojada por la vergüenza—. Y no lo he dicho con la esperanza de que usted me contradijese. Solo he constatado un hecho como respuesta a su pregunta.
Los labios de Terrence empezaron a temblar.
—Discúlpeme. No pensaba que un cumplido pudiera ofenderla tanto. Intentaré no volver a hacerlo.
Por mucho que me esforcé para que mis labios siguieran dibujando una línea recta, la mirada risueña de Terrence era contagiosa y resultaba difícil resistirse a ella, por lo que acabé riéndome a regañadientes.
—Siento haber reaccionado de ese modo.
—No se disculpe —pidió estirando los brazos y doblándolos detrás de la cabeza—. Resulta gratificante que a uno lo traten con desprecio.
Volví a reír.
—Eso no es cierto.
—Sí que lo es —insistió—. No sabe cuánto estoy disfrutando.
Sonreía como si realmente fuera así.
—Ahora está siendo ridículo.
—En realidad, estoy hablando bastante en serio. Aunque conociendo su tozudez… —Lo fulminé con la mirada y él rió entre dientes—. Lo dejaré pasar por ahora. Dígame, aparte de su belleza, ¿qué más ha heredado de su madre?
Decidí hacer caso omiso de la primera parte.
—Ella me enseñó a pintar. Era una gran artista y tenía mucho más talento del que yo poseo. Y le encantaba montar a caballo. Solía llevarme a cabalgar con ella casi todos los días, a primera hora de la mañana. Era una amazona excelente y afrontaba cualquier obstáculo sin miedo, sin importar lo alto que pareciera el salto…
Me estremecí al ser consciente de lo que había dicho. Me sorprendió que se me hubiese escapado.
—¿Así es cómo murió? —preguntó Terrence en un tono respetuoso.
Me volví hacia la ventana y asentí sin apartar la vista del vergel, mientras imaginaba que me encontraba bajo su protección.
—¿Estaba con ella?
Carraspeé para librarme del nudo que se me acababa de formar en la garganta.
—No. Aquella mañana no salí a montar con ella. Fue mi padre quien la encontró. Estoy segura de que no le será difícil imaginar lo demás.
—En realidad, sí —admitió tras una pausa larga.
Me volví hacia él sorprendida. Él me observó durante unos minutos, como si estuviera intentando medir sus palabras.
—No puedo imaginar por qué su padre se lo arrebató todo después de perder a su madre: su casa, su familia, sus amigos… Incluso su propia protección y su cariño.
Las palabras de Terrence se me clavaron en el corazón con tanta fuerza y de una forma tan inesperada que el dolor hizo que me faltara el aire. No le había costado mucho descubrir lo que yo ocultaba en el fondo del alma. Ese era el motivo por el que no le abría a nadie mi corazón, por el que lo mantenía bien protegido. Había sido una tonta al pensar que no pasaría nada si bajaba mis defensas.
Los ojos se me anegaron en lágrimas. Me puse en pie y me acerqué a la ventana dándole la espalda. El cielo estaba adquiriendo un tono plomizo y se estaba encapotando; pronto empezaría a llover. Apoyé la mano en el cristal. Estaba frío y aliviaba el dolor de las heridas que tenía en la palma. Ojalá existiera un bálsamo que aliviara con tanta eficacia el dolor que afligía mi corazón.
Vi el reflejo de Terrence en el cristal cuando se acercó a mí y noté su calor a mi espalda. Sentí frío y calor al mismo tiempo. Una parte de mí quería pegarse al cristal helado y alejarse de aquel hombre; la otra deseaba perderse en sus brazos y en su calidez.

Continuará...

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora