Capítulo III

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Bajé del carruaje de un salto y corrí hacia James. Le llamé por su nombre y lo sacudí por los hombros, pero no obtuve respuesta. Me quité el sombrero con presteza para apoyar mi rostro contra el suyo; un débil soplo de aire me acarició la mejilla. Me dejé caer al suelo aliviada. ¡Estaba vivo! Recorrí su cuerpo con las manos en busca de heridas y me quedé petrificada al notar algo húmedo en su hombro. La bala lo había alcanzado.


-¡Ponny , necesito ayuda! ¡Rápido!


Recordaba vagamente una ocasión en la que habían disparado por accidente al perro de mi padre durante una cacería. Él se había quitado el pañuelo del cuello y había hecho presión sobre la herida, por lo que me había dicho, para cortar la hemorragia. Si había funcionado en un perro, sin duda funcionaría en una persona.


Me quité el bolero y lo doblé repetidas veces como si se tratara de una compresa. Era la prenda a la que más fácil acceso tenía, pues no me iba a poner a quitarme las enaguas en ese momento funesto. Busqué el agujero en el abrigo de James, lo taponé con el bolero y le ordené a Ponny que apretara con fuerza.


Luego me puse en pie y me encaminé hacia el carruaje. Con el alboroto, los caballos se habían asustado y se habían alejado varios metros del lugar donde había caído nuestro cochero. Tenía que tomar una decisión rápidamente. ¿Debíamos llevar al herido hasta el carruaje o el carruaje hasta el herido? Observé a James dubitativa. Estaba segura de que yo no podría levantar ni la mitad de su peso y Ponny era casi tan menuda como yo. Definitivamente el carruaje tendría que ir hasta él.


Los caballos seguían asustados y amenazaron con encabritarse cuando me hice con las riendas. No fue fácil convencerlos para que se movieran, en especial marcha atrás, y durante un momento temí que acabaran aplastando a James y a Ponny . En semejantes circunstancias posicionar el carruaje me llevó demasiado tiempo.


Estaba empapada en sudor y las manos me temblaban. Al intentar darme prisa, tropecé con algo y caí sin remedio. Me arañé las manos con la gravilla del camino y me golpeé la mejilla contra el suelo. Conseguí ponerme en pie no sin dificultad, pues las faldas me estorbaban, y vi el ridículo a mis pies. ¿El bandido no había querido el dinero? Me lo guardé en el vestido y volví a la tarea que tenía entre manos. Llegó la parte más difícil: acercar a James a la puerta del carruaje y subirlo dentro.


Yo le agarré por los hombros y Ponny por los pies y entre las dos le llevamos en brazos a una velocidad agonizantemente lenta, centímetro a centímetro, deteniéndonos a menudo para devolverlo al suelo y recuperar el aliento. Cuando al fin llegamos a la puerta del carruaje, fui consciente de la altura que había entre el escalón y el suelo y estuve a punto de echarme a llorar. Me temblaban los brazos a causa de la fatiga y aún nos quedaba encontrar una forma de subirlo.


Volví a dejarlo en el suelo y miré con una expresión solemne a Ponny , que se había apoyado contra el carruaje.


-Tenemos que hacerlo, Ponny . No sé cómo, pero vamos a hacerlo.


Ella asintió. Agarramos una bota cada una y le metimos primero los pies dentro, después subimos al carruaje saltando por encima del cuerpo. Tiramos de las piernas hasta que las caderas traspasaron el umbral de la puerta y volví a bajar al suelo de un salto. Estaba segura de que si el pobre James continuaba con vida, debía de estar sangrando profusamente con tantos empujones y tirones. Lo alcé tomándolo por los hombros y lo empujé por la espalda mientras Ponny tiraba de sus brazos. Logramos meterlo en el coche doblando su cuerpo por la cintura. Me apresuré a cerrar la puerta antes de que se desdoblara y cayera de nuevo al suelo.


-No dejes de taponar la herida -grité a través de la ventanilla rota.


-¿Cómo? Está doblado cubriéndola.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora