Capítulo XI

446 31 10
                                    

Al día siguiente me reuní con Terrence en la biblioteca para jugar al ajedrez, pero él tenía otros planes.


-Soy consciente de que no es una actividad tan emocionante como la esgrima, pero me preguntaba si le interesaría el tiro con arco.


Cualquier propuesta que me alejara de los pasatiempos sosegados del salón me interesaba. Nos dirigimos a un prado situado al sudoeste, donde nos esperaban un par de sirvientes junto a la diana que habían dispuesto para nosotros. Terrence me invitó con un gesto de la mano a ser la primera en tirar. Estuvimos practicando hasta que mis brazos se negaron a disparar una sola flecha más a causa del cansancio.


-Supongo que nuestra partida de ajedrez tendrá que esperar hasta mañana -resolvió Terrence en voz baja cuando regresábamos hacia la casa.



...



No obstante, cuando acudí a la biblioteca al día siguiente, Terrence me preguntó si había visto ya los jardines. Aún no, por lo que me llevó a visitarlos y me mostró el jardín acuático, el jardín oriental y el jardín de rosas. Charlamos y paseamos hasta que la lluvia nos sorprendió y nos obligó a guarecernos en el interior.


Volví a sorprenderme al descubrir que llevaba horas en compañía de Terrence, aun cuando a mí solo me habían parecido unos pocos minutos. Cuando intenté justificar el paso del tiempo repasando lo que habíamos hablado, solo pude recordar algunos retazos, una historia aquí, un recuerdo allá, y el hecho de que no había tenido que pararme a pensar en un nuevo tema de conversación.



Los días se fundían unos con otros y entre nuestros paseos matinales a caballo, nuestras actividades vespertinas, la cena y el tiempo que pasaba en compañía de toda la familia por la noche, apenas había un momento en el que no disfrutara de la presencia de Terrence. Me sentía algo culpable por estar tan contenta y pensé que quizá debería concentrarme en algo más productivo que disfrutar de mi nueva amistad, pero es que me sentía tan libre y exaltada como el pajarillo que acaba de ser liberado de su jaula. Había ido derribando los muros que rodeaban mi corazón y estaba sumamente feliz y satisfecha. Y aunque solo habían transcurrido así unos días, tenía la sensación de conocer a Terrence de toda la vida.



La quinta mañana que salimos a montar, y la quinta que ganó Terrence, recibí una carta. Me sentía algo frustrada, pues intuía que Meg podía dar aún mucho más de sí y estaba decidida a probarlo.


-Uno de estos días se descubrirá admirando las posaderas de Meg -le anuncié mientras tomaba asiento para el desayuno.


Él se echó a reír con aquel brillo familiar de sus ojos que me hacía creer que guardaba un preciado secreto. Guardaba demasiados. Le miré con los ojos entrecerrados, pero a esas alturas ya le conocía lo suficientemente bien como para no albergar esperanzas de que me revelara ninguno.


El mayordomo carraspeó para llamar mi atención mientras me presentaba una bandeja de plata. En ella había una carta con la escritura temblorosa y familiar de mi abuela. Debía de haberla enviado en cuanto partí de Bath o no habría llegado tan pronto. La dejé junto al plato y la observé con recelo. La carta me llenó de preocupación y me hizo sentir como si hubiese estado viviendo un sueño. Temí que fueran cuales fuesen sus palabras, me obligara a despertar, por lo que decidí leerla más tarde en privado.


-Creo que deberíamos celebrar un baile en honor de nuestras invitadas -anunció lady Eleonor-. ¿Qué les parece?


La señora Clumpett levantó la vista con una sonrisa en sus predispuestos labios.


-Oh, adoro los bailes. Y al señor Clumpett también le gustan, ¿no es cierto, querido?


No me parecía el tipo de persona al que le encantaran los bailes, aunque expresó su conformidad con un gruñido.

La Dama RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora