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Dejé los libros a un lado y empecé a estirarme.

Había partes de la cama que estaban completamente frías; partes que no siempre estuvieron frías. Allí antes había alguien, y la falta de alguien me deprimía. La falta de algo siempre lleva a la depresión, y la depresión siempre lleva a pensar, y pensar siempre lleva a ese alguien, o a ese algo.

No me había movido de ese lugar desde la noche anterior. Había estado allí, sin moverme, deseando no ser yo, deseando ser alguien más; y mi parte de la cama, y el edredón, estaban calientes, podía contar con ese calor, pero no quería hacerlo.

A veces no nos basta tenernos a nosotros mismos, y eso está bien; me refiero a que entregarnos al derrotismo por un momento está bien, nadie debería molestarte por ello.

No hay manera simple de contar esto (así es, ya llegamos a la parte de la historia donde empezamos a conocer por qué la protagonista está tan jodidamente jodida). No hay manera simple de entenderla tampoco; porque hay cosas que, como regla natural del universo, no podrás entender hasta que realmente te pasan, hasta que realmente las sientes; pero por un punto hay que empezar, hay que desechar todo y luego quemar esto, ¿cierto?

Digamos que antes de ir a la universidad ya estaba completamente rota. Aún no quería dejar de ser yo, pero estaba completamente rota.

Pensé que esa era el límite para estar rota, pero uno no sabe realmente cuánto le puede joder la gente hasta que ya lo hacen; y es una nueva sensación cada vez. Nunca se repite. Un día te levantas y olvidas el dolor, pero el recuerdo queda, y cuando el dolor regresa yo lo olvidaste. Es como si fuese algo nuevo, algo inexplorado que ya tuviste la certeza de explorar.

¡Vaya! Hay tanto que contar que si escojo cualquier punto sonará increíblemente aburrido, y nunca fue increíblemente aburrido; pero de algo hay que empezar, y empezaremos.

La distancia más largaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora