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Esperé hasta que mi mejor amiga llegó a casa. Ella tenía problemas con su  novio, y yo trataba de ayudarla. Aunque realmente, yo no estaba en condiciones de ayudar.

—Le pedí una cita —le dije.

—No, valórate.

Un golpe directo.

—Bueno, si dice que no, no es el fin del mundo.

—No del mundo, pero sí del tuyo.

—Ya, deja de decirme eso. Seamos felices por un rato.

— ¡Hasta cuándo! La felicidad no existe, son solo  instantes felices.

Eso me hizo reír. Se lo había dicho hace muchos meses atrás.

— ¿Me vas a pagar por el plagio? —le pregunté.

—Mmmm, eso. Podríamos decir que es relativo; pues es mi contención de lo que tú dijiste, y lo hice mío como parte de mi filosofía de vida.

— ¿Entonces me pagarás relativamente?

—Calla, basta. Entonces sé feliz, estúpida.

No podía aguantar más la risa. Después de todo, para eso estaban los amigos, para hacerte reír antes de que la primera lágrima cayera.

— ¿Hay un bono por influenciar tu filosofía?

Ambas comenzamos a reír.

—Idiota, deja de hacerme reír.

—Bueno, hagámonos llorar —Que era justo lo que no quería.

—No, basta.

— ¿Por qué? —pregunté—. Que nuestras vidas sean una basura no significa que tengamos que estar triste.

—Porque no quiero estar feliz.

—Sí, sí quieres. Yo también quiero.

La distancia más largaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora