3

5K 464 35
                                    


Recuerdo también que esa fue la última vez que intenté ser fuerte.

Esa noche tomé el teléfono y llamé a Mark para entregarle todas sus cosas. Marka en sí, estaba desapareciendo, y eso estaba bien.

El 28 de diciembre caminé poco para verlo. Le entregué sus cosas, me entregó las mías, y luego me abrazó.

Creo que podría haber estado allí por siempre. Creo que si me hubiese dicho que me quedase, lo habría hecho; que si me hubiese pedido que desapareciese con él, no estaría aquí escribiendo. Pero solo me dio un beso y se marchó.

 Es día no quise llegar a casa. Cuando tienes 19 y por fortuna vives sola, no hay muchas cosas que te esperen allí, y a veces, el aterrador silencio que se escucha al abrir la puerta, es capaz de hacerte llorar.

Además, mis padres no vivían en la ciudad, mis amigos tenían sus propios problemas y aún no era hora de ir a llorar con ellos; no tenía hermanos, así que estaba sola. Marka tenía a Mark, y Mark escuchaba a Marka, ¿pero a quién tenía Emily? A nadie. Emily debía caminar por las calles, recordando sus penas para poder olvidar.

¿Recuerdas lo que dije al inicio del capítulo? Bueno, no es solo en esas ocasiones, algunas veces me hace falta caminar para pensar en todo lo que tengo que decir, en todo lo que tuve que haber dicho.

Entonces, cuando todas esas cosas estaban claras, cuando olvidé que me había dicho que de unos días para acá no lo estaba disfrutando, cuando olvidé que me había hecho llorar, y me di cuenta de cuánto lo amaba como  para dejarlo ir; cuando simplemente no me importó Emily, tomé el teléfono y le dije que nos encontráramos en el centro comercial.

Allí todo fue peor.

— ¿Sabes qué es lo que más duele? —le dije, cuando nos sentamos cerca de una fuente—. Las promesas rotas. Pesan, no sé cómo a ti no te pesan, pero a mí me pesan y me están destrozando.

—Lo sé. A mí también, pero piensa que nadie muere por un corazón roto.

Eso me destrozó más de lo que había estado destrozada.

Había ido allí, para que él me dijese que volveríamos, que me amaba, que no podía vivir sin mí. Había ido allí, para que me dijese cuánto lamentaba haberme dicho eso.

Pero él no se arrepentía, a él no le importaba, y yo tenía esas estúpidas ganas de llorar y desmoronarme justo allí, y también tenía esas estúpidas ganas de mantenerme fuerte y demostrarle que nada de eso me importaba; pero había ido para arreglar las cosas.

Nos levantamos. Me abrazó de nuevo y me susurró: Nunca he amado a alguien como tú, eres el amor de mi vida y no te olvidaré jamás.

Y nos separamos.

De regreso a casa, siempre estaba a punto de llorar, pero no me gusta llorar y que las personas me vean, es algo muy personal.

La tristeza siempre ha sido una de las cosas más personales, y por ende, es una de las menos compartidas. Y así quería mantenerla, secreta.

Allí pensé más, estaba cansada. No había dicho todo lo que quería decirle, y me había olvidado de Emily; esta era la segunda vez que me olvidaba de Emily, era como si yo misma me hubiese dejado de importar, como si lo más importante para mí, fuese seguir siendo Marka.

Tomé el teléfono y le escribí:

Yo: si te invito a una cita, para ver si podemos arreglar todo esto, ¿aceptarías? Y ¿por qué?

Él: Claro que lo haría, porque te amo.

Yo: ¿De qué forma me amas?

Él: de la forma más grande que se puede amar a una persona.

Y eso me convenció. Las palabras vacías siempre terminan convenciendo.

Yo: está bien, salgamos el 15 de enero. No, el 16... Espera, mejor el 17.

El 17 caía domingo, y él y yo teníamos por tradición salir todos los domingos, y quería tener esta cita como algo simbólico de que todo iba a comenzar bien. Es algo que había planeado premeditadamente para que todo saliese bien.

Él: está bien. ¿A qué hora?

Yo: dejémosle eso al tiempo.

Siempre cuando recuerdo esto me pregunto si decir la hora hubiese cambiado lo que pasó luego. Si sellar eso realmente, si decirle los planes del día, la hora, el lugar, la ropa; hubiese cambiado lo que hizo luego. Y pensar en esto no me ayuda, pensar en eso me entristece y me autolastima, pero es el tipo de lesión que no puedo evitar.

Los días siguientes fuimos amigos.

Llegó el 31 y lo pasamos juntos, llegó el primero y aún éramos amigos; pero llegó el 2 de enero y dormimos juntos, y se sintió bien tener a alguien más, donde casi siempre no había nadie. Luego llegó el 4, y es lo que desencadenó todo esto.

Aún faltan 19 días para el gran día.


La distancia más largaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora