Martes. 4 días antes de El gran día.

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El martes por la mañana tuvimos una reunión con unos compañeros. Él me saludó. Llegó otro amigo y se lo llevó a otra parte diciéndole que debía contarle algo. Los vi reírse  y siendo felices por un momento, luego caminé hacia él, y para no aburrirte te daré un resumen de la conversación. 

— ¿Y qué hiciste el fin de semana?

—Bueno, pasé toda la noche del viernes hablando con Mía —Malditas reglas no estipuladas—, y salí con ella el sábado, y el domingo.

Me tragué todo lo que tenía que decir.

— ¿Volverán? —pregunté.

—Ella me dijo que no podía decirme que sí, pero yo le dije que me dejase cortejarla con cinco citas, cualquier día que ella eligiese.

Maldición, maldición, maldición. ¿Cortejar? Él antes siempre, no había día que no me dijese que me cortejaría, y yo no podía entender por qué ahora iba a cortejarla. ¿Qué estaba mal conmigo ahora? ¿No me había dicho siempre que no entendía cómo alguien como yo podía salir con él? ¿Qué no había hecho bien?

—Te felicito —Y me fui de allí a llorar a otra parte.

Saqué a Ron de donde estaba y nos sentamos lejos de todos. Me dio su chaqueta, puse mi cabeza en su regazo y me cubrí con ella.

Llorar no es para compartirlo con todos; pero aun así, lo compartí con él. Ya iban tres personas que me veían llorar, sé que sonará estúpido, pero eso era lo más personal que le podía ofrecer al mundo; Ron me dijo que no llorara, que esto me haría ser fuerte, pero yo no quería ser fuerte. Yo quería que todo volviese a ser como antes. Ser fuerte no era, en ese momento, lo primordial para mí.

Me recuperé y comencé a preguntarle sobre eso de las consecuencias que Mark le había hablado, tenía que erradicar eso último; pero Ron no quiso decirme nada, luego, cuando Mark nos vio, vino y me dijo:

— ¿Quieres saber lo que tanto le preguntas a Ron?

—No.

— ¿Lo quieres saber?

—No.

—Igual te lo diré porque es algo que te tengo que decir yo. Pero aquí no.

—Dime.

Me olvidé de ella, pensé que todo lo que me había dicho había sido mentira y que estaba preparando una sorpresa para comenzar de nuevo.

—El sábado me quedé a dormir con Mía.

Me destrozó, él lo sabía, lo vio en mi cara. Luego agregó:

—Pero no pasó nada.

A mí qué coño me importaba que no hubiese pasado nada. A mí solo me importaba que lo que nos había hecho especial hasta ese momento se había esfumado.

—Y pasé con ella el domingo.

El domingo, nuestro domingo, el domingo donde se suponía que debía estar comprando cosas; el domingo en el cual tendríamos una cita.

Y me los imaginaba en la oscuridad, y estaba molesta, y decepcionada, y destrozada, y abatida, y tenía esas estúpidas ganas de llorar, porque el amor de mi vida había dormido con otra persona mientras yo pensaba que le había pasado algo.Pero no era el momento de hacerlo.

Pasamos unos minutos en silencio y luego salimos a caminar.

La distancia más largaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora