Memorias a dónde se han ido

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Toqué con temor la puerta de una casa en Las Vegas; las nevadas de aquel lugar eran menores a las de LA, sin embargo, aquello no evitaba que la cara se tornara roja. A los segundos, una joven de ojos azules abrió la puerta y al verme formó una sonrisa en su rostro.

–¡Ryan! –exclamó Crystal abrazándome fuertemente –. Te he extrañado tanto ¿dónde rayos te has metido? –los latidos de su corazón llegaban hasta mis oídos y su cálido amor me llenó completamente la piel.

Caminamos por el pasillo, que por lo que recuerdo, conservaba las fotos familiares; sobre todo una en donde dos pequeños jugaban en el parque. Dos niños que pronto formarían una banda con nombres horribles, y al final terminarían separados como norte y sur. La casa solía traerme recuerdos hermosos, memorias de una verdadera familia; de tal magnitud que llegaba a llamar padres a los Smith. El abuelo de Spen conocía a mi padre, cuando este trabajaba en un casino, pero pronto George se enfermó de hipertensión y abandonó su trabajo, no sin antes mencionarle sobre mí y, por lo tanto, presentándome a el rubio de ojos azules.

Tal vez George no había sido un mal padre después de todo, a veces era cariñoso y amable, pero en su corazón solo había espacio para dos amores, lugares que ya estaban ocupados por mis hermanos.

–¡Oh, querido! Mira quien está aquí, es el pequeño Ryan –La voz baja de la señora Smith llegó a mis oídos, después un abrazo y un beso en mi mejilla –. Pero mírate nomas, ya eres todo un hombre; tan fuerte como tu padre, sé que él estaría orgulloso de ti. Pero ven, acompáñanos que ya casi es hora de cenar.

A los pocos segundos, el padre de Spencer se acercó a recibirme de igual manera e invitarme al refugiante fuego. Crystal y Jackie me hicieron un espacio en el sofá, entre ellas dos. Esto era de lo más incómodo en toda mi existencia, puesto a que yo les había quitado su virtud; a los 16 cuando era un chico precoz y caliente, Spencer terminaba dormido y yo aprovechaba el momento para fugarme a alguna de las habitaciones de las gemelas, nadie se enteró jamás y espero que ninguna de ellas le diga a Spencer porque de ser así, me castraría.

El mencionado entró a la habitación tendiéndome los brazos de modo amable; nos fundimos en un abrazo de hermandad, el cariño que sentía en el pecho también era acompañado por un vacío y dolor, estaba con la mente retorcida y los intestinos gruñéndome de los nervios, además de mis ojos amenazando con derramar millones de lágrimas.

–Quiero presentarte a alguien –pronunció el castaño al terminar con el abrazo –. Querida, él es Ryan Ross, mi mejor amigo desde la infancia; RyRo, ella es Linda, mi prometida.

Ella me extendió la mano gentil y con una sonrisa pequeña, era tan amable y claramente emparejaba con Spencer. No comprendía como es que una persona como ella soportaba a alguien como Sarah, con esa voz castrante y esos ojos que parecían salirse de su cara en cualquier momento.

Todos nos dirigimos al comedor para la cena, escuchando cómo preguntaban sobre mi vida personal en los últimos años sin verme; si había visto a mi madre, cómo estaba la tumba de mi padre, si ya tenía novia, entre otras cosas que no llegaban a molestarme; pero lo peor llegó al pasar las horas.

–¿Sigues hablando con Breny? Aun los recuerdo junto a Brent en el sótano tocando mientras comíamos y como las vitrinas solían tambalearse a casusa del ruido.

–No, Brendon y yo ya no congeniamos. Nuestras agendas son muy atareadas –bajé la mirada jugando con el poco puré de papa que quedaba en mi plato –. Pero debo admitir; que yo también lo recuerdo, como si hubiera sido ayer –unas lágrimas de tristeza y melancolía cayeron en mi plato, ya no tenía hambre y sentía un hueco profundo en el corazón; uno que había intentado llenar con mujeres, alcohol y droga. Mis labios temblaban tratando de no sollozar, de pronto todo parecía retroceder, como en aquella navidad en la cual mis tíos me habían encerrado en casa por no ir al refrigerador por mas alcohol, tuve que salir por la puerta del perro y adentrarme con solamente una remera larga puesto a que una campera no me hubiera permitido pasar por el reducido espacio. Llegué a la casa de los Smith más por instinto que por racionalismo y la madre de Spencer me tomó entre sus brazos dándome con ello un calor maternal, uno que jamás en mi vida había sentido.

No me importó el sonido de la puerta principal cerrándose, pues estaba perdido en mis recuerdos vagos de niñez y juventud en los cuales siempre había estado Spencer; con sus consejos y sus palabras sinceras, con su mirada penetrante que te hacia confiar ciegamente en él. Una voz grave inundó el lugar y mis ojos se abrieron como platos, como era posible que el destino me odiara para poner en la misma casa a Brendon Urie; como cuando pones una araña con una mosca y en ese momento me sentía la mosca. Pues claro, había posibilidades de que eso ocurriera, pero cómo es que de todas esas posibilidades, me tocara estar en ella.

Los Urie saludaron a todos y cuando llegaron junto a mí, una mano se posó en mi hombro. Levanté la mirada y estaba el pelinegro con una sonrisa de reconciliación. Dejé mi asiento, tembloroso, probablemente por la mezcla entre sentimientos nostálgicos y vino tinto. Y lo abracé, tan fuerte como me fue posible, como hace mucho no lo hacía y me gustaba; sentir el calor de alguien a quien amaste con toda el alma, y más ahora que el frío calaba hasta los huesos.

–Te quiero mucho, Ryan. Me duele que pasemos malos ratos y realmente espero que encuentres a alguien que te haga tan feliz, como Sarah a mí.

–No creo que sea posible. Tú sabes mis sentimientos hacia ti, estos no han cambiado en todos estos años, siguen siendo igual o más fuertes aun –Respondí aun con la cabeza escondida en su cuello –. Espero y no sea tarde cuando te des cuenta que tú también sientes lo mismo.

Pasé por un lado, y sin dirigirle siquiera una mirada a la ahora castaña, me fui escaleras arriba. Busqué habitación por habitación hasta que encontré el baño, tomé el retrete entre mis brazos mientras vomitaba. Sentía aquel vomito nervioso, más que por el alcohol. Mi estómago quedó de nuevo vacío y mi garganta con un sabor amargo y desagradable. Me miré al espejo, para ver mi aspecto pálido. Y no entendía si aquello fue por ver al pelinegro o por el vómito. Eso llevó a que me mojara el rostro y enjuagara la boca, tratando de verme un poco decente.

Salí por la puerta trasera, esperando que nadie me viera. Aunque eso fue más que sencillo, pues todos hablaban entre ellos y no habían siquiera notado mi ausencia. Encendí un cigarrillo y me recargué a la pared. Las nevadas en Los Angeles eran más fuertes que aquí en Las Vegas, por lo cual ya no era tan tedioso el frió. El humo entraba y salía por mis pulmones abandonándome; como todo lo bueno en mi vida, como los pájaros a un nido viejo y desolado, como el alma a un cuerpo muerto y putrefacto.

–¿Te molesta si te acompaño? –su tono era neutral, sin ninguna expresión aparente y eso era una de las cosas que más me intrigaban de Brendon Urie, su forma de mostrarse ante cualquier expresión que le placiera.





Otro capítulo que subo en el día jaja. He visto que escribí ocho capítulos más antes de abandonarla. Entonces pues yo diría que, al terminar la cuarentena, estará todo actualizado. Saben que si les gustó el capítulo, pueden darle me gusta y compartir para que más personas la lean. Gracias por leerme, eso me motiva demasiado a seguir escribiendo.


Things Have Changed ; ryden [parte 1/2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora