En el claustro de mi existencia, entre las sombras que proyectaban las luces fluorescentes, yacía el mundo monótono de Peklo. Las dunas se extendían infinitas fuera de mi ventana, testigos silenciosos de nuestra soledad en la desolación. Este era el paisaje que conocía, la única realidad que había acariciado mi piel.
La voz de mi padre, el alcalde Queen, se filtró en mi quietud desde el pasillo, un eco de autoridad en la penumbra.
— Milovat, ¡despierta! — exclamó con energía, una llamada que resonó como un eco en las estériles paredes. — ¡Es hora de tomar tus vitaminas!
Me levanté apresuradamente, mis pies descalzos deslizándose sobre el gélido suelo metálico mientras me encaminaba hacia el baño. En el espejo, mi reflejo mostraba una joven con cabello oscuro, ojos que espiaban más allá de lo conocido, y el uniforme de Peklo, con el símbolo de la ciudad: una llave dorada que prometía seguridad en un mundo fracturado.
Las vitaminas, esos testigos de nuestra fragilidad, eran ingeridas como un dogma en Peklo. Pero a medida que el agua descendía por mi garganta, la duda se agitaba en mi interior. ¿Eran estas píldoras un escudo necesario o solo grilletes invisibles?
De nuevo en mi alcoba, mis pensamientos se deslizaron hacia el horizonte desierto que había contemplado durante toda mi existencia. ¿Qué aguardaba más allá de las murallas? ¿Éramos los únicos supervivientes en este vasto erial?
Un grito, inusual en Peklo, traspasó el silencio y me arrancó de mis reflexiones. Sin titubear, corrí por los pasillos hacia la entrada principal, donde una multitud se agolpaba, sus miradas fijas en el desierto.
Mi padre, en el epicentro de la agitación, intentaba en vano vislumbrar lo que había perturbado la quietud de la ciudad.
— ¿Qué está pasando aquí? — vociferó, ocultando sus ojos al sol con gesto furioso. —¿Por qué perturban la tranquilidad de la ciudad?
El mutismo se apoderó de la multitud, pero sus ojos seguían la misma dirección. Un murmullo se extendió y allí, emergiendo del polvo del desierto, avanzaba un forastero.
Mis pasos me llevaron hacia la masa expectante. Mi padre, con su rostro teñido de sorpresa y furia, se adelantó hacia el intruso.
— ¿Quién eres y qué haces aquí? — inquirió con un tono que desprendía sarcasmo.
El forastero, detuvo su marcha con calma inalterada.
— Me llamo Heil. — susurró, una declaración que resonó en el aire. — Vengo en busca de refugio y respuestas.
Las palabras flotaron, tejiendo un manto de incertidumbre sobre Peklo. Por primera vez, vislumbré que la realidad que abrazaba estaba a punto de resquebrajarse, y temí que no estábamos preparados para el cataclismo inminente.
El nombre "Heil" resonaba como un conjuro en el aire enrarecido. La multitud, en su ansiedad, reflejaba asombro, desconfianza y hasta miedo. Peklo, una fortaleza cerrada, se estremecía ante lo desconocido. Mi padre, el alcalde Queen, no ocultó su desagrado.
— ¿Refugio y respuestas? - repetía, su voz impregnada de sarcasmo. — Este es Peklo, chico. No damos refugio a cualquiera que venga del desierto. ¿Y respuestas a qué?
Heil, imperturbable, mantenía su compostura.
— Respuestas sobre el mundo que se encuentra más allá de estas murallas, respuestas sobre lo que realmente sucedió.
Un murmullo se extendió por la multitud, una chispa que encendió la mecha del cuestionamiento. La idea que por generaciones habíamos enterrado, la posibilidad de que Peklo no fuera el último reducto de la humanidad, brotaba como una enredadera de intrigas y temores.
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El cuervo: Sombras del desierto
Genç KurguEn el vasto silencio del desierto, Peklo se alza como un oasis de aparente seguridad. Pero tras las murallas de esta ciudad resplandeciente se ocultan sombras que desafiarán tu percepción de la realidad. Sumérgete en un mundo donde las dunas susurra...