Envidio a la gente que no se conoce de memoria el camino a la estación de autobuses o de tren de su ciudad porque han tenido que recorrerlo tantas veces que sabrían llegar con los ojos cerrados.
Envidio a la gente que nunca ha visto a un autobús arrancar con un nudo tan grande en la garganta
que serviría para atar barcos.
Y digo ver, pero en realidad se tienen los ojos tan llenos de lágrimas que apenas se pueden distinguir sombras.Envidio a la gente que nunca ha tenido que contar los días que faltan para ver a alguien
y no ha podido evitar derrumbarse alguna de las veces que ese marcador se ha reiniciado, y ni siquiera sabía por que número empezar.
A las personas que no dependen de horarios y fechas para fundirse con otro ser en un abrazo, que les basta con echar a andar
y llamar a su puerta.Y si envidio a esa gente es porque todo eso significaría
que nunca han tenido a nadie por el cual echar de menos se convierte en algo tan cotidiano
como el respirar
a nadie que estuviese tan lejos que si esos kilómetros fuesen en vertical,
se convertirían en un abismo tan grande
que asustaría hasta al más valiente
de los héroes.Hay quien dice que los kilómetros que hay entre dos personas que se quieren no significan nada,
que se puede amar igual de bien sin necesidad de verse cara a cara.Hoy le digo a ese gente que ojalá tuviesen razón,
ojalá la distancia fuese solo un par de números que separan dos cuerpos
y no llevase con ella este puñado de miedos e inseguridades.Y ojalá la definición de la palabra distancia solo implicase el concepto de "reencuentros", y no también el de "despedidas".
Porque después de cada reencuentro siempre hay una despedida, pero después de cada despedida,
solo queda la incertidumbre acompañada de un puñado de promesas y de una herida
que se queda abierta
esperando a que ese autobús vuelva
para coserla con abrazos.La misma herida que no se cierra
si no es
entre sus brazos.