Mañana ajetreada

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Me levanto con uno de los dolores musculares más fuertes que he sentido en mucho tiempo.

Antes de poder abrir los ojos y ser consciente de mi nuevo día ya sentía un extraño punzamiento en el brazo derecho, una fuerte jaqueca y el cuello frío y de piedra.

Consigo abrir los párpados que pesan pidiendo un mejor descanso y puedo encontrar el motivo. Ayer no llegué a dormir en mi cama, si no que, asustado por la ira de padre, dormí haciendo un peso más en la puerta para que nadie pudiese pasar. El sueño ha llegado con una postura bastante indecente, puesto que la cabeza se apoyaba en el brazo (que se me ha dormido por falta de circulación) y mi cuello sufría el peso de un sueño ligero.

Me levanto y estiro, respirando con fuerza la mañana ajetreada que me espera.

Lo primero es lo primero y me visto de manera decente, recoloco mi cuarto y me tiro en la cama, en el lugar en el que debería de haber dormido esta noche (e incluso estoy tentado a cumplir la promesa de dormir a estas horas sobre un colchón).

Con el cuerpo pesado repito mi horario, replanteándome cualquier oportunidad de ir a por algo que me calme el dolor para que el día sea menos largo. Tengo que rellenar los papeles y terminar de contarle a padre la batalla de Osgiliath, preparar con ayuda de dos sirvientes las pruebas para los nuevos reclutas, enfrentarme a los más osados (o que muestren grandes dotes) y celebrar que nuestra familia contra el mal aumenta con un pequeño banquete (que claro está se ha omitido la información a Denethor). Por la tarde tengo que rellenar más documentos, atender mi ronda y más adelante devolver unos manuscritos a la biblioteca nacional, en la que puede que me vuelva a encontrar con Séfora.

¡Séfora!

Puede que, después de todo, no vaya a tener una mañana tan mala puesto que hoy ella vendrá a ver los entrenamientos. Sonrío recordando lo desesperado que estaba ayer y cómo conseguí que mis ansias por seguir con ella funcionasen.

Trabajo, reviso y reorganizo todo lo que tenía pendiente desde atrás y más (prefiero ganar todo el tiempo que pueda estar más tarde con aquella doncella).

Camino, revisando todos los documentos mientras que miro de reojo los pasillos y los sirvientes que comienzan sus jornadas.

El senescal ya debe de estar en su puesto, organizando o simplemente planteándose más formas de mejorar la ciudadela. Detengo mi ritmo y reviso la puerta dos veces antes de hacerle una seña a uno de los sirvientes para pasar a la sala. Arrastro los pies hasta estar a una distancia considerable de padre e intentar empezar a exponer mi informe.

Me trabo más de una vez, con el temor de que Denethor me detenga y empiece a interrogarme por aquello que pude ver ayer, más nada de eso sucede y siento un gran alivio cuando termino de exponer. Levanto la mirada al senescal, que perdido en una tristeza inmensa mueve levemente la cabeza indicando que puedo continuar con mis tareas.

Y mis tareas no son nada fáciles porque ahora que Boromir ha marchado me toca a mi quedarme defendiendo Gondor; y para ello necesito soldados fuertes y hábiles.

En compañía de alguno de los sirvientes y soldados expertos, marcho al campo de entrenamiento, donde han sido citados los mejores aprendices, aquellos que han destacado sobre su generación.

Vestimos los uniformes y cogemos escudos y armas (con los bordes sin afilar por si existiese alguna complicación).

Empiezo entrando en el campo y observando a mis contrincantes, aprovechando mi habilidad para conocer aquellos soldados que pueden ofrecer unos grandes servicios y aquellos a los que hoy se les pondrá una prueba decisiva.

En la sombra de mi hermano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora